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El fiasco Elenin o crónica de una catástrofe anunciada

La Red arde estos días como consecuencia de una alineación del cometa Elenin con el Sol y la Tierra
Ángel Ruiz Cediel
viernes, 23 de septiembre de 2011, 06:34 h (CET)
Las trompetas apocalípticas suenan a todo pulmón, y nadie es capaz de dilucidar con datos en la mano cuánto de verdad o no hay en todo esto. La cuestión es que el próximo martes, día 27, se producirá una supuesta alineación entre el cometa Elenin (o sus restos, ya que la NASA informó de que se había autodestruido hace unos días al alcanzar el perihelio), el Sol y la Tierra, y no faltan las voces, más o menos cualificadas, que vinculan este tipo de alineaciones cósmicas con fenómenos catastróficos en la Tierra, generalmente en forma de terremotos –casual o no, demostrado está-, tal y como sucediera antes cuando se alineó este cometa con el Sol y la Tierra, produciéndose los archiconocidos grandes terremotos de los últimos meses (Haití, Chile, Nueva Zelanda, Japón, etc.).

La NASA ha emitido recientemente varios recientes comunicados informando no sólo de la destrucción o fragmentación de este, para ella, insignificante comenta, al cual le llegaron a mensurar en apenas unos kilómetros de diámetro, sino también de la inutilidad del pánico que está experimentando una buena parte de la población de medio mundo (el tecnológico y habitual en la Red), debido a la imposibilidad física de que esta bola de hielo sucio pueda afectar de ninguna manera al planeta y, mucho menos, producirle daños apocalípticos. Dicho pronto: lo califica de paranoia. Y tal vez tenga razón.

El problema de la NASA, la única organización científica con recursos serios o suficientes como para informarnos de lo que sucede en el exterior de nuestro planeta, sean amenazas o descubrimientos maravillosos, es que es militar y pertenece al ejército más mentiroso del planeta. Cuestión esta última que comparte al cien por cien con la clase política que nos domina y con los enormes grandes capitales que controlan y dirigen el mundo, quienes mienten sistemáticamente incluso cuando dicen la verdad. El problema de muchos, casi todos los que se temen algo dramático para los próximos días, no es lo que dicen las autoridades políticas o científicas de los aparatos del sistema dominante, sino precisamente lo que callan, lo que ocultan.

Dando por cierta la premisa que las autoridades siempre mienten, además que es obvio que si fuera a producirse una catástrofe más o menos global jamás alertarían a la población sino que procurarían salvarse a sí mismos, es natural que la ciudadanía, aunando observaciones, pareceres y conocimientos, trate de ser autosuficiente e inferir qué está pasando en realidad, especialmente por cuanto lo que dice la NASA o los gobiernos no coincide con lo que se está observando.

Desde el principio he sostenido que Elenin, aun existiendo, era nada más que una falsa bandera, una mentira blanca o una forma de desviar la atención de la población del foco de los intereses de la elite, no sólo por la imposibilidad física de que se pudiera detectar y/o medir un cometa semejante a casi setecientos millones de kilómetros, que tenía un brillo ciento cincuenta mil veces inferior a lo detectable por el ojo humano y que, para colmo, había sido realizado este prodigio con un telescopio remoto de alquiler poco menos que de juguete, sino porque tanto el nombre como sus datos generales (fecha de perihelio, alineaciones, etc.), eran sospechosamente coincidentes con efemérides políticas de primera magnitud muy anteriores al supuesto descubrimiento. Nada creíble, en fin, al menos para mí.

Con autoridades profundamente mentirosas (por nuestro bien, supongo), la información secuestrada en unas cuantas manos muy poderosas, la capacidad científica de observación en manos del Army y con falsas banderas como Elenin, uno no puede sino, cuando menos, poner en cuarentena la información “oficial” recibida, observar los movimientos que se verifican en el escenario y tratar de colegir lo que puede ser que esté pasando en realidad, porque en buena medida pudiera ser que la propia seguridad de uno mismo y la de los suyos se halle en peligro.

Esto es lo que están haciendo muchos ciudadanos en todas partes, incluidos astrónomos y científicos “rebeldes”, y lo que se está comprobando no es precisamente tranquilizador. No quiero decir con ello, sin embargo, que con seguridad debamos temer una catástrofe planetaria, sino que no está de más que cada quien revise su situación, vea lo que le conviene, y que, por si acaso –que hombre precavido vale por dos y un cobarde sirve para dos guerras-, que no esté solo ese día y que vele, porque lo peor que le podría pasar si no sucediera nada es que habría tenido una fiesta familiar.

Las observaciones que cualquier ciudadano avisado puede realizar respecto de este asunto, son muchas y en muy distintos ámbitos. Más allá de que existen sobradas evidencias de las potencias, de forma extrañamente coordinada, han construido refugios a gran profundidad y, en algunos casos, del tamaño de pequeñas ciudades capaces de albergar a miles de personas por varios años, se da la sospechosa coincidencia de que la NASA ha puesto en marcha precisamente ahora alarmantes planes de supervivencia ante catástrofes, supuestamente para sus empleados, que las televisiones de algunos países están pidiendo en sus informativos (atención: informativos, digo) que es conveniente que la población se prepare ¡incluso con equipos electrógenos de emergencia!, o que el FEMA, el grupo de acción contra catástrofes de EEUU, ha construido numerosos campos de refugiados en su propio país con decenas de miles de plazas (aún vacíos) y se ha acopiado millones (420) de reacciones de supervivencia.

A todo ello, a las maniobras altamente sospechosas como Eagle Horizont sobre un eventual hundimiento de toda cuenca del Mississippi desde Florida a los Grandes Lagos, hay que añadirle las supuestas maniobras militares Cocked Pistol que se desarrollarán a partir del próximo lunes en EEUU, para lo cual parece ser que obligan a Obama y a su gobierno a permanecer en el superbunker de Denver, precisamente en las mismas fechas en que casi todos los parlamentos de las potencias y la ONU están de vacaciones, en que las grandes multinacionales hacen simposios en ciudades dotadas con estos bunker y que la ISS, la estación espacial, va a ser desalojada… porque no tienen suministros. Y todo, el mismo día en que se produce la alineación. No es que uno quiera ser conspiranoico, ¡caramba!, es que no le dejan muchas alternativas.

Desde esta columna he comentado alguna vez, refiriéndome a asuntos aparentemente más domésticos, que me parecía muy extraño que súbitamente, como obedeciendo una orden dimanada de algún grupo G-loquesea, se estableciera en todo Occidente un grupo de acción ante catástrofes bajo mando militar, y no potenciando a los Bomberos o a Protección Civil, tal y como ha sucedido con la UME en España. ¿Para qué la duplicación?... ¿Acaso para controlar un incendio forestal o una riada?... No parece que tal gasto esté justificado, como no parece estarlo el que mientras haya habido dinero nuestros cazas de combate hayan estado aparcados en las pistas militares por falta de combustible y que llevemos ya un par de semanas que no hay quien viva, si es que reside cerca de una base aérea. Lo mismo, exactamente que está pasando en muchos otros países, como EEUU, sin ir más lejos, donde han movilizado a tal cantidad de tropas y equipo y las han llevado hacia sus fronteras, que incluso en México se sospechan una invasión del norte del país. Y ello, sin contar con el absurdo repliegue de las tropas imperiales en Afganistán, Iraq, etc.

Sin embargo, no es sólo en estos aspectos particularmente visibles donde se están apreciando conductas o fenómenos… extraños, digamos, sino también en otros órdenes más sutiles. Por ejemplo, desde hace un par de años se vienen produciendo unas aparente incomprensibles mortandades de especies animales muy específicas, como mirlo rojo, trucha, delfines, ballenas, pulpos, medusas, estrellas de mar y, en estos días pasados, casi setecientos millones de peces de piscifactoría y río en China. Nadie entiende muy bien el por qué, pero quizás la razón no esté muy lejos ni sea el ser humano muy ajeno a ella.

La resonancia Schumann es, por decirlo de una manera simple, la frecuencia de vibración, el latido del planeta, que tiene un valor estándar constante –desde que fuimos capaces de medirla- de 7,8 hz. Una frecuencia que es la misma a la que vibra nuestro cerebro, de modo que cualquier cosa que la interfiera, también lo hace a nuestro modo de pensar, en particular, y al conjunto de nuestra biología, en general. Una frecuencia que, curiosamente, en los últimos años ha subido hasta tener un valor de 12 hz, y sabemos que a los 13 hz se detiene y cae su valor a cero. Picos de esta variación pueden perfectamente afectar órganos vitales de algunas especies muy específicas, como muy bien sabemos por las armas de última generación, en que una emisión electromagnética de gran intensidad en la frecuencia de un órgano específico del cuerpo humano, puede colapsarlo y, en consecuencia y según el órgano de que se trate, producir la muerte por causas aparentemente naturales: el asesinato perfecto. Algo así, como lo que ha pasado con estas especies que han ido muriendo desde hace un par de años a esta parte, contabilizándose entre los cadáveres millones de individuos… ¡de la misma especie!: mirlo rojo en EEUU, pulpos en Portugal, estrellas de mar en Escocia, truchas en China…, etc. La cuestión, naturalmente, es: ¿qué está produciendo esta variación de la resonancia Schumann?... ¿Acaso Elenin, quizás la grieta oscura de la galaxia a la que nos estamos acercando…, o es tal vez otro cuerpo celeste de gran calado que nos han ocultado hasta ahora?...

En cualquier caso, la suma y añadido de todas las piezas de este mosaico no conforma un dibujo precisamente tranquilizador. Volviendo al tema de los bunkers subterráneos y a esos otros como La Cúpula del Fin del Mundo en que, contra toda lógica, las potencias guardaron en Noruega semillas de todas las especies vegetales del planeta y restos biológicos y de ADN de todas la especies vivas, esto puede tener una función no sólo para sobrevivir a una catástrofe cósmica, sino también a una catástrofe bien de la Tierra, como una guerra nuclear pactada –somos muchos y hay que eliminar a unos miles de millones-, como una guerra nuclear no pactada –el remedio mágico a las grandes crisis financieras, como bien sabemos por la I y II Guerras Mundiales-, e incluso a un potencial cambio del eje magnético de la Tierra, cosa que sucederá, o sí o sí, si llegamos a los fatídicos 13 hz de resonancia Schumann, deteniéndose en tal caso el giro del planeta (se ha calculado que durante al menos 72 horas), para comenzar a girar en sentido contrario al menos durante seis días y volver, por fin, a su giro normal, una vez estabilizada la nueva corriente del planeta y estabilizado el escudo electromagnético que nos protege de las radiaciones cósmicas.

Un fenómeno este último de una envergadura tal que nada prácticamente sobreviviría a ello, no sólo por las alteraciones geológicas y climáticas que conllevaría (terremotos de magnitudes inimaginables, licuefacción del suelo, aparición de volcanes por doquier, desbordamiento de los océanos, etc.), sino también porque durante las escasas 72 horas que estuviéramos sin la protección de nuestra magnetosfera, la incidencia de los rayos cósmicos en la superficie no sólo harían hervir los océanos, sino que matarían al instante cualquier cosa que tuviera vida, o la dejaría con tales lesiones que mejor sería que la matara.

Las opciones, como vemos, son muchas, y todas ellas tan malas que justifican sobradamente la alarma, habida cuenta del alcance de las consecuencias. No es pues, que algunos locos se hayan echado en brazos de cierto desvarío, por más que no falten nunca, sino que las evidencias apuntan a una situación, cuando menos, crítica. Y, como decía antes, si en el mejor de lo supuestos no pasara nada, mejor que mejor.

Hay todavía una opción más que, desde mi punto de vista, no es conveniente desdeñar: Nibiru. Desde que el 1982 fuera descubierto por la Iglesia Católica a través de su sonda Siloé, y en 1983 por la IRAS de la NASA, poco o nada se ha sabido de él a nivel público, más allá de que ha de ser lo bastante importante como para que la Iglesia construyera el observatorio VATT en Monte Grahan, el Army de EEUU hiciera lo propio con el de Infrarrojos de la Antártida y que no hace demasiado se haya lanzado la sonda infrarroja WISE. Ellos, los poderes, sin duda saben de qué va todo esto exactamente, pero jamás lo dirán si fuera algo que, según su particular punto de vista, no tiene remedio. Imaginen, por poner un caso, que tienen la certeza científica de que se avecina una catástrofe tal que no va a quedar nadie vivo, ¿qué harían?...: ¿darían una inútil alarma que sólo costaría vidas, violencia absurda y gratuita y un formidable caos, o por el contrario dejarían las cosas como están, salvarían lo que fuera posible salvar (La Cúpula del Fin del Mundo, bunkers subterráneos para poner a salvo el acervo de nuestra civilización y algunos humanos, etc.) y… que los demás murieran en paz porque no se puede hacer nada por ellos?...

La cuestión de Nibiru es particularmente interesante por cuanto no sólo cubre todas las demás expectativas y justifica sobradamente todas las obras y construcciones faraónicas que el conjunto de las naciones ha puesto coordinadamente en planta, sino porque también satisface las causas por las que algunas especies mueren, las inclinaciones observadas en algunos astros vecinos (Saturno, la Luna –y la aparición de una atmósfera de nitrium-, desaparición del Cinturón Ecuatorial de Júpiter, etc.) y da razón de ser al propio cambio climático que estamos experimentando. Hemos de considerar que si Nibiru es tal y como le suponemos, y como le suponen nuestros recuerdos ancestrales y escritos, su campo electromagnético no sólo está ya afectando al de la Tierra y produciendo todos estos efectos, sino que es más que probable que, en el caso de ser Elenin una falsa bandera que enmascaraba este otro cuerpo que ya estaba próximo, en unos días más es posible que tengamos el dudoso privilegio de verlo en vivo y en directo, con todo su desolador esplendor. Veremos, y, en tal caso, comprobaremos si tantas profecías y advertencias de nuestros antecesores son para ahora o deben esperar todavía un poco.

No pretendo con este artículo crear ninguna clase de pánico, sino sólo hacer llegar una información que nadie difunde y apenas una voz de alerta –ni siquiera de alarma- sobre lo que pudiera pasar. En el caso terrible que sirviera para contribuir a proporcionar una sola brizna de esperanza, que es decir una opción de supervivencia (si es que llegáramos al peor escenario imaginable), me daría sobradamente por satisfecho.

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