El pasado domingo asistí a un pase de videoarte en un conocido centro de cultura barcelonés y me quedé con la sensación de que, excluyendo un par de piezas interesantes en las que el mensaje golpea como un bofetón a nuestras retinas, la mayoría era pura estética, un ejercicio de virtuosismo fílmico con muchas vergas en colores llamativos, eso sí, pero totalmente vacío. El paraguas que albergaba el programa era la creación de universos fílmicos perturbadores, aunque a la mayor parte del auditorio – cuatro de cinco que éramos, sin contar programadores – no nos perturbó ni el sueño o estaba, como el amor, en otra parte, porque en la tanda de preguntas hubo más silencio que en una pieza de John Cage. Nada qué decir, porque nada fue dicho antes.
Si este fuera un incidente aislado no merecería atención, pero es cada vez más frecuente que el arte, enfermo de mercantilización y notoriedad, sea puro eco en pozo vacío, por mucho que los románticos del nonsense, aquellos que dicen que crean para sí mismos, defiendan el arte por el arte – aun cuando quieren ser vistos y también comprados, que es igual a ser queridos -. Han olvidado, o tal vez nunca lo han sabido, que un artista que trabaja sobre los grandes problemas que nos atañen a todos es una suerte de revulsivo social, hace cambiar consciencia, ayuda al avance.
El arte es peligroso… Si lo sabe hasta Hitler, que no acabó la Secundaria. El poder siempre ha intentado secuestrar el arte, porque el arte es libertad de expresión y es compromiso y subversión, todo lo contrario al himno y a la doctrina oficial – aunque apoderados, como en el torea, hubo y habrá siempre -. Hablen sino con disidentes cubanos, artistas e intelectuales perseguidos por sus ideas pintadas, escritas, cantadas o esculpidas en sus obras. Si lo personal es político, no hay nada más personal y más político que el arte. Incluso en los tiempos más atávicos era mediador del hombre para con sus dioses, un elemento mágico que vinculaba a la comunidad con el cosmos. ¿Por qué nos empeñamos ahora en desligarlo de todo su sentido social, de hacerlo tan condenadamente onanista?
“¿Cuál es tema que subyace en su filme? – Le pregunta la presentadora del citado certamen al artista invitado -. A lo que él contesta -: Paseaba por los viñedos del marqués de Sade y una amiga tenía unos pantis con vibrador y me dije… eh, ¿hacemos una peli?”; universos fílmicos perturbadores, sí, perturbadoramente absurdos… Y luego nombras a Buñuel y te quedas tan a gusto. A este respecto, conocí hace un tiempo en un bar a un viejo pintor que planeaba crear el manifiesto de una nueva vanguardia. Si he de ser honesta, pensé que su inspiración estaba medida: 4,5 grados en botella de cristal verde. Fue la primera vez que escuché hablar con pasión de la importancia de los colectivos de artistas para que una idea y sentido salga a flote. Dejemos de competir por ver qué tan visible está nuestro libro en el stand de novedades, más arriba o más abajo, centrado en la pared blanca hacia la que ya no mira nadie, y seamos conscientes del enorme poder del arte, de esa voz que no se apaga con el tiempo, que nos sobrevive. ¿Sumamos estilográficas y pinceles?
|