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"No hay nada más mágico que lo real y más real que lo mágico"

Entrevista a Ramón Pernas
Herme Cerezo
miércoles, 22 de febrero de 2017, 00:00 h (CET)



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Ramón Pernas (Viveiro, Lugo, 1952) nació en una orilla de la Mar del Norte. Periodista de oficio y vocación –Premio Puro de Cora y Julio Camba de Periodismo–, ha dirigido revistas, escrito poemas y canciones, y fue guionista de televisión. Ejerció el columnismo de opinión y la crítica literaria. Ha sido director editorial de Espasa Calpe. Con una docena de libros editados, es ya considerado un novelista de largo recorrido, galardonado con los premios Azorín, Ateneo de Sevilla, el Letras de Bretaña, el Internacional de novela Emilio Alarcos y finalista con ‘Paso a dos’ del Premio Nacional de Literatura. Dirige Ámbito Cultural de El Corte Inglés y escribe un artículo semanal en el diario La Voz de Galicia. Entre sus novelas cabe citar ‘Paso a dos’, ‘Pabellón Azul’, ‘Del viento y la memoria’, ‘En la luz inmóvil’ y ‘Hotel Paradiso’. En colaboración con José Mario Armero publicó el libro ilustrado ‘Cien años de circo en España’. Por último, en el terreno lírico es autor de la antología titulada ‘Poesía incompleta’.

Ramón Pernas dice de sí mismo que gusta «del viaje y de las ciudades donde habita la nostalgia. Soy fiel a Italia y sufro el síndrome de Estocolmo cuando frecuento las ciudades del norte de Europa. Amo los buenos vinos, soy cinéfilo melancólico y creo firmemente en el poder sanador de los libros, de todos los libros». Con motivo de la publicación de su nueva novela, ‘El libro de Jonás’, en palabras de su autor «una narración agridulce y sentimental», delicadamente literaria y evocadora basada en las voces de sus protagonistas, que llegan desde su infancia en un pueblo gallego costero, Vilaponte, hasta el comienzo de su ancianidad, momento clave para reencontrarse con los niños que fueron y hacerse por fin los favores que se deben, Ramón Pernas se acercó por Valencia y en el Colmado Rivera, salpicados por la potente música ambiental y el murmullo, no menos potente, de una cafetera exprés, pudimos conversar durante unos minutos sobre su novela.

Ramón, ¿cómo surgió la idea para escribir ‘El libro de Jonás’?
Viajo con frecuencia a Vilaponte, allí veo la sombra de todo lo que fuimos y recupero amigos que fueron mis compañeros de juegos infantiles, aunque echo de menos al que soñó conjuntamente su futuro y se escalabró, al que emigró e incluso a quien ha muerto. Así que me conjuré conmigo mismo para devolverles parte de su memoria sentimental. Para eso me apropié de un suceso, no sé si cierto o no, el de la varilla de un paraguas que impactó en el ojo de Justo Pastor, que rodó por el suelo y se convirtió en un ojo que veía más allá y fue enterrado dentro de una caja llena de orujo, sobre la que floreció un almendro. En la novela, la visión tiene mucha importancia porque, además de este episodio, uno de los protagonistas es un sastre ciego.

Has citado Vilaponte, ¿qué es Vilaponte?
Vilaponte es un estado de ánimo. Benet, Faulkner o Mateo Díez tienen su región, Vilaponte es la mía y allí ubico mis personajes y mis historias.

Al escribir sobre estos recuerdos, ¿has tenido que establecer alguna barrera para distanciarte?
No, desde que cuento la aventura de la varilla en el ojo, yo regreso a aquellos años y eso me dura poco. Lo demás es literatura sobre literatura, porque no hay novela más larga de un folio. Cuando empiezo, siempre tengo el principio y, a veces, también el final y al llegar a la página ochenta surge un horror vacuo, porque veo que todavía quedan doscientas páginas por escribir, las necesarias para atravesar el páramo que media entre el principio y el final.

Pues para conocer sólo el principio y el final, la historia de la varilla en el ojo ha dado mucho de sí.
Claro, es que en la distancia existente entre la cabeza de Justo Pastor y el arco del chico que lanza la flecha es grande y cabe de todo, desde Homero hasta Vila Matas.

El realismo mágico nació en Sudamérica, pero leyendo ‘El libro de Jonás’ podríamos pensar que Galicia también hubiera sido una buena patria para este movimiento literario, ¿no crees?
Soy un eslabón más de la cadena que forman Ramón María del Valle-Inclán, Álvaro Cunqueiro y Torrente Ballester. Los tres tienen una lectura mágica de la realidad, porque no hay nada más mágico que lo real y más real que lo mágico. Yo no he inventado nada, solo narro lo que no es cotidiano. Supongo que en Galicia, igual que en otras partes, hay que gente que habla con los árboles y los libros, que es lo más inmediato. Son cosas que hacemos todas las personas bien nacidas, pero que no las contamos [Risas].

Al comienzo de la novela incluyes una cita de García Márquez, donde afirma que la ficción la inventó Jonás cuando, devorado por una ballena, desapareció y regresó después de tres días para contárselo a su mujer, a la que, además, convenció de la veracidad del suceso.
Eso lo dice Gabo, yo únicamente lo transcribo. El texto me proporciona una pauta mental para crear una historia que tiene que ver con eso, porque la desaparición de Justo Pastor durante muchos años y su búsqueda permanente me daban juego. A Justo no se lo comió una ballena, sino la mar, el esoterismo, las sociedades secretas, el ver más allá…

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‘El libro de Jonás parte con un narrador en primera persona, masculino, pero luego gira hacia otra voz, también en primera persona, pero femenina.
En la novela he hecho un ejercicio de perspectivismo. A mi edad, trato de dar una vuelta al tempo, al ritmo, a la perspectiva literaria. Las voces son plurales porque el protagonista narrador omnisciente no tiene nombre, es el otro. Aquí lo que hago es reivindicar la otredad y hablar de ese amigo o de esa amiga que siempre tuvimos.

¿Has salido airoso de la experiencia de narrar dentro de la piel de una mujer?
Sí, porque mi mejor lado es el femenino. Nunca he tenido problemas de identidad literaria, social y afectiva con las mujeres, tanto propias como ajenas. Pertenezco a una comunidad de amigos que a veces me dicen que pienso como una mujer.

Los nombres de los protagonistas, Justo Pastor, Humberto Rey, Argenta, Áurea Blanca, Cobre o Nicanor Corbelle, desempeñan un papel importante en la novela.
Me gusta jugar con eso. En novelas anteriores he utilizado nombres especiales, simbólicos, como Vida o Muerte. Justo Pastor Blanco es un nombre eufónico y poco común, igual que los apellidos que le he adjudicado, que tampoco me parecen muy habituales.

La Muerte también deambula por ‘El Libro de Jonás’.
Muchas veces, la muerte, con minúscula, es un personaje más de mis novelas. La muerte que yo dibujo es un desastre porque no puede leer, es ciega. En mi anterior novela perdió el olfato porque se fue a ejecutar a una florista en París y, ante la belleza del olor de las flores, pidió permiso para no matarla. Su superior se lo consintió, pero a cambio le hizo perder el olfato. El mal lo representa el diablo, él es quien pervierte a los hombres y les complica el pensamiento.

Igual que el sexo, el sexo a los sesenta años
El sexo a los sesenta años es producto de un amor mantenido desde los quince. Siempre digo que el deseo y el amor no tienen fecha de caducidad, la tiene la piel. En esta novela hablo de una pasión antigua, en la que la mujer es receptiva y el hombre es activo, porque no es lo mismo penetrar que ser penetrada. En resumen, trato de cómo se puede estar con una señora en la cama apasionadamente a los sesenta años, porque el sexo es un órgano cerebral no genital.

Junto a José Mario Armero, eres autor de una obra sobre el circo en España. En ‘El libro de Jonás’ aparecen los payasos de ‘Espectáculos del Norte. Familia Rampín’, que actúan en la plaza de Vilaponte, ¿qué significa para ti el circo?
El circo es una causa perdida y las causas perdidas para mí son las más importantes. En un pueblo pequeño como el mío, un día llegó un circo, pegó su cartel en un muro y me di cuenta de que la primavera y la magia habían venido con él. Hasta entonces yo habitaba un país de blanco y negro y el circo trajo el color a mi existencia, me aportó las maravillas de la vida, la razón de ser de una ciudad ambulante que llevó a un pueblo pequeño las razas, las fieras, las sorpresas, la habilidad…

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En la novela se esconde un indudable homenaje a la literatura: una librería que se llama Nemo, una cafetería de nombre Nautilus, en resumen, mucho amor por los libros, ¿qué significan los libros para Ramón Pernas?
Son mi razón de vida, yo soy un hombre encuadernado [Risas]. Vivo con, sin, sobre, tras la literatura. En la frontera del río Grande entre México y Estados Unidos, yo construiría una muralla de libros que la pagasen los ciudadanos del mundo para que todos los hombres sean libres y plurales.

Desde esa posición de hombre encuadernado, ¿tú también estableces una distinción entre escritor literario y escritor a secas?
Intento escribir sensatamente, sujeto, verbo y predicado, manejar más palabras de las que normalmente se utilizan y preparar determinadas sorpresas para que el lector diga que lo que lee está bien. Malgré moi, porque sería rico, no soy redactor de bestsellers, soy rico en palabras, en conmociones literarias, en sensaciones dentro de esta tribu de letraheridos a la que pertenecemos muchos, aunque sólo algunos seamos conscientes de nuestra pertenencia y militancia.

La Luna de Vilaponte tampoco es una luna cualquiera.
La Luna es una alcahueta, la espía de todos, la que chiva a los padres lo que hacen sus hijos. Siempre digo que la luna es un vaso de gin tónic en una tarde de verano.

La última por hoy: ¿qué poso te ha dejado la escritura de ‘El libro de Jonás’?
Sesenta años más IVA. [Mucha risa]. Después de pasar la vida por caminos conocidos y desconocidos, he llegado a un lugar donde el narrador quiere ser un tipo normal, que quiere gozar de la existencia y de su pareja todo el tiempo que le quede.

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