Cuando nos referimos a la nada, suele considerársela a ésta como si se tratara del vacío absoluto, de la ausencia de cualquier cosa, y es verdad, si es que nos referimos a cosas tangibles, pero no lo es si nos referimos a posibilidades u opciones. La nada, en tal caso, es la totalidad de las opciones o posibilidades, o, dicho de otra manera, el todo potencial aún no materializado. Al menos así es entendido desde la Física Cuántica, que, en definitiva, es la base sobre la que la realidad misma se edifica.
Habitamos un orden que, por acierto o torpeza, está basado en lo que entendemos por cosas y realidades, y esto, siendo verdad, no lo es del todo. El motor de la realidad material es lo sutil, lo impalpable, lo que apenas si es percibido sino de una forma abstracta o mental. La fundación del acto radica en la intención, en la voluntad y en el deseo. En consecuencia, se puede afirmar con todo rigor que la realidad es el colapso del deseo, y que esta realidad cuaja en algo bueno o malo en función de la orientación de nuestra actitud o nuestras intenciones. “Cuídate de tus deseos, porque podrían hacerse realidad”, ya conocen la advertencia de los dioses griegos.
Cuando consideramos que las energías sutiles (actitudes, emociones, deseos, etc.) son resultado de interacciones de la materia, al proceso se lo denomina Causalidad Ascendente, que es la filosofía que defiende el materialismo, suponiendo que desde partículas mínimas se construye la vida y da origen a toda la concepción mecanicista que hoy nos explica la realidad, desde la formación de las galaxias a la Teoría de la Evolución, pasando por las inflexibles leyes físicas. Un concepto que aglutina todo un conjunto de leyes y argumentos que, adempero, no son capaces de explicar toda nuestra realidad, ya sea el simple y cotidiano por qué de la formación de un órgano a la razón por la que la materia tiende a organizarse en un orden cada vez superior que manifiestamente desobedece las propias leyes físicas. Sin embargo, desde que Bohr comenzara a desarrollar la mecánica cuántica hasta hoy, la realidad comienza a cobrar sentido si se la entiende como parte de un entramado resultante de actitudes específicas en cada individuo, cual si lo que la gobernara fuera la consciencia, la observación, el deseo y todas las fuerzas sutiles hasta ahora despreciadas por el mecanicismo materialista. Es lo que se le ha dado en llamar, Causalidad Descendente. Por ejemplo y para los legos, el espacio y el tiempo tienen sentido en la realidad física, pero no en la realidad cuántica; un electrón, verbigracia, cuando se produce un salto cuántico no se desplaza desde una órbita a otra del átomo en un tiempo determinado, sino que desaparece de un nivel o capa y aparece instantáneamente en otro, del mismo o manera que dos partículas en resonancia armónica sufren las mismas modificaciones que se le apliquen a cualquiera de ellas, independientemente del espacio y/o tiempo que las separe.
Ante este novedoso planteamiento, tan incoherentemente coherente, comienzan a cobrar interés y sentido la mayoría de las filosofías y planteamientos que el materialismo mecanicista desechó porque no tenía explicación para ellas. El Principio de Incertidumbre que estableció Heisenberg en 1927 establece el límite más allá del cual son inoperantes y falsos los principios de la Física clásica. Pero ¿cuál es la verdadera realidad?... Según los físicos cuánticos más avanzados, como Goswami, nuestra realidad es un holograma de nuestros deseos, actitudes e intenciones, o, dicho de otra manera, de nuestra observación particular, la cual establece una consciencia que es capaz de modificar y aun crear la realidad material y física, como si el universo tuviera la misión de cumplir y plegarse a nuestros deseos en algo parecido a un sueño. Pero no se trata sólo de una consciencia individual, sino que como ésta conflictúa con otras consciencias, observaciones o deseos, se genera instantáneamente una conciencia colectiva que es la resultante de las sumas individuales de los individuos que participan de la misma observación o deseo, y así sucesivamente hasta alcanzar la idea de conciencia cósmica o Dios cuántico, que sería la consciencia superior que rige la totalidad del universo (o de los universos) y todas sus realidades. Un orden en el que, nuevamente se abre la posibilidad hasta ahora desechada de la causalidad o el propósito de la existencia, de la inteligencia que regula y ordena: la Causalidad Descendente.
Potencialmente, en el orden cuántico una partícula está en todas partes al mismo tiempo, de la misma forma que en lo potencial del suceso no acaecido siempre existen argumentos para defender una postura o actitud y su contraria (demasiado bien lo sabemos por los políticos), pero es la consciencia y la actitud de los individuos la que colapsa la realidad en uno u otro sentido. Es nuestra observación (consciencia) la que la obliga a la partícula a definirse y la ata a un espacio y un tiempo, como es nuestra consciencia la que colapsa nuestra realidad. En el orden superior, el de la consciencia, todas las opciones no sólo son posibles, sino que existen simultáneamente, y es cuando descienden a través de la actitud (que implica voluntad) a la realidad material cuando toman un sentido que no sólo define el orden que nos incumbe, sino que también nos modifica a cada uno de nosotros en ese mismo sentido. Lo mismo que desde hace milenios han repetido los distintos avatares y que hoy reafirma la Ciencia: no son los actos lo que importan, sino las actitudes, que es la fuerza que obliga a los deseos a materializarse: los actos, lo material, es el colapso de la actitud, lo consciente.
De lo que se siembra, se cosecha; o como dijo Jesús: “Os aseguro que si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible.” Una visión nueva, la que la Mecánica Cuántica nos proporciona, que no viene sino a abrirnos unos ojos por algunos milenios cegados por las premuras de la supervivencia, impidiéndonos ver lo que teníamos delante de nosotros todo el tiempo y no éramos capaces siquiera de vislumbrar. Somos, al fin, el resultado de nuestras actitudes, así en lo individual como en lo colectivo, y ellas son las que nos definen y juzgan.
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