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Ángel Ruiz Cediel

Cuando las estrellas mueren

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Betelgeuse (alfa-Orionis), es una gigante roja situada entre 600 y 800 años luz de la Tierra, en la constelación de Orión (en su hombro de derecho). Las mediciones interferométricas arrojan que tiene una masa de unas veinte veces la de nuestro sol y unas cuarenta millones de veces su tamaño, siendo tales sus dimensiones que, si la superpusiéramos sobre nuestro sol, su superficie estaría muy cerquita de la Marte, e incluso es posible que llegara más allá de Júpiter.

En estos días Betelgeuse está un tanto de moda porque se muere, mostrando ya asimetrías observables propias de la contracción asimétrica que precede a su estallido. Según del Dr. Carter, de la Universidad de Southern Queeensland, Australia, es algo que puede pasar en cualquier momento entre ahora mismo y dentro de cincuenta mil años, y según el Dr. Tatebe de la Universidad de Berkeley, EEUU, es algo que ya sucedió hace 590 años, que lleva algunos meses perturbando nuestro sol y nuestra ionosfera, y algo que veremos con nuestros propios ojos en los próximos meses, en los que contemplaremos en vivo y en directo su explosión de Supernova Tipo II, convirtiéndose la novena estrella en magnitud de brillo que se puede observar desde la Tierra en una nebulosa, o quién sabe si en un agujero negro. En cualquier caso, y según este último doctor –tan doctor y tan experto en Astronomía como el anterior, y ambos titulados y directores de departamento en importantes universidades-, es posible que durante algunas semanas podamos contemplar dos soles en el cielo, siendo tal que, si nuestro sol estuviera al otro lado de Betelgeuse respecto de la Tierra, no habría noche en nuestro planeta, y si del mismo, pues eso, que calorcito del bueno.

Nada hay de extraño en que los doctores en Astronomía se enreden en dimes y diretes sobre cuestiones parecidas, si bien choca un poco que compartiendo los rigurosos datos procedentes de los mismos satélites y de parecidas observaciones, sus opiniones sean tan contrarias. Pero es que sorprende mucho más que, al mismo tiempo, se estén publicando imágenes de nuestro universo desde su formación, el cual cuenta miles de millones de años de antigüedad, y que, sin embargo, estén discutiendo con tal acritud sobre un hecho que, teóricamente, se ha producido hace sólo 590 años o no se ha producido todavía. Para volverse locos, en fin. Para volverse locos, sí, porque la muerte de una estrella genera una emisión de Rayos Gamma y X capaces de hacer fosfatina a cuanto la rodea, como muy bien sabemos en la Tierra por la extinción masiva que produjo la explosión de otra estrella allá por cuando el Pérmico, hace unos doscientos cincuenta millones de años. La cosa en esto, claro, tampoco pone de acuerdo a los doctores, ya que para el Dr. Carter estamos más allá de la distancia de seguridad y la explosión de Betelgeuse no será sino como ver una estrella un poquitín más brillante, y para el Dr. Tatebe cosa de echarse a temblar, porque ante la lluvia de radiaciones y neutrinos que provoca la explosión de una estrella, no hay cueva, por profunda que sea, en la que refugiarse. Vamos, como para tomar medidas... del ataúd.

Ante discrepancias semejantes de doctores tan cualificados, uno se pregunta que qué clase de datos son ésos que pueden arrojar un resultado… y su contrario, y se responde que deben ser algo así como las encuestas políticas, que, sean cuales sean, todos los partidos salen como ganadores. Unas discrepancias lo bastante grandes como para que, so capa de unas u otras conjeturas, sean aprovechadas lo mismo por amantes de la Astronomía como por apocalípticos, quienes en esto ven una confirmación de las profecías mayas, un guiño del omnipresente Nostradamus o una oportunidad sin igual para que los bichos de otros planetas nos conquisten, porque los suyos ya fueron destruidos por la fenomenal explosión con que expiró Betelgeuse. Increíble, pero cierto, no tienen más que dar un ojeo a Internet. Como con la política, vaya.

El nacimiento de una estrella, según la tradición, supone para el inconsciente colectivo un fenómeno de crucial trascendencia, frecuentemente asociado al nacimiento de un avatar o a un cambio de paradigma en la Tierra. Así en la Tierra como en el Cielo, ya saben. Esto es lo que dicta la tradición, especialmente por cuanto a la Astrología se refiere, esa ciencia que vincula estrechamente los sucesos celestes con los terrenales, asumiendo que el hombre forma parte del tejido universal y, en consecuencia, se replica en él cuanto sucede en su entorno celeste. Una ciencia integral de la que nace la Astronomía, pero que cuenta con miles de años más de antigüedad en todas las culturas que esta ciencia matemática que, curiosamente, pone en franca discrepancia a los astrónomos, a pesar de la tozuda simplicidad de los fríos datos observados. Y si según la Astronomía la muerte de una estrella como Betelgeuse puede tener o no importantísimas consecuencias para la existencia de la vida en el planeta Tierra, imaginen lo que representa para la Astrología el suceso: si con el nacimiento hay un cambio positivo de paradigma, a menudo vinculado al nacimiento de un avatar (Jesús, por ejemplo), ¿qué no será el cambio de paradigma con la muerte de otra de la importancia de Betelgeuse?...

Por una parte, las emisiones de Rayos Gamma y X provenientes del espacio crecen de forma exponencial; por otra, el Sol, sufre perturbaciones que algunos astrónomos asocian a estas emisiones masivas procedentes de Betelgeuse y a un acto de respuesta ante la agresión que sufre la corona solar; y por otra, en la Tierra se suceden hechos que de ninguna manera están siendo bien explicados, produciéndose desde hace unos meses a esta parte el suicidio masivo de distintas especies de pájaros o de peces en buena parte de la geografía planetaria. Y, por lo común, al menos últimamente, esto está sucediendo sólo a una especie cada vez, como al mirlo de pico rojo en Oklahoma, cuando queda claro que en los aires de ese estado norteamericano debe haber algún tipo más de pájaro que vuele al mismo tiempo que éstos. Y lo mismo se puede decir con las demás especies que se han suicidado en los últimos meses, desde los pulpos cuyos cadáveres inundaron 9 km de playas en Portugal, a los pájaros, peces y delfines que mueren masivamente sin causas conocidas desde Missouri a Noruega.

Uno está al tanto de lo mufa que es Zapatero, pero dudo que su influencia pueda llegar tan lejos como a Betelgeuse. A lo peor –y sólo es un a lo peor-, Zapatero y el PSOE no son sino otro efecto negativo de la muerte de esa estrella. El apocalipsis está aquí, y, de suceder lo que advierten los astrónomos más pesimistas, prepárense, porque gana las próximas elecciones. ¡Que el Cielo –ése que no estalla-, nos coja confesados!

Cuando las estrellas mueren

Ángel Ruiz Cediel
Ángel Ruiz Cediel
jueves, 27 de enero de 2011, 08:10 h (CET)
Betelgeuse (alfa-Orionis), es una gigante roja situada entre 600 y 800 años luz de la Tierra, en la constelación de Orión (en su hombro de derecho). Las mediciones interferométricas arrojan que tiene una masa de unas veinte veces la de nuestro sol y unas cuarenta millones de veces su tamaño, siendo tales sus dimensiones que, si la superpusiéramos sobre nuestro sol, su superficie estaría muy cerquita de la Marte, e incluso es posible que llegara más allá de Júpiter.

En estos días Betelgeuse está un tanto de moda porque se muere, mostrando ya asimetrías observables propias de la contracción asimétrica que precede a su estallido. Según del Dr. Carter, de la Universidad de Southern Queeensland, Australia, es algo que puede pasar en cualquier momento entre ahora mismo y dentro de cincuenta mil años, y según el Dr. Tatebe de la Universidad de Berkeley, EEUU, es algo que ya sucedió hace 590 años, que lleva algunos meses perturbando nuestro sol y nuestra ionosfera, y algo que veremos con nuestros propios ojos en los próximos meses, en los que contemplaremos en vivo y en directo su explosión de Supernova Tipo II, convirtiéndose la novena estrella en magnitud de brillo que se puede observar desde la Tierra en una nebulosa, o quién sabe si en un agujero negro. En cualquier caso, y según este último doctor –tan doctor y tan experto en Astronomía como el anterior, y ambos titulados y directores de departamento en importantes universidades-, es posible que durante algunas semanas podamos contemplar dos soles en el cielo, siendo tal que, si nuestro sol estuviera al otro lado de Betelgeuse respecto de la Tierra, no habría noche en nuestro planeta, y si del mismo, pues eso, que calorcito del bueno.

Nada hay de extraño en que los doctores en Astronomía se enreden en dimes y diretes sobre cuestiones parecidas, si bien choca un poco que compartiendo los rigurosos datos procedentes de los mismos satélites y de parecidas observaciones, sus opiniones sean tan contrarias. Pero es que sorprende mucho más que, al mismo tiempo, se estén publicando imágenes de nuestro universo desde su formación, el cual cuenta miles de millones de años de antigüedad, y que, sin embargo, estén discutiendo con tal acritud sobre un hecho que, teóricamente, se ha producido hace sólo 590 años o no se ha producido todavía. Para volverse locos, en fin. Para volverse locos, sí, porque la muerte de una estrella genera una emisión de Rayos Gamma y X capaces de hacer fosfatina a cuanto la rodea, como muy bien sabemos en la Tierra por la extinción masiva que produjo la explosión de otra estrella allá por cuando el Pérmico, hace unos doscientos cincuenta millones de años. La cosa en esto, claro, tampoco pone de acuerdo a los doctores, ya que para el Dr. Carter estamos más allá de la distancia de seguridad y la explosión de Betelgeuse no será sino como ver una estrella un poquitín más brillante, y para el Dr. Tatebe cosa de echarse a temblar, porque ante la lluvia de radiaciones y neutrinos que provoca la explosión de una estrella, no hay cueva, por profunda que sea, en la que refugiarse. Vamos, como para tomar medidas... del ataúd.

Ante discrepancias semejantes de doctores tan cualificados, uno se pregunta que qué clase de datos son ésos que pueden arrojar un resultado… y su contrario, y se responde que deben ser algo así como las encuestas políticas, que, sean cuales sean, todos los partidos salen como ganadores. Unas discrepancias lo bastante grandes como para que, so capa de unas u otras conjeturas, sean aprovechadas lo mismo por amantes de la Astronomía como por apocalípticos, quienes en esto ven una confirmación de las profecías mayas, un guiño del omnipresente Nostradamus o una oportunidad sin igual para que los bichos de otros planetas nos conquisten, porque los suyos ya fueron destruidos por la fenomenal explosión con que expiró Betelgeuse. Increíble, pero cierto, no tienen más que dar un ojeo a Internet. Como con la política, vaya.

El nacimiento de una estrella, según la tradición, supone para el inconsciente colectivo un fenómeno de crucial trascendencia, frecuentemente asociado al nacimiento de un avatar o a un cambio de paradigma en la Tierra. Así en la Tierra como en el Cielo, ya saben. Esto es lo que dicta la tradición, especialmente por cuanto a la Astrología se refiere, esa ciencia que vincula estrechamente los sucesos celestes con los terrenales, asumiendo que el hombre forma parte del tejido universal y, en consecuencia, se replica en él cuanto sucede en su entorno celeste. Una ciencia integral de la que nace la Astronomía, pero que cuenta con miles de años más de antigüedad en todas las culturas que esta ciencia matemática que, curiosamente, pone en franca discrepancia a los astrónomos, a pesar de la tozuda simplicidad de los fríos datos observados. Y si según la Astronomía la muerte de una estrella como Betelgeuse puede tener o no importantísimas consecuencias para la existencia de la vida en el planeta Tierra, imaginen lo que representa para la Astrología el suceso: si con el nacimiento hay un cambio positivo de paradigma, a menudo vinculado al nacimiento de un avatar (Jesús, por ejemplo), ¿qué no será el cambio de paradigma con la muerte de otra de la importancia de Betelgeuse?...

Por una parte, las emisiones de Rayos Gamma y X provenientes del espacio crecen de forma exponencial; por otra, el Sol, sufre perturbaciones que algunos astrónomos asocian a estas emisiones masivas procedentes de Betelgeuse y a un acto de respuesta ante la agresión que sufre la corona solar; y por otra, en la Tierra se suceden hechos que de ninguna manera están siendo bien explicados, produciéndose desde hace unos meses a esta parte el suicidio masivo de distintas especies de pájaros o de peces en buena parte de la geografía planetaria. Y, por lo común, al menos últimamente, esto está sucediendo sólo a una especie cada vez, como al mirlo de pico rojo en Oklahoma, cuando queda claro que en los aires de ese estado norteamericano debe haber algún tipo más de pájaro que vuele al mismo tiempo que éstos. Y lo mismo se puede decir con las demás especies que se han suicidado en los últimos meses, desde los pulpos cuyos cadáveres inundaron 9 km de playas en Portugal, a los pájaros, peces y delfines que mueren masivamente sin causas conocidas desde Missouri a Noruega.

Uno está al tanto de lo mufa que es Zapatero, pero dudo que su influencia pueda llegar tan lejos como a Betelgeuse. A lo peor –y sólo es un a lo peor-, Zapatero y el PSOE no son sino otro efecto negativo de la muerte de esa estrella. El apocalipsis está aquí, y, de suceder lo que advierten los astrónomos más pesimistas, prepárense, porque gana las próximas elecciones. ¡Que el Cielo –ése que no estalla-, nos coja confesados!

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