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Guantanamero

Ángel Ruiz Cediel
Ángel Ruiz Cediel
jueves, 29 de julio de 2010, 07:31 h (CET)
Por cuestiones laborales me he pasado la vida viajando por todo el mundo; pero jamás pisaría EEUU ni aunque me pagaran muchísimo por ello, porque es, probablemente, el país del mundo donde hay menos libertad y donde los derechos civiles pueden ser conculcados con la mayor impunidad. Uno, allí, no está seguro ni aunque sea estadounidense de nacimiento, y en cualquier momento le pueden balear lo mismo alineados militaristas que eliminan sus frustraciones dando matarile a la peña, que un bandido sádico de esos que promociona su cine y su tele, o que un policía que sospeche de lo que sea. EEUU, en fin, es un enorme Guantánamo, o que se lo pregunten si no a las minorías étnicas de los guetos, a los indios de las reservas, a los disidentes o críticos del sistema oficial o a los visitantes que no sean blancos y conservadores.

La canción Guantanamera de Joseíto les sirvió a los estadounidenses del norte para llevar la contraria a los cubanos, y si, según la letra de los Versos Sencillos de José Martí, proclamaban que no querían morir en lo oscuro, pues ellos fueron a Cuba y, ¡zas!, Guantánamo al canto para llenarlo de guantanameros no guajiros que penaran en lo siniestro, sin juicio, ni acusación, ni derechos humanos, ni nada de nada. Así se las gastan los cowboys, si bien no es nada nuevo, sino que sus paranoias les vienen de muy lejos.

En realidad, su propia Historia es la del histérico pánico a todo, y, desde que arribaron a aquellas tierras procedentes de Europa con sus manías persecutorias, no han dejado de montar Guantánamos por doquier y de afiliar como guantanameros a pueblos de toda índole y condición. Comenzando por los naturales de aquellas tierras, a quienes les montaron gratuitamente algún que otro genocidio (sólo hasta la práctica extinción de todos aquellos pueblos) y encerraron a los supervivientes en guantanameras reservas incapaces de producir otra cosa que enfermedades terminales, hasta hoy, su deriva humanista prosigue sin límites, aunque ya por todo el globo. Son así, qué se le va a hacer.

Como relatar su trayectoria en un limitado artículo es cuestión poco menos que milagrosa considerando su enjundioso bagaje, daremos un salto histórico a nuestros días, y comprobamos con estupor que la cosa no ha cambiado en absoluto y que aún sigue dominando su psique colectiva ese afán de tenerle pánico a todo y a todos, por lo que se ven en la necesidad de extinguir a toda clase de enemigos, tengan la piel del color que la tengan y los ojos tan inclinados como sea, teniendo siempre para ellos un Guantánamo siempre a mano, o un Abu Graib, si llegara el caso.

Nada hay de raro, pues, en que nos encontramos ahora ante este Iraq al que por dos veces han destruido (ya ni siquiera es un país), regado con el excedente de uranio empobrecido excedente de sus centrales nucleares y convertido en un infernal paraíso de guantanameros. Ni les faltaron excusas para exterminar a los indios de su propio país, a Japón con armas de destrucción masiva (nucleares) ni para convertir Vietnam en un matadero guantanamero. Con Iraq, en fin, han hecho lo mismo con otra suerte de ardides, produciendo de forma directa o indirecta, según algunas fuentes, la friolera de entre 3 y 5 millones de muertes (y las que te rondaré, morena, por causa del uranio dispersado por todo el país gratuitamente), y, no contentos con ello, se ve que en Afganistán están haciendo lo mismo, a la vez que están preparando otros Guantánamos en Irán, Siria, puede que en Jordania, Paquistán y hasta es posible que algo le toque algo también a Venezuela. Todo ello, por supuesto, con la mención de su presidencial Nobel de la Paz.

Sin embargo, según se desprende de las recientes filtraciones de sus propios documentos secretos en Wikileaks, lo de Afganistán es todo un festival de la canción, rémora sin duda del añorado éxito vietnamita. Han impreso su huella, en fin, a la vez que entresacan parados de Harlem, Brooklyn o de los guetos hispanos. Algunos de nuestros chicos murieron en ese certamen, obedeciendo las órdenes de un presidente que sacó a nuestras tropas de Iraq porque no tenían mandato de la ONU, si bien se ve que la ONU sí dio mandato en Afganistán para que los cowboys se desfogaran y, de paso, dieran un poco de manija a las armamentistas, que estaban fatal de trabajo.

A la vista y certeza del nuevo Guantánamo en que también ha derivado Afganistán, y ya con el planeta atiborradito de ellos, no sé qué excusa se inventará nuestro presidente para mantener a nuestros chicos en aquel matadero, pero habrá de ser forzosamente, o el silencio felácico a su ídolo obamero, o la burda maniobra de despiste para engañarnos a todos. Permanecer un día más en aquel escenario, que a punto está de convertirse en un festival mundial de guantanameras, es poco menos que convertirse en cómplices de las matanzas, además de algo suicida. Nuestra participación, si en algún momento se basa en la Justicia Universal, debiera pasar por una cortés retirada, ya que no en la persecución, detención y puesta a disposición judicial de los que han perpetrado estas degollinas, que vienen a ser más o menos la totalidad del Ejército Norteamericano. Ser socios de este atropello contra la humanidad, cuando menos, es compartir el dudoso honor de haber invadido un país para la práctica de degollinas y de beneficios espurios de aquellos a los que les llevamos el botijo y les servimos de coartada.

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