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Las verdades de Pinocho

Antonio Pérez Omister
Antonio Pérez Omister
lunes, 1 de noviembre de 2010, 08:05 h (CET)
“Yo vendo unos brotes verdes, quién me los quiere comprar, los vendo por embusteros, porque con ellos me quisieron engañar…”

Éste era el popular estribillo de un romántico bolero con el que el fabulista Zapatero y su particular Trío Calaveras nos quisieron engatusar para seducirnos y después abandonarnos en un descampado. Aquel descampado se ha convertido en un erial, en un desolado páramo donde no brota ni una brizna de hierba. Lo mismo que si el caballo de Atila hubiese pasado por allí. ¡Ni los brotes verdes de un mísero nabo!

Han pasado varios meses desde que expirara el plazo que el propio Zapatero se dio para una reactivación de la economía que jamás se produjo. Una mamarrachada más que añadir a la ya larga lista de patochadas chanantes. Como en un grotesco remake de “La noche de los muertos vivientes”, el Gobierno y sus medios de Desinformación y Propaganda, intentan revendernos por enésima vez la burra coja de que el mercado inmobiliario se está recuperando. Pero el sector está tan seco y tieso como la momia de Putifar. Hay que aceptarlo y resignarse: el “burbujón” reventó y no resurgirá de sus cenizas como el Ave Fénix, o como el conde Drácula de las pelis de serie B de la Hammer. Se acabó lo que se daba. Entre todos la mataron y ella sola se murió.

La economía española está clínicamente muerta. Aunque sigue conectada a una máquina que mantiene sus constantes vitales, ha entrado en un estado de coma irreversible. Y mientras esperamos un milagro que no va a producirse, a pesar de la reforma laboral que pretende devolvernos a la época de Charles Dickens y de los “contratos en prácticas” para jóvenes al más puro estilo Oliver Twist, nos conformamos con los chismes de alcoba de Belén Esteban, y con tener “la mejor liga de fútbol del mundo mundial”. Y parte del extranjero, cabría añadir.

Al paso que vamos, acabaremos todos y todas ejerciendo de improvisados strippers como los protagonistas de “Full Monty”. Pero, por más que nos quedemos en pelotas, si no hay nadie con un chavo en los bolsillos para pagar la entrada y presenciar nuestro despelote, nos desnudaremos en vano. De hecho, ya llevamos varios años desnudándonos por nada. “Working for nothing” como decían los esforzados braceros afroamericanos de La España del Tío Tom. ¿O era la “cabaña”? Tal vez fuese la piragua de Guillermo…

Lo más desalentador es que a este Gobierno de charanga y pandereta le quedan aún quince larguísimos meses para seguir languideciendo. Demostrando su ineptitud más allá de cualquier duda razonable, y pareciéndose cada día más al patético Consejo de Ancianos del poblado de cagones que en la serie de A3TV “Hispania”, se pasa la vida rindiéndose a los romanos de la Unión Europea. No importa a cuantos maten, que violen a sus mujeres y hagan esclavos a sus hijos: esos pendejos siguen rindiéndose una y otra vez. Besando los pies al despótico pretor-comisario de la UE.

Por su parte, Don Gerardone, nuestro querido miniyó de la Patronal (en el sentido italoamericano del término), nos ha hecho una oferta que no podemos aceptar: “Trabajar más por menos”.

Es decir, por menos de lo que ya lo hacemos, que es mucho menos de por lo que lo hacen en Europa. Y tú ¿por cuánto lo haces? Le pregunta una prostituta a otra para saber cómo se mueven las tarifas en el mercadillo libre del sexo de carretera y de polígono industrial. La única “industria” que nos queda.

La última vez que alguien hizo pública una oferta como la de don Gerardone fue en el antiguo Egipto, y los líderes sindicales de entonces, Aarón Toxo y Moisés Méndez, no dudaron en llevarse a los currifichantes que trabajaban en las subcontratas de Florentino Putifar construyendo las pirámides. Tres mil quinientos años después, nos quieren vender la misma burra coja del viejo Putifar: trabajar por amor al arte. ¡Menuda putifada!

Don Gerardone debería reunir a las Cinco Familias de la Patronal de Chicago: los Corleone, Tattaglia, Bonasera, Barsini y Napolitano, y plantearles una solución de compromiso para proponer a la clase obrera una oferta que sí pueda aceptar, en lugar de seguir blasfemando con “putifadas” como la de trabajar más por menos.

Cada asalariado, es, a su vez, un potencial consumidor. Si se reduce su salario, se merma también su capacidad de consumo, con lo que disminuye la actividad económica y se genera más crisis. A la postre, todos pierden, empresarios y trabajadores.

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