Alguien dijo en alguna ocasión que nada es eterno: todo fluye, nada permanece. A éste personaje (sin duda desconocido, aunque se la atribuya la frase a Heráclito) le siguieron otros muchos afirmando lo mismo y desafirmando lo antes afirmado. Hay sentencias negando la frase de todo tipo… desde eso de “la energía ni se crea ni se destruye…” hasta cuestiones ya más teológicas en las que, por cuestiones de espacio, sería aconsejable no entrar.
Todas ellas, de una u otra manera, hacen referencia al que considero uno de los pilares fundamentales de la existencia humana: en física es llamada cuarta dimensión… el tiempo. Se trata de lo más inasible de nuestra existencia. Se puede concretar una idea en palabras y se puede, incluso, describir con todo lujo de detalles a un individuo hasta hacer un retrato novelístico de lo más certero… pero el tiempo, el tiempo, ¿quién ha narrado en toda su complejidad el tiempo? Es más, ¿quién siquiera se ha acercado a tratar de asir un momento que, ya al pensarlo, se nos ha escapado?
Puede que el tiempo sea el verdadero talón de Aquiles de toda una generación de filósofos (alguien como Heidegger trata en cierto libro suyo de desentrañar el problema, ¿con éxito? Al menos sí en cuanto a longitud). El tiempo parece distanciar inicialmente a las generaciones y parece causar estragos en las personas de edad…el tiempo y la oxidación y los años y demás.
No hay dos planetas en los que se pueda medir el tiempo por igual (y me acaban de aclarar una cuestión sobre el “tiempo relativo” en cuanto a Einstein que tiene su miga) ni dos edades del hombre en la que el tiempo transcurra de idéntica forma. ¿Percibimos el tiempo de igual manera en la juventud que en la vejez? Cambia el tiempo y cambiamos nosotros con el tiempo y cambian, aunque parezca mentira, los personajes famosos en los diarios y son otros los que ahora son conocidos y serán otros los que ahora lo son, porque “ahora” es ya “ayer” y “ayer” fue “ayer” cuando el “hoy” no existe.
Y a su vez, aquí nos topamos con la más sublime paradoja del asunto, el tiempo no puede ser cambiado porque ya ha pasado y el presente es sólo una acumulación de hábitos que deberían repetirse en el futuro. Así, estas palabras ya forman parte del pasado mientras las escribo y, en cierta forma, de la Historia (no me consideren tan “subido”, denme un poco de “tiempo”).
Así, la Historia no podría ser cambiada porque los hechos están ahí y desde lo más antiguo de la filosofía… que si Aristóteles y demás, que si un poco de ser en cuanto ser y demás y que si un poco de objetivismo y otro poco de determinismo sazonado con unas gotas de existencialismo…llegamos a la dramática conclusión que la Historia permanece y no debería ser cambiada porque los hechos del pasado han configurado nuestra particular psique colectiva y es precisamente debido a esos hechos por lo que ahora somos como somos y hacemos lo que hacemos y somos tan demócratas como somos (o no).
Viene a cuento todo esto (al fin) de la reciente “moda” (nada pasajera) en la que nuestros dirigentes, de una manera más o menos hábil, tratan de recomponer lo que fue lo que algunos llaman Historia. Dicen que los hechos son inamovibles, pero alguien opina que hay estadísticas para todo y para defender cualquier idea, por muy estúpida que ésta pueda llegar a ser. Condenamos ahora lo que defendemos a la vez en otra forma y en otro espacio mientras defendemos lo que no puede ser defendido, dando la vuelta al término y callando un poco cada día. Condenan tranquilamente algo llamado “discriminación” y alzan los gritos al cielo defendiendo algo llamado “discriminación positiva”. Niegan ahora la evidencia: los sexos son diferentes y no hay dos hombres iguales cuando obviamos el útlimo término de la frase (ante la ley). Una sociedad que nos afirma a todos y nos parece negar a todos. Nos afirma en la prohibición muchas veces anti-natural, nos afirma cuando nos niega la capacidad de decisión… será el Estado quién decida por nosotros, serán ellos los que velen por nuestra seguridad y nuestro correcto entendimiento, por nuestra vida y nuestra salud.
Y eso, señores, no es filosofía. Sólo demagogia.
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