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Fútbol: El opio del pueblo

Antonio Cánaves (Palma)
Redacción
domingo, 18 de julio de 2010, 14:09 h (CET)
Al salir a la calle, la incertidumbre me sobrecogió al intentar descifrar que celebraba toda aquella gente. Pensé que semejante explosión de júbilo podía deberse a que habían terminado todas las guerras, o habían conseguido eliminar el hambre del mundo.

Pero al instante pensé que era un ingenuo, que como mucho, las plazas y fuentes repletas de gente cantando y bailando, se debía a que habían descubierto un remedio contra el cáncer o el sida. Que aquellas gentes desconocidas abrazándose por la calle, lo hacían porque el paro se había acabado, o las pensiones mínimas eran como las de un ministro.

Pero mi voz interior me volvía a repetir que no divagara. Que la euforia vivida por las multitudes ante aquellas pantallas gigantes no era para escenificar como políticos devolvían todo el dinero robado al pueblo, o las fuerzas de la OTAN invadían los paraísos fiscales.

Que aquella gente gritando de alegría a través de las ventanas de su casa no lo hacían para anunciar la abolición de las hipotecas o prohibir el desahucio.

Que todos aquellos coches despertando a todos los barrios con sus bocinas, no lo hacían porque al día siguiente, ya no irían a trabajar por un misero jornal, y ya nadie mas se enriquecería a costa de su trabajo e ingenio.

Que el Champaña y los fuegos artificiales son para celebrar que nuestros hijos, no continuaran estudiando para ser parados, o mano de obra barata.

Que las fachadas engalanadas con banderas, son porque en este país no esta dividido en ricos y pobres, todos sus ciudadanos son iguales y nadie se puede enriquecer a costa del trabajo de otros.

Que el estallido de alegría en los bares llenos de gentes y todos a coro gritaban no más engaños de crisis artificiales, no más secretos bancarios, no más explotación del hombre por el hombre… Solo estaba en mi imaginación.

Oí gritar ¡España ha ganado!
Perplejo pensé ¿Quien es España? España no es nadie… España es un territorio en el que viven los españoles. Entonces si no ha ganado en territorio, ni en calidad de vida de los españoles, ¿a que viene esa alegría? A que once jugadores consiguen retener la atención mundial al encajar un balón mediante patadas en la portería del equipo contrario: Una obra de surrealismo.

Esos mismos que no llegan a final de mes y hoy jalean a la selección española, serán los mismos que pondrán el grito en el cielo, cuando mañana vean los millones que les van a pagar con nuestros impuestos a los nuevos fichajes, directivos y cuotas de emisión del futbol. Héroes, que como buenos mercenarios se venderán al mejor postor, no al color de una bandera, no dudaran en fijar sus cuentas en paraísos fiscales, donde el ardor patriótico tiene el color del dinero. Día a día la afición crea una realidad, que como el monstruo de Frankenstein se vuelve contra su creador, anestesiando a esa afición de las necesidades que padece.

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Se ha puesto de moda en muchos medios hablar de la gente de dinero casi como iconos sociales. Lo que es natural en la sociedad de mercado de masas. A la mayoría de esta clase social se les llama ricos, y su función es la de lucirse ante el auditorio para resaltar su persona, reafirmando en algunos el componente narcisista y hedonista para adornar su ego, animándose así a cumplir con la riqueza, mientras puedan.

Transitamos jornadas de absurdo y desasosiego, camino del corazón del invierno en un contexto político y social que no se sospechaba. Se advierte, “in crescendo”, el retroceso del raciocinio y de la lógica, más allá de los cuales solo anidan la nada y el vacío. Sin entrar en consideraciones filosóficas, y ciñéndonos al román paladino, se percibe una creciente sensación de absurdo, considerado por Albert Camus como integrante fundamental de nuestra condición humana.

Muchas son las circunstancias que nos zarandean a diario, compiten con tantos o más impulsos surgidos desde los adentros íntimos de cada persona; en ambos supuestos, el descontrol predomina con la consiguiente intranquilidad. Nos abruma el desconocimiento de los factores condicionantes, con el resultado crudo de la incertidumbre como fondo permanente.

 
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