Hace tiempo que la sombra del libro electrónico se ha implantado en el mercado editorial y, con ella, se han avivado los temores del gremio de los escritores. Es evidente que la tecnología está imponiendo sus reglas y que uno de los sectores económicos más tradicionales se está cuestionando profundamente.
La reestructuración parece inevitable y, aún así, las voces inquietas de los autores no dejan de alzarse como si trataran de influenciar a los que, ahora mismo, idean procesos de rentabilización o afinan lo que todavía queda por negociar.
| Mario Vargas Llosa
| El año pasado, el escritor Mario Vargas Llosa hacía patente un estado de resignación en el que también traslucía un mensaje dirigido a los actores del mercado editorial. En su intervención, el ahora premio nobel reconocía que “el libro electrónico es ya un proceso irreversible” que quizás sirva para acercar la literatura a un público mayor, pero que, en cuanto a la calidad, “ha traído una cierta simplificación y banalización”.
No hay que ir muy lejos para encontrar datos que confirman esa sólida penetración del libro electrónico. La Federación de Gremios de Editores de España publicó recientemente un estudio en el que revelaba el fuerte crecimiento en las ventas (del 37%) aunque, en términos absolutos, el ebook sigue ocupando un espacio marginal con un 2,4% de las ventas totales.
Las dudas persisten cuando analizamos lo que Vargas Llosa señala como un factor de “empobrecimiento de la literatura”. En la actualidad, no existen pruebas de que el libro digital sea un elemento empobrecedor pero esta idea debe ser discutida desde un punto de vista global. En el mercado español se editan anualmente cerca de 80.000 referencias de libros tradicionales que engloban tanto a escritores de literatura reconocidos como obras diversas de ayuda personal, cocina o viajes.
La revolución que supone el libro electrónico permite una mayor accesibilidad para los autores noveles que desean auto-editar su obra (debido a los gastos inferiores), sin necesidad del beneplácito de las editoriales tradicionales o las gestiones de agentes literarios. Esta realidad posibilita la convivencia de más obras y autores en el mercado, contribuye a que el ruido sea mayor, pero también se presenta como una oportunidad para que se expresen nuevos talentos.
| Andrés Neuman
| De la misma forma, Andrés Neuman sostuvo recientemente que “el libro impreso es el mejor invento de la historia, y la opción digital jamás puede ser un modo de desplazarlo”. El autor argentino, ganador del premio Alfaguara 2009, explicó que para elevar el nivel de las ediciones digitales “hay que filtrar textos, presentarlos de forma atractiva, seleccionar contenidos”. Son alternativas en las que el sector editorial está volcado pero que requieren una mayor definición en el diseño y en el papel de las redes de distribución. Finalmente, los más expuestos al cambio son los que también organizan o presentan los libros a los lectores: las distribuidoras y las librerías.
Otros escritores ––que parecen ser la minoría–– reconocen haber acogido el libro electrónico con los brazos abiertos. Entre ellos descubrimos al escritor Arturo Pérez-Reverte que, además de confesar su interés por las redes sociales, explica que no le importa el soporte porque él se centra en el texto. “Mi trabajo es ocuparme del contenido: contar historias y que la gente las lea. Del soporte se ocupan otros. Editores y gente así”.
No obstante, el escritor español, miembro de la Real Academia de la Lengua Española desde el año 2003, ha admitido que la experiencia de leer un libro en papel es inigualable. “Ninguna pantalla táctil huele como un Tofiño, un Laborde o un Quijote de la Academia, ni tampoco como un Tintín, un Astérix o un Corto Maltés al abrirlos por primera vez.
Es verdad que la lectura clásica sigue siendo inigualada, pero también es cierto que la experiencia digital ha mejorado en los últimos años. Ya se pueden hacer anotaciones en los márgenes o entre las líneas y algunos aparatos ofrecen un sistema de iluminación o una tinta que cansa mucho menos la vista. Sólo nos queda incorporarles el sonido de las páginas al pasarlas, ese toque rugoso y fino que tranquiliza al lector o, incluso, el perfume a papel encerrado para igualarla, pero en ese caso, ¿no estaríamos persiguiendo una meta ya existente?
Indudablemente, cada soporte tiene sus ventajas y cada lector sus preferencias. Por eso la idea de que ambos formatos convivan armoniosamente no es tan disparatada.
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