Entre los campos mejor sembrados de dichos, refranes y frases hechas se encuentran el militar y el religioso, debido en muy buena medida a la historia bélica y conquistadora de España, así como a su profundo sentimiento religioso y a las gestas realizadas por el país en nombre de Dios y la Iglesia a lo largo de nuestra granada historia.
Expresiones como “clavar una pica en Flandes”, “armarse la de San Quintín”, “irse el santo al Cielo”, o “pasar las de Caín” dan buena cuenta de lo que acabamos de decir.
No obstante, existen expresiones “para dar y tomar” en cualquier ámbito de la vida hispana; y, en ocasiones, abordar la tarea de conocerlas todas es un esfuerzo tan titánico que podríamos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que “hemos dado en piedra” o “con la iglesia hemos topado”. Y es que el significado y origen de algunas de estas expresiones son, como mínimo, curiosos.
Por hache o por be
Una de las más graciosas y cuyo origen pasa desapercibido para una inmensa mayoría de hablantes es la de “por hache o por be”, y está relacionada, precisamente, con dos fenómenos que se dan en nuestra lengua y que nos distinguen de la práctica totalidad de nuestros vecinos lingüísticos: la “h” es una letra muda, no aspirada como en inglés; mientras que la “b” es idéntica a la “v”, lo que se denomina betacismo español, en contraposición a lenguas como el italiano, el francés, el alemán o el inglés, en los que la “v” es ligeramente fricativa.
Precisamente porque estos fenómenos existen, a los hispanohablantes nos cuesta saber cuándo una palabra se escribe con h o sin ella, así como si se escribe con b o con v. Así, no es de extrañar que cuando los más pequeños de la casa llegaban del colegio con un suspenso, exclamaran entre llantos que “por una hache o por una be me han suspendido”. La expresión se usa para indicar que, por una causa u otra, salen las cosas como nos salen.
Lágrimas de cocodrilo
Todos nos hemos topado en alguna ocasión con alguien “más falso que un billete de 30 euros”, y que sólo usa el llanto como herramienta para conseguir sus fines, no como expresión real de dolor, así que nos ha quedado más remedio que aplicarle merecidamente la expresión.
El origen de esta expresión, mucho más conocido y predecible, hay que buscarlo esta vez en la ciencia. En la zoología, para ser más precisos. Al parecer, los cocodrilos poseen un mecanismo para hidratar los ojos cuando se encuentran fuera del agua y evitarse así daños en los mismos. El mecanismo es “tan simple como el de un botijo” y “más viejo que el mear”: llorar. Así, parece que están llorando de verdad cuando sólo están remojando los ojos. Todo muy aséptico, sin emociones de por medio.
Tener más cuento que Calleja
Si Miguel de Cervantes llamó “la fiera” a Lope de Vega por su vasta producción, es porque no conoció el enorme y fantástico trabajo de Saturnino Calleja Fernández, editor, pedagogo, escritor y dueño de la editorial Calleja, así como de diferentes revistas, nacido en Burgos en 1853 y fallecido en Madrid en 1915. Gracias a él, los niños de toda España y parte de América y Filipinas pudieron tener acceso a la lectura, especialmente de cuentos infantiles y juveniles de los más conocidos autores del mundo. Entre sus innovaciones se encontraron el rediseñar los libros para hacerlos más baratos, pequeños y amenos; el publicar largas tiradas de obras que inundaron el mercado español; y reeditar los escasos y malos libros de pedagogía existentes. Para el final de su vida, Calleja había publicado casi tres millones y medio de libros, especialmente cuentos.
De este modo, no es de extrañar que cuando alguien viene a nosotros a darnos más explicaciones de las normales o a contarnos historias deformadas en lugar de la realidad, les respondamos que tiene más cuento que Calleja. Aunque, francamente, es de recibo dudar de que tenga más que nuestro más ilustre editor.
Tocarle a uno el mochuelo
Magnífica expresión que cuenta con diferentes versiones sobre su origen, pero todas muy similares. De acuerdo con una de ellas, recogida por José María Iribarren en “El porqué de los dichos”, un andaluz y un gallego llegaron a una posada donde sólo quedaban una perdiz y un mochuelo para comer. El andaluz pidió al posadero que los trajera y procedió al reparto con un “o yo me como la perdiz, o tú te comes el mochuelo”, a lo que el gallego respondió entre indignado y confuso “siempre me toca a mí el cabeza gorda”.
De acuerdo con otras teorías, no se trató de dos caminantes sino de dos cazadores que volvieron a casa con tan sólo una perdiz y un mochuelo. En cualquier caso, el reparto es exactamente el mismo y, como cabe esperar, el final también lo es. Aplicamos esta frase cuando, sí o sí, siempre nos toca perder.
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