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Etiquetas | El Legado de Olimpia

El mito de Ovrebo evita que se corte el merengue

Roberto Carrera
Roberto Carrera Hernández
jueves, 10 de marzo de 2011, 02:00 h (CET)
De nuevo en cuartos de final, y un año más cortando la progresión de un Arsenal que se empeña en dar la razón a los amantes del anti-fútbol. Seis años sin éxitos dejan al artístico experimento de Wenger en la cuerda floja. ¿Espectáculo o resultados? Si me dan a elegir, prefiero que mi abono deportivo me regale placer visual en dosis quincenales que un par de esporádicos orgasmos anuales. A la hora de echar cuentas a final de curso, eso es cierto, no gusta. Pero siendo realistas, ¿usted sigue alegrándose por aquel ‘10’ en Sociales de hace veinte años? Seguro que en Milán nadie ríe ya por la Champions. Usted me entiende.




Bussaca eleva la bola magistralmente sobre Almunia. Ah no, disculpen. Fue Messi. (EFE)

Elegir suele provocar insatisfacción. Por eso, si cuenta con todo, la frustración se cambia de vecindario. El Barça sigue alargando su época de leyenda con un estilo que si no se disfruta, envenena la sangre. El Arsenal salió al Camp Nou con las ideas claras: dos pasos atrás y tenemos opciones. Jugando como siempre, hostia que te quiero. El final ha sido el mismo, pero la intención más acertada. El Barcelona controló, disparó, aguantó, tocó y conquistó la pelota tras su habitual cortejo de Don Juan futbolero. Fue mejor, y aunque el fútbol no entiende de justicia, su pase es motivo de celebración. ¿Bussaca blaugrana? Sonrisa y punto y aparte.

Seamos claros. La expulsión de Van Persie no debería haberse producido. Si todas las jugadas de similar desarrollo terminaran con cartulina para el autor, los encuentros terminarían sin jugadores. Pero no quiero entrar en discusiones pegajosamente triviales sobre si el reglamento dice misa o el árbitro debe bailar una jota. No me interesa, porque como decíamos, el pasado dejará de importar por su propia condición de antiguo. Y con lo que nos cuesta recordar, bastante tenemos con dejar hueco para los vencedores. Otra cosa es si usted no disfruta. Si la sangre se tiñe de oscuro. Ahí el tema se vuelve obscenamente interesante. ¡¡Ovrebo!! Replican desde el mar de frustraciones. Y me digo yo, ¿quién carajo es ese?

El nuevo panorama futbolístico está arruinando el estatus quo tradicional. Se ha pasado demasiado rápido del ‘equipo franquista’ al ‘villarato’, sin transiciones ni gaitas. Y no es fácil de asumir. El Real Madrid se ha topado de bruces con un equipo que, por un millar de casualidades de todo tipo, ha creado un proyecto que por único, está rompiendo los esquemas históricos de toda la vida. Y vale que Gibraltar sea inglés, pero un Madrid segundón, para mucha España profunda, es simplemente inaceptable. Y vuelan los millones, y las presiones mediáticas, y la necesidad rabiosa de encontrar defectos en el rival y exaltarlos compulsivamente. Y el Madrid sigue viéndose segundón. ¡¡Ovrebo!!, ¡¡Ovrebo!! Que sí. Que vale. Que no cuela, hombre.

El equipo blanco ha sido nombrado mejor club del siglo XX, y es reconocido mundialmente como el club más importante del planeta gracias a un palmarés incomparable. Ningún cántico en ninguna grada argumentando su condición de equipo gubernamental afectará a la historia del balompié. Lógicamente, tampoco pasará con este Barça de cuento. Dejar que el hilo de intereses con el que se ha estado tejiendo el ovillo blanco envenene el cerebro del aficionado es pura crueldad, pero también de idiotez voluntaria. Messi y compañía están haciendo historia, más allá de opiniones mercantilmente fabricadas y horrorizadas ante un nuevo contexto que derrumbe su castillo de naipes. Este cambio tan profundo es aire fresco para el fútbol internacional. No toca destruir, toca copiar. Lo demás es simple pérdida de tiempo. Entre otros, el bueno de Tom Henning Øvrebø. Recuerden este nombre si quieren. Porque sus nietos no lo harán.

 
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