Apelando a la flaca memoria de los paraguayos, el luguista de la primera hora Julio Benegas escribió un artículo de tinte confusionista que referiéndose a la administración del cura Fernando Lugo afirmaba “El Gobierno no es de Izquierda”.
No se trata de un cable de último momento, ciertamente, pero la verdadera noticia está en que se trata de la confesión de un connotado alcahuete arzobispal.
Asignado a la cobertura de los actos de Lugo y del Pmas de Camilo Soares y Rocío Casco, Benegas fue una pieza clave en la falaz campaña que presentó al indolente cura con hijos como el marxista y bolivariano “obispo de los pobres”, conociendo perfectamente el escenario.
Ni Camilo Soares ni Rocío Casco, aunque hayan visitado Venezuela mil veces, podrían haber sido referentes de la izquierda bolivariana, pues es vox populi en Paraguay que su partido es apenas mampara de una ONG denominada “Casa de la Juventud”, regada con dólares de USAID y al servicio del Plan Umbral, herramienta de penetración de la embajada norteamericana de Asunción en el seno de la sociedad paraguaya.
Tal vez las vinculaciones del mismo Benegas con la AFL CIO (o AFL-CIA, como también se conoce a este remedo de sindicato) hayan distorsionado su propia visión, y hayan contribuido a justificar, como los dirigentes del Pmas lo hicieron en Venezuela, que “somos izquierdistas y bolivarianos, si nos financia la embajada norteamericana no interesa”.
Se equivoca Benegas cuando dice que “El gobierno de Fernando Lugo no tiene ni un ápice de izquierda, y si bien hubo amagos al principio de contrarrestar el depredador modelo económico, que subordina al Estado a un papel servil a sus intereses, fue más que nada un imprescindible juego con las expectativas populares”. No hubo amago, no hubo intento, más que el que realiza desesperado el articulista por rehuir su responsabilidad personal.
Intentando salvar por reflejo al gobierno que contribuyó a apuntalar mediáticamente, añade con hipocresía: “Hubo amagues al principio, y sobrevino un cerco preventivo de la derecha que amoldó este gobierno a ser exactamente lo que estos intereses quieren de esta administración”
Falso de toda falsedad. No hizo falta tal cerco preventivo, lisa y llanamente el gobierno luguista se abocó desde un principio a profundizar el nepotismo, el clientelismo, el prebendarismo, la corrupción, el entreguismo, el macartismo y todos los demás vicios de los gobiernos anteriores para coronar su gestión con un escándalo por pederastia clerical que adquirió dimensiones universales.
Llegado a ese extremo, quedó en claro que no era Lugo el Mesías predestinado a lavar el nombre del Paraguay ante la comunidad internacional, sino un elemento más de desprestigio.
“El Estado paraguayo es oligárquico y además neoliberal, como lo es desde el mismo momento en que EE.UU. pactó con Andrés Rodríguez, indicado como jefe del narcotráfico en los 80, la retirada de Alfredo Stroessner” dice también con cinismo Benegas, olvidando que el mismo jefe del narcotráfico que cita fue socio fundador del diario que publica su artículo. Y del que cualquier izquierdista convencido con un ápice de dignidad se retiraría para morirse de hambre, antes que permanecer atado por un sueldo miserable.
Pero Benegas conoce el precio de todo, y el valor de nada. Por eso sigue allí. Decía un famoso periodista del New York Times que se le pagaba para mantener sus ideas lejos de sus artículos, como si fuera una prostituta intelectual. Hermosa evocación para definir a Benegas y muchos de sus compañeros de redacción.
“Las grandes reivindicaciones están ahí, en estado larval y catártico, en disputa íntima, contradictoria, argel muchas veces, por encontrar un mecanismo de representación que rompa con el mezquino interés de cierta gente” dice también Benegas, uno de los más conspicuos responsables de que esas reivindicaciones se perpetúen exactamente así, en estado larval y catártico.
Responsable porque come del mismo dinero de la miseria que hace a los narcos ganar elecciones en Paraguay. Tan responsable como cualquier profeta neoliberal, de promover el cinismo de su ideología fatalista y su rechazo inflexible al sueño y a la utopía.
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