Hace una semana me descubrí en un bar de copas sentada junto a dos personas que no decían absolutamente nada. El común de los mortales tendemos a angustiarnos en este tipo de situaciones. Yo incluso llegué a pensar que si volvía a quedar con ellos – cosa bastante difícil -, me prepararía antes un tarjetón con preguntas del tipo “Cuál es tu color favorito o qué opinas sobre el hambre en el tercer mundo”. En Occidente el silencio nos es profundamente incómodo, desasosegante, mientras que los orientales, por ejemplo, aprovechan el mutismo para meditar sobre el roel de agua que deja el botellín de cerveza en la mesa o aquella mosca que pasa volando y ¡zas!, la cazan con unos palillos.
Esta semana hilvano palabras para “hablar” sobre el silencio, una paradoja increíblemente certera, pues a veces el silencio habla a gritos y también a veces las palabras son huecas.
Para el compositor John Cage no hay manera de experimentar el silencio si uno está vivo - ¡paradoja!-, si no lo estás como vas escucharlo entonces… Claro que el teórico musical lo definía como abandono de la intención de oír y para mostrarnos este abandono grabó una pieza en la que un pianista se sentaba junto a un piano durante 4’33’’ sin tocar una sola tecla. Luego, John, también el silencio es el abandono de la intención de ruido… ¿O es que en el silencio podemos escuchar el susurro inaudible de algún arcano secreto? Porque es el silencio la morada de los secretos.
De lo que no cabe duda es que existe, pues sino cómo es posible pensar en ello. De hecho, los místicos del Medievo y también los poetas, que son los grandes entendidos en silencio, cuando escribían sobre lo inefable, cuando creaban palabras para contar lo que nadie antes había dicho, estaban también hablando del silencio. Sólo que entonces ya no era silencio, era el wikileaks de aquel tiempo.
Imaginen el discurso insustancial de un mitin político, promesas vacías, ruidos que rompen en aplausos que rompen en ruido de nuevo - ¿qué demonios es lo que ha dicho?- Ahora imaginen cinco minutos de silencioso mutismo en el Congreso. Terrorífico, ¿no les parece? Como la paz que precede a un tsunami o como mi amiga Laura, que cada vez que ve un mimo en las Ramblas de Barcelona sale corriendo. A mí me ocurre los mismo con el debate televisado del Estado de la Nación, le bajo el volumen a la tele y tiemblo. Cuántos más sentidos oculta el silencio.
Lo poesía siempre ha buscado fórmulas de describir el silencio por medio de imágenes. Para Mallarmé el silencio tenía voz propia. Decía el poeta que el blanco de la página afectaba a las palabras mismas hasta incluso devorarlas y así plasma el vacío magistralmente en su Coup de dés, donde el silencio de la página en blanco simboliza las infinitas posibilidades de la escritura cuya concreción es puro azar.
El silencio más significativo de los últimos tiempos es una silla vacía. La presente ausencia del Novel de la Paz, el disidente chino Liu Xiaobo, durante la entrega del premio es la mejor prueba de que el silencio tiene voz, una voz desgarradora, pero una voz, al fin y al cabo, que nadie podrá callar nunca, porque preexiste a la palabra y es símbolo de lucha por las libertades y símbolo también de la verdad que siempre acaba pujando por salir por mucho que haya quien pretenda amordazarla.
También el silencio que habla a gritos en la censura, en el exilio de innumerables intelectuales cuyas ideas se vigorizan, se vuelven ideal en el obligado mutismo. Los que ayer hubieron de hablar en la distancia (Pio Baroja, Jorge Guillén, Alberti, Pedro Salinas, Antonio Machado, Max Aub, José Lezama Lima, Virgilio Piñera…); los que hoy callan a gritos sin poder volver a su propia casa (Rolando Sánchez Mejías, Zoe Valdés, Gao Xingjian, Huang Xiang…).
En conclusión, el silencio es . Y a veces también , aunque la mayoría del tiempo pensamos que es . Y esto es lo único incuestionable que se puede decir de él.
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