Dijo un gran pensador contemporáneo que cuando alguien habla de libertad de expresión, debería referirse a la libertad de expresión para opiniones que le disgustan. Sin embargo, las opiniones que disgustan a Zuccolillo, Vierci o Rubin en Paraguay están penadas con lo más parecido que se pueda imaginar a una excomunión.
Y no solo eso. Opiniones que disgustan a estos prohombres de la patria, incluso pueden llegar a ser consideradas violatorias de la constitución, sacrílegas, herejes. Es que durante las últimas cinco décadas, esta troika consideró a los políticos meros capataces o, en el mejor de los casos, apenas gerentes del poder real.
Cualquiera podría pensar que esos roles permanecerían petrificados, como estatuas de sal, por toda la eternidad. Al fin y al cabo, era la voluntad de los dueños de la verdad, que es lo mismo que decir de todo el Paraguay.
Cuando Horacio Cartes llegó a la presidencia en 2013, la profecía parecía confirmarse. Después de todo, un referente de la clase empresarial acomodada, miembro de la misma cofradía, referente de la plutocracia, era quien había llegado al poder. Para gobernar con tranquilidad, se imponía hacer concesiones a empresarios como Aldo Zuccolillo y Antonio J. Vierci, de tal suerte a que estos “directores-propietarios” de diarios, moderen sus ataques al gobierno para ganar dinero público a cambio del propio silencio cómplice, adjudicándose millonarias licitaciones.
De esta manera, el establishment seguiría borrando jirones de realidad, y exonerando de toda culpa a los privilegiados amos del monopolio de la acusación. Zuccolillo, Vierci y Rubin, seguirían siendo los únicos jueces y fiscales por toda la eternidad.
De acuerdo al axioma popularizado por el presidente ecuatoriano Rafael Correa, la libertad de prensa seguiría siendo la libertad para expresarse del dueño de la imprenta, y las víctimas predilectas del poder mediático seguirían siendo actores de reparto, en la segunda línea de los privilegios, como los directores de entes estatales o legisladores.
Sin embargo, el presidente Horacio Cartes, a quien intentamos definir durante su carrera a la presidencia como “la pesadilla de los “impolutos”, consideraba alternativas impredecibles.
En lugar de contemporizar con los poderes fácticos, a través del camino fácil de darles los gustos con lucrativas concesiones, como siempre sucedió, Cartes decidió dar un golpe de timón. Primero ordenó dar un corte a los consuetudinarios sobornos, pautas publicitarias de binacionales o prebendas, para luego avanzar sobre varios de los medios más populares del país para ponerlos a su servicio.
El nuevo escenario no tardó mucho en emitir señales, anunciando que el tiempo de la prensa servil a los eternos dueños de la verdad, se había agotado.
Cuando Zuccolillo visitó a Cartes en septiembre de 2014, y le solicitó arrebatar una licitación de la ruta III, Gral. Aquino, para concedérsela a su empresa constructora, en lugar de darle el gusto, el presidente ordenó publicar en sus propios medios periodísticos tamaña impertinencia.
Tiempo después cuando Vierci, el propietario de uno de los medios en cuyas publicaciones se realizan constantes críticas a Cartes, le envió una carta zalamera en privado, el presidente tampoco vaciló y entregó la misiva para su publicación. Fue histórica la forma en que ello dejó al descubierto la hipocresía del empresario.
La carta desmentía una de las premisas a la que más esfuerzo había dedicado la prensa hegemónica paraguaya, buscando instalarla en el imaginario popular: La suposición de que los periodistas publican lo que publican sin injerencia del propietario del medio, con total libertad para plasmar un determinado énfasis, tono o una libre contextualización de la noticia.
Vierci prometía prohibir a sus empleados-periodistas, realizar publicaciones que indispongan a una de las hijas del presidente. La publicación demostraba que en los medios de comunicación de Paraguay, la censura por orden superior sigue vigente, solo que en lugar del dictador, hoy corre por cuenta del patrón.
Algunos exponentes del periodismo servil, hoy pretenden convencer a la opinión pública de que lo que conviene a sus dueños es lo que la patria necesita. Contradecirles es poco menos que atentar contra la integridad de la patria.
De acuerdo al pensador argentino Darío Sztajinszrajber, el concepto de patria debe superar los esencialismos nacionalistas, que siempre fueron dogmáticos, violentos y excluyentes, y buscar nuevos significados en el otro.
Aunque es evidente que los trasnochados deben descargar las actualizaciones pertinentes, quienes conocemos la mentalidad que tienen, sabemos que pretender que se aggiornen, es demasiado pedir.
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