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El Conde Ciano, Pío XII y el No de Lugo a Gadafi

Luis Agüero Wagner
Luis Agüero Wagner
lunes, 4 de abril de 2011, 07:27 h (CET)
Dice la historia de la Segunda Guerra Mundial que en julio de 1943, después del desembarco aliado en Sicilia, el Consejo Fascista se reunió para juzgar la actuación de Mussolini. Entre el grupo formado por 18 personas se encontraba el propio yerno de Mussolini, conde Galeazzo Ciano. La mayoría secundó a Grandi en su moción de deponer al Duce. Esta actitud le valió la orden de detención del gobierno fascista. De los 18 miembros, la mayoría había huido o estaban ocultos. Sólo 6 comparecieron ante el tribunal, que los juzgó por traición.

La hija de Mussolini, Edda Ciano, testimonió en “Piquete de Ejecución para un Fascista” que ante el inminente epílogo de la vida de su marido, golpearon por varios días las puertas del Vaticano. Como ex diplomático, ex ministro del Exterior y representante del gobierno de Italia ante la Santa Sede, Ciano esperaba la piedad de ser acogido por la Iglesia en momentos en que su vida pendía de un hilo.

Sin embargo, los tonsurados cerraron las puertas al otrora amigo en desgracia, del que sólo habían obtenido beneficios, a pesar de ser conscientes del trágico final que le esperaba.
El día 10 de enero de 1944 el tribunal sentenció a muerte a cinco de los seis acusados y el 11 se cumplió la sentencia, en el fuerte Procolo, a pocas millas de Verona. Los condenados, incluido el yerno de Mussolini, fueron fusilados por la espalda.

La ejecución fue una carnicería, “una matanza de cerdos”, diría uno de los testigos alemanes. Cuatro de los condenados, Ciano entre ellos, se derrumbaron con sus sillas, y quedaron en el suelo, retorciéndose y quejándose; el quinto, se mantuvo sentado, aparentemente indemne. Después de unos instantes de espantoso silencio y desconcierto, parte de los fusileros comenzó a disparar contra los que agonizaban y contra el que seguía sobre la silla, hasta que también cayó al suelo. El capitán que dirigía la ejecución, Nino Furlotti, ordenó el alto el fuego y remató a los caídos con tiros de pistola en la sien.
En la primera descarga, Ciano recibió cinco disparos en la espalda, cayó hacia atrás y quedó en el suelo, pidiendo, débilmente, auxilio; Furlotti le disparó dos tiros de gracia y dos funcionarios alemanes se acercaron para certificar su muerte.

Mussolini estuvo a punto de enloquecer al dejar viuda a su hija y huérfanos a sus nietos, pero él mismo ya era para entonces un prisionero de Berlín. Cuenta su confesor que decidió entonces volver a convertirse al catolicismo, el mismo que había tenido gran parte de la culpa en la tragedia familiar.

Hay que reconocer, en honor a la verdad, que el “Santo Padre” no siempre olvidó a los suyos, como lo hizo con el Conde Ciano. Cuando a principios de la década de 1980 el Vaticano decidió proteger al cardenal Marcinkus de la justicia italiana, que lo involucraba por quiebras bancarias fraudulentas, no dudó en esgrimir el Pacto de Letrán entre el Duce y el Papa.

Guerra en el imperio colonial italiano

Precisamente en una antigua colonia del imperio colonial italiano que Mussolini había pretendido construir, un viejo aliado de la izquierda latinoamericana pasa por sus horas más difíciles, debatiéndose entre una guerra civil y un bombardeo “humanitario” de la OTAN.
No se trata, obviamente, de un aliado cualquiera. Gadhafi, cabeza de la revolución de los beduinos de 1969, es autor del famoso “Libro Verde” que muchos anti-imperialistas e izquierdistas de América Latina llegaron a estudiar en sus universidades populares, como parte de su formación ideológica.

Un advenedizo en ese ámbito, el obispo católico y presidente Fernando Lugo, intentó quedar como un héroe criticando el bombardeo a Libia unas semanas atrás. Como ha sido una constante en su presionable y claudicante actitud, poco después se acobardó y le dijo No a Gadafi.

Una llamada telefónica del presidente de Irán, Mahmoud Ahmadineyad al presidente de Paraguay, Fernando Lugo, en medio de la madrugada, generó especulaciones sobre que el verdadero motivo sería solicitar a Paraguay que accediera a recibir a Moammar Gadhafi como refugiado político.

Según la versión oficial del gobierno paraguayo, durante el diálogo telefónico, ambos mandatarios hablaron sobre el comercio de carne vacuna, soja y otros productos entre ambas naciones, aunque nadie dio crédito a dicho trascendido.

Cuando la prensa especuló con que el mandatario iraní "habría sondeado un asilo para Gadhafi", cundió el pánico en las filas luguistas.

El canciller Lara apareció desesperado en los medios para aclarar “no hay nada, nada en absoluto", al responder sobre el tema. Otro tanto hizo el jefe de gabinete de la Presidencia, Miguel López Perito.

El cura Fernando Lugo fue aún más lejos y declaró a los medios que si algún periodista piensa que el Paraguay va ofrecer asilo a Gadhafi, debería ser internado en el manicomio.

Gadafi y Assange no, Cossío sí

Muchos compañeros de causa del autor del “Libro Verde” de Trípoli, como el obispo y zar de Yacyreta Mario Melanio Medina, o el embajador paraguayo en Egipto Ausberto Rodríguez, gozaron durante muchos años de la hospitalidad libia y degustaron del turismo revolucionario por el norte africano. Estos antecedentes hacían que muchos consideraran un hecho que se retribuirían gentilezas con Gadafi, más aún teniendo en cuenta que se encuentran refugiados en Paraguay hasta personajes como Mario Cossío, acérrimo enemigo de Evo Morales.

Sin embargo, no pasó de ser una nueva puesta en escena del cura para salvar las apariencias.

Ya previamente varios personajes del entorno de Lugo fueron sondeados sobre la posibilidad de que el gobierno de Lugo concediera asilo a Julian Assange, debido a las persecuciones que sufre tras las filtraciones de cables diplomáticos por su organización Wikileaks, y la incomodidad de los mismos fue notoria. Precisamente gracias a Assange, hoy se sabe que Lugo y los suyos prometieron a Estados Unidos no alinearse con Chávez, que en una oportunidad el mismo obispo no quiso aparecer en las fotos con Evo Morales, y que su canciller había vaticinado que ni vestido de Santa Claus el gobernante de Venezuela lograría el ingreso al Mercosur.

La acción consecuente detrás del gesto y la palabra no ha sido, bajo ningún punto de vista, una constante entre los histriónicos personeros del gobierno luguista. Basta recordar que buscando el favor de la oligarquía, han sido capaces de avalar la tortura y ejecución extrajudicial hasta de sus propios aliados de Patria Libre, la Organización campesina del Norte y del EPP.

Con muestras de este tipo, y sus acciones impregnadas del estilo arzobispal, no era de esperar una actitud de Lugo respecto a Gadafi que se diferencie mucho de la que Pio XII tuvo con el Conde Ciano.

Del dicho al hecho, como dice el refrán, hay mucho trecho, sin ninguna duda.

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