Qué agradable es cuando ciertas instituciones que a veces se nos presentan anquilosadas y añejas, como la Real Academia de la Lengua Española, dan muestras de que siguen vivas y de que poco a poco y lentamente se van adaptando a la realidad social.
Pienso en mi amigo Antonio, poeta, cantautor y filólogo y me entra el pánico. Asumo de antemano que es probable que deteste este artículo, pero hoy quiero sacar la lengua (eso sí, “de buen rollo” y con todo mi respeto) a los puristas.
La lengua española está viva y, por ende, está sujeta al cambio. Una lengua que no evoluciona muere si no es capaz de adaptarse a las necesidades de los grupos sociales que la hablan (neologismos, préstamos entre idiomas, palabras en desuso...).
En los últimos meses la RAE nos ha presentado la Nueva Gramática de la lengua española y el Diccionario de Americanismos, que parecen ir acompañados de un talante integrador respecto al español en América Latina que durante siglos ha sido menospreciado por la Academia.
Pero no todo son alegrías. La RAE sigue enarbolando la bandera de la corrección intachable y para ello ha creado su nueva Ortografía, expropiando la lengua a los y las hablantes y modificando el uso de esta a su antojo.
Es importante reflexionar sobre el lenguaje que empleamos para descubrir cómo el sistema lingüístico que utilizamos contribuye a la discriminación sexual, para así poder oponerse y plantarle cara.
Recurriendo con frecuencia al diccionario, podemos demostrar que existe todo un acervo de términos y expresiones que ofenden y ultrajan a las mujeres, mientras que no existen las palabras equivalentes para los varones.
Este hecho expone principalmente dos ideas relevantes para la escritora Laura Freixas: que el lenguaje nos impide (me incluyo) ser sujetos universales representativos de toda la humanidad (para los medios representamos lo particular, lo específico) y que dicho lenguaje a su vez está empapado de ideología; una ideología patriarcal y misógina que no escapa de los círculos culturales, que atribuye valores negativos a todo lo relacionado con lo femenino y que sitúa sistemáticamente a las mujeres en el ámbito del amor, la sexualidad y la maternidad creando multitud de vacíos léxicos, es decir, palabras que solo pueden utilizarse aplicadas a uno de los sexos. No tiene su correspondencia en el otro género. Quizás quede más claro si le cedo la palabra a la propia Laura:
“«Las progres ligábamos un montón. Éramos unas verdaderas…».
¿Unas verdaderas qué?... ¿Cómo se llama a alguien que tiene muchas parejas sexuales? Se me ocurría mujeriego, casanova, donjuán, pero claro, no eran aplicables (¿hombreriegas?, ¿doñas juanas?)… ¿Y en femenino? Una palabra que designe a la mujer que tiene muchos amantes… Ahí sí que el diccionario venía en mi ayuda:«Las progres ligábamos un montón. Éramos unas verdaderas ninfómanas, zorras, mujeres públicas, fulanas, lagartas, suripantas, mesalinas, pelanduscas, más putas que las gallinas…». (¿Ayuda, dije que me prestaba el diccionario?...)”.
No hay que olvidar que existen muchas palabras que en género masculino tienen un significado y en femenino otro muy “distinto”. En la mayoría de las ocasiones, el género femenino tiene connotaciones despectivas.
El lenguaje, al igual que el género, es una construcción social que además de reflejar la desvalorización de lo femenino, contribuye a reforzarla. El lenguaje es el principal mecanismo de comunicación y vehículo del pensamiento ya que representa el medio de información y de transmisión de conocimientos más básico y es un instrumento que nos permite definir las ideas y todo nuestro entorno.
El sistema lingüístico determina en cierta forma la mentalidad colectiva y la conducta individual y social. Nos enseñaron que la lengua es neutra y que el masculino sirve para el genérico y universal. Si decimos “la Historia del hombre”, ¿debemos suponer que también se refiere a nosotras las mujeres? ¿Por qué? Hemos seguido estos criterios socialmente aceptados sin darnos cuenta de sus consecuencias, sin pensar lo discriminatorio que resulta incluir a la mujer dentro del genérico masculino, porque la hace desaparecer, la invisibiliza. Y lo que no se nombra sabemos muy bien que no existe, especialmente en los medios de comunicación. Por eso, la utilización del masculino como genérico, no nombra a las mujeres y la falta de referencia de éstas lleva a su inexistencia.
Las normas de uso del género gramatical no tienen en cuenta a las mujeres. El femenino se forma a través del masculino, como en el Génesis, el femenino sigue siendo la costilla de Adán.
El lenguaje, pues, nos ofrece grandes posibilidades entre las que escoger a la hora de expresar aquello que queremos contar. De nuestra propia sensibilidad y formación depende el que vayamos eligiendo unas u otras formas, aunque lógicamente esos cambios difícilmente se van a conseguir de un día para otro, pero es importante empezar a ser conscientes de ello y tomar una posición al respecto.
El lenguaje puede ser un instrumento de cambio, pero no puede ser el único. Al mismo tiempo hay que transformar las relaciones sociales entre mujeres y hombres, hacer un cambio estructural desde la propia base educativa y que ese cambio se manifieste en el lenguaje.
Quizás algún día los cambios profundos en la lengua tengan que ver con el lenguaje sexista. No voy a echar todavía las campanas al vuelo. Prudencia, paciencia y perseverancia. Todo llegará…
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