Muchas veces los debuts literarios traen consigo naturales falencias. La falta de experiencia narrativa no demora en pasar factura a los autores, y con mayor razón cuando sus primeros entregas están inscritas en la inmensa parcela de la novela. Por ello, se viene recomendando desde hace algún tiempo que los primeros pasos narrativos –con libro publicado, claro está- reflejen varios kilómetros recorridos, es decir, “algo” de experiencia vital.
Obviamente, esta no tiene que ser una ley. La edad poco o nada tiene que ver en los menesteres creativos. Sin embargo, por lo que vengo leyendo de la nueva producción narrativa en Latinoamérica, sintonizo con los que pregonan “esperar”, a no apurarse en publicar. Todo texto literario no solo debe exudar buen dominio del lenguaje, creo que ya estamos cansados de tanto malabarista de la palabra que a las justas transmite una sensibilidad que incomode al lector. Los libros de ficción no solo deben estar bien escritos, sino también exhibir cuotas de vida, semen y sangre que contribuyan a perfilar personajes creíbles. Los personajes son tremendamente claves en toda empresa narrativa. El éxito o fracaso de estas depende, casi siempre, de la concepción de su fisonomía moral.
Es por ello que me es grato recomendar la primera novela del escritor y crítico literario peruano Gustavo Faverón Patriau, EL ANTICUARIO (Peisa, 2010). Basta googlear su nombre para darnos cuenta de que estamos ante un letraherido consagrado a la literatura y, claro, también a la polémica. Su blog Puente Aéreo es uno de los más visitados. Hasta allí lo que nos interesa saber de la persona.
GFP ha sabido esperar. Muchos años como literato le han permitido entregarnos una novela, por donde se la mire, notable. En ella tenemos a Daniel, quien con los beneficios de los tratos bajo la mesa llevados a cabo por su familia, cumple una falsa condena, por haber asesinado a su novia, en un manicomio. Estamos ante un hombre que solo puede concebir la vida por medio de los libros y la estimulación intelectual. Un tipo que desde su niñez ha tenido el aura de ser raro y poco dado a la vida social. Aún así, ha sabido forjar relaciones de dependencia extrema, tal y como ocurre, principalmente, con su hermana Sofía y su amigo Gustavo. Es precisamente Gustavo quien empieza a visitarlo en el manicomio después de mucho tiempo, con la intención de conocer en verdad a quien creía conocer.
Estas visitas son la metáfora de un viaje a hacia la maldad de la condición humana. Y que mejor manera de experimentar el viaje que ubicando la pulsión narrativa en el género del policial-enigma. Los relatos que Daniel, “El anticuario”, le ofrece a su amigo son ante todo pistas que este deberá ordenar. Sin esperarlo, Gustavo se convierte en un involuntario detective del alma.
A medida que el lector hace suyos los mensajes cifrados, nos topamos con una visión subjetiva y dura de lo que se vivió en Perú en los años ochenta, aunque en la novela no se nos menciona esta realidad reconocible. Si no fuera por esta opción de confrontar dos realidades, no tendríamos la radiografía ambulante de los personajes, rubricados por la desazón infinita, el amor a medias o no correspondido, la complicidad en el crimen y el no declarado anhelo de redención.
Los alucinados discursos de Daniel son tributarios de no pocas tradiciones narrativas. Sin embargo, y quizá por la cantidad de letra devorada por el autor, la novela cae en una secuencia de repeticiones, matando en algo el misterio que tanto le costó resolver a Gustavo. Ello no desmerece lo que EL ANTICUARIO es: una gran primera novela.
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