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¿Justicia, venganza?, o ¿trampa saducea?

Miguel Massanet
Miguel Massanet
sábado, 11 de diciembre de 2010, 08:13 h (CET)
En muchas ocasiones, especialmente cuando se ha creado un clima enrarecido con relación a un determinado tema, resulta prácticamente imposible determinar hasta donde llega el sentimiento verdadero de justicia; hasta donde influye, en un colectivo, el deseo de venganza por haber salido perjudicado en sus intereses y hasta donde interviene el factor subyacente de quienes son los que mueven, bajo mano, los hilos que han dado lugar o provocado los acontecimientos causantes de que se haya producido las eventos que se enjuician. La Revolución francesa fue un ejemplo de un melting entre aquellos que odiaban la monarquía, la miseria de un pueblo sojuzgado por los terratenientes y la nobleza y, la influencia solapada de otros grupos que, con aquella revolución, esperaban salir beneficiados en sus propios intereses. Una mezcla explosiva que, cuando explotó, no hubo nadie que la pudiera controlar y que fatalmente fue la causante de una matanza indiscriminada, en la que fueron ajusticiados sumariamente, tanto los causantes del descontento popular como aquellos inocentes que pagaron, simplemente, por no ser revolucionarios o por ser gente acomodada que nada tenían que ver con los excesos monárquicos de Luis XVI y María Antonieta. La revolución se extendió por toda Francia y comenzó “la Grande Peur”. El Club de los Jacobinos, con miembros como Robespierre, Danton, Fouché, Marat y Saint Just, entre otros, jugaron sus bazas políticas para hacerse con el poder y, una de ellas, fue la eliminación sangrienta de sus enemigos, lo que se conoció como el Reinado del Terror.

¿Fueron justos los motivos del levantamiento del pueblo contra el régimen monárquico de Luis XVI? Evidentemente sí, ¿se utilizó aquella revolución por determinados grupos para justificar muertes de personas inocentes, pero que se oponían a que asumieran la dirección de la nación, para imponer en ella un régimen despótico? Obviamente sí. Ahora, cuando ya han pasado unos días del desgraciado incidente de la huelga salvaje de los controladores, una vez sedimentada y aplacada la indignación de aquellas personas que sufrieron en sus carnes los efectos de aquella cacicada injustificable; creo que debe llegar el momento del análisis de lo que sucedió, teniendo en cuenta las informaciones que se han ido publicando al respecto. En primer lugar, deberemos reconocer que el conflicto de AENA con el colectivo de controladores ya es endémico, lleva años cociéndose a fuego lento y, si bien, es probable que se les diesen demasiados beneficios, se les consintiesen actitudes corporativas y se les pagaran cantidades que pueden resultar, a la vista del común de los españoles, desproporcionadas y excesivas; no se debe olvidar que, con la entrada en el ministerio de Fomento, del señor Blanco, este ministro, en un acto autoritario, decidió que se les bajasen las retribuciones en un 50% lo que, si lo consideramos objetivamente, a nadie le resultaría un plato de su gusto.

Quiero decir que, cuando se produce una situación conflictiva, es conveniente buscar a quien, en definitiva, le resulta favorable, el ¿qui prodest?, de los romanos y, en esta ocasión debemos reconocer que a los controladores poco les ha beneficiado esta locura que han cometido. Entonces, siendo gente ilustrada, ¿cómo ha podido ocurrir que, colectivamente, se hayan dejado arrastrar a cometer tal torpeza? Evidentemente, ha sido por haber llegado a un punto de paroxismo que, los unos con los otros, se han contagiado para actuar, al alimón, de una manera tan suicida. Sin embargo, aquí hay una parte que ha salido beneficiada de todo este revuelo. Es notorio que, desde que ocupó su cargo de ministro de Fomento, el señor Blanco ha entrado a saco para desmontar los “privilegios” de este sector, integrado por los controladores. En su contra ha lanzado una batería de acusaciones, las unas ciertas y las otras amañadas, que ha anunciado a bombo y platillo para crear una fobia entre los españoles que pronto han descargado sobre ellos las culpas de todas las incidencias que se han dado en los aeropuertos españoles, fuera eso cierto o no. Últimamente arreciaron las soflamas del ministro, hasta el punto que sólo le faltó tacharlos de delincuentes comunes. Se ha hecho de las elevadas retribuciones que percibe este colectivo, caballo de batalla para descalificarlos, utilizando un argumento, que suele calar muy hondo en los españoles que son proclives (muchas veces por envidia) a satanizar a todos aquellos que viven mejor que ellos, con el añadido de que, en general, se alegran de ver descabalgar de sus puestos a aquellos a los que envidian. No hay duda de que, un decreto que se acordó en un viernes, antes de un puente de cuatro días; que añadía una guindilla más al contencioso con los controladores, suponía poner en pie de guerra a unos señores, que se vienen sintiendo acosados desde hace años. ¿Hay alguien, medianamente inteligente, que pueda pensar que, esta posibilidad, no se le ocurrió al Ejecutivo? ¡Imposible!

Tanto es así que, la señora Chacón, la ministra de Defensa, puso en estado de prevención al Ejército aquella misma mañana del viernes, lo que deja claro que ya se barruntaba que los controladores no se tragarían “el regalito” que les endosaban, de buena gana. ¿Por qué, entonces no retrasaron la publicación de este decreto hasta pasadas las Navidades? No se comprende, puesto que el problema viene de años y, unos días más, poco iban a significar. La explicación, para mí, es evidente. El señor ZP y su Gobierno están pasando por la situación más complicada de las dos legislaturas; el paro no remite; desde fuera de España no se fían de nosotros; Alemania está en contra de que sigan dando ayudas a las PIIGS; se ha acusado al señor Presidente de falta de decisión y de retrasar la puesta en práctica de medidas como la reforma laboral o las mismas pensiones; vamos endeudándonos cada vez más y, lo peor, cada vez tenemos que pagar más para conseguir colocar nuestra deuda, en fin, que si fuera de España pintan bastos, no podemos decir que, en el interior de nuestro país, con unas encuestas cada vez peores, con el desastre de Catalunya y con los índices de desconfianza de los ciudadanos, respecto a la capacidad de ZP y su Ejecutivo para sacarnos de la crisis cada vez peores, no se puede decir que se encuentre en el mejor momento de su mandato.

Hete aquí que, muy probablemente fruto de la mente retorcida del señor Rubalcaba, con el apoyo de Pepín Blanco, que ya no sabía como salirse de tamaño enredo, y el visto bueno de ZP ¿qué mejor que armar una algarada de no te menees, aprovechándose de un gremio sulfurado, dominado por sus demonios personales y propicio a caer en la tentación de cometer una barbaridad? Dicho y hecho. El plante; la declaración de la situación de alarma; 300.000 pasajeros clamando venganza y un salvador, ZP, que aparece exultante en el Parlamento y se pone todas las medallas; las consabidas alusiones al orden público, al patriotismo, y el anuncio del gran Armagedón contra los culpables. ¿De verdad hay alguien que piense que los controladores cometieron sedición? Incurrieron en responsabilidades civiles, de las cuales deberán responder ante los tribunales; pero ¿sedición?, un ¿estado de alarma? El señor Pompidu estaba en contra, luego ha dado la vuelta a la tortilla, siempre a las órdenes de sus protectores. Si los controladores hubieran hecho el preaviso de huelga con tiempo, anunciando que la llevarían a cabo estos cuatro días del puente, ¿se hubiera atrevido el Gobierno a declarar el estado de alarma?; estén seguros de que no, porque no es la primera ni la que hace veinte ocasión en que personal de tierra, pilotos y los mismos controladores, han hecho huelga en situaciones similares, con parecidos perjuicios y a nadie se le ha ocurrido acusar a los huelguistas de sedición. Pero, ZP ha chuleado de enérgico ante la UE, ¡objetivo conseguido!

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