Decía Eduardo Galeano: “No hay mujer que no resulte sospechosa de mala conducta. Según los boleros, son todas ingratas; según los tangos, son todas putas (menos mamá)”. Y razón no le faltaba. Teniendo en cuenta ese principio, a las mujeres más nos vale oír sin escuchar muchas de las canciones que suenan a lo largo y ancho del planeta porque, normalmente y para no variar, siempre nos toca el papel de malas. Pocos son los estilos musicales que no cuentan en su haber con composiciones discriminatorias y reaccionarias.
Los ejemplos son numerosos. El otro día, buscando videos en Youtube, me reencontré con las “Luces de Nueva York” de la Sonora Santanera:
Fue en un cabaret donde te encontré bailando, vendiendo tu amor al mejor postor, soñando.
Y con sentimiento noble yo te brindé como un hombre mi destino y mi corazón.
Y pasado ya algún tiempo pagaste mi noble gesto con calumnias y traición.
Vuelve al cabaret, no me importa más tu suerte, ya no quiero más volverte a encontrar ni verte.
Vuelve ahí cabaretera, vuelve a ser lo que antes eras en aquel pobre rincón.
Ahí quemaron tus alas mariposa equivocada las luces de Nueva York.
¿Por dónde empezar? ¿Por el machismo rezumante?, ¿por la pretendida nobleza masculina contrapuesta a las malas artes y artimañas femeninas?, ¿por el tono degradante? Difícil elección.
Si escuchamos un corrido o una ranchera, seguramente el hombre vuelva a ser presentado como la víctima del abandono y a sus congéneres les asalten las ganas de compartir esa deshonra y ese dolor a base de caballitos de tequila. Por otra parte, si nos dejamos llevar por la “sensualidad” del tango, quizás la atracción desaparezca cuando escuchemos aquella milonga de Enrique P. Maroni fechada en 1929 que advertía lo siguiente: “no te rompo de un tortazo por no pegarte en la calle”. Y si volvemos a casa, nos daremos de bruces con las letras de cientos de coplas, desde la “Bien pagá” hasta aquella que empezaba diciendo: “Vino amargo es el que bebo por culpa de una mujer”.
Cierto es que muchas de esas canciones fueron escritas mayoritariamente por hombres en la Argentina de los años 20 o en la España franquista o en la Cuba de Batista, y que reflejan prejuicios, valores e ideologías de épocas pasadas. ¿Pero realmente la igualdad de género ha llegado a la letra de las canciones? ¿Los años han hecho desvanecerse a la misoginia de las composiciones? Parece que no.
En los 80, Los Ronaldos cosechaban éxitos cantando: “Tendría que besarte, desnudarte, pegarte y luego violarte hasta que digas sí, hasta que digas sí”. Y cuando pensábamos que nada podría superar eso, llegó el reggaeton y Daddy Yankee se lo dedicó a “las que son más zorras que los cazadores”, mientras que un tal Toby Toon aconsejaba taxativamente: “si ella se porta mal, dale con el látigo”.
Haciendo una búsqueda un poco más extensa, podemos encontrar despropósitos mayores en géneros tan dispares como el rock, el pop, el reggaeton o el vallenato. De objeto sexual a pérfida hechicera, pasando por ramera, arribista, desagradecida, traidora, impía, fulana, egoísta, víbora, arpía y un largo etcétera de descalificaciones que nos brinda el diccionario.
En 2005, el periodista y melómano Antonio Díaz hizo una completa compilación de ejemplos de machismo en la música actual. Yo solamente me he asomado a este terreno y no me gusta lo que he visto. Irrelevante. No lo creo. Al escuchar todas esas letras e incluirlas en nuestro acervo cultural y en nuestra vida cotidiana, colaboramos en la justificación de la violencia de género y de la discriminación de la mujer. No podemos borrar el pasado, pero sí podemos replantearnos los cánones, cuestionar qué composiciones son consideradas como obras de arte y qué canciones dejamos que encabecen las listas de éxitos. Quizás, solo quizás, algún día abunden las canciones en las que el desamor no se convierta en argumento para insultar a las mujeres o en las que una mujer que toma las riendas de su vida no sea equiparada a una golfa descarriada.
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