En 1905, un empleado de la Oficina de Patentes de Berna, que robaba tiempo de su trabajo haciendo ecuaciones sobre hojas ya utilizadas por una cara, publicó un sorprendente artículo en una revista de Física.
La Teoría de la Relatividad
El artículo se titulaba “Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento”. A muchos de los lectores, quizá, no les suene este título en absoluto; pero seguro que lo hará cuando digamos que se trataba de la Teoría Especial de la Relatividad y que el oscuro oficinista era Albert Einstein.
No se asusten, por favor, o, al menos, no se aburran todavía. No voy a tratar, de ningún modo, de explicar los principios físicos de la Teoría de la Relatividad y la gran revolución que significó para la Física y para la concepción del mundo de Occidente en general.
Esta revolución se completó en 1915, cuando Einstein formuló su Teoría General de la Relatividad, que destronaba, nada menos, que a Isaac Newton, con quien, según muchas de las grandes mentes de los dos siglos y medio anteriores a Einstein, ya se conocía casi todo lo que se podía conocer de Física por parte de los humanos.
Pruebas de la Teoría de la Relatividad
La Teoría de la Relatividad, pues, en 1915, estaba formulada y su expresión matemática constituía un todo coherente. Y la matemática, a su vez, resultaba coherente con la teoría física propuesta. Faltaba, no obstante, el requisito que toda teoría científica ha de cumplir para tomar carta de naturaleza. Tenía que ser comprobada por la experiencia.
Para ello, Einstein diseño tres experimentos. Se trataba de comprobar situaciones en las que la predicción de la Teoría de la Relatividad difería de la predicción deducida de la Ley de la Gravedad de Newton y, por tanto, permitirían decidir entre ambas teorías.
Era necesario realizar las dos primeras pruebas durante un eclipse de sol, midiendo la desviación de la luz de las estrellas al pasar cerca del astro rey. No nos ocuparemos de los detalles técnicos. El primer eclipse con el que se podían realizar estas comprobaciones tendría lugar el 29 de mayo de 1919 y sería visible desde las Islas Príncipe en África y desde Sobral, en Brasil.
El elipse de sol de Príncipe y Sobral
La expedición, financiada por el gobierno británico, estaba compuesta por Frank Dyson, astrónomo real, Arthur Stanley Eddington, uno de los primeros físicos de prestigio que aceptó la Teoría de la Relatividad, y su ayudante E.T. Cottingham. La noche anterior a su partida, reunidos en el Observatorio Real de Greenwich, Cottingham preguntó a Dyson: “¿Qué sucedería si la medición de las fotografías del eclipse mostraba, no la desviación de Newton ni la de Einstein, sino el doble de la desviación de Einstein?”. Dyson, que era el organizador de la expedición, pero no viajaba en ella, respondió: “En tal caso, Eddington enloquecerá y usted tendrá que volver sólo a casa”.
Finalmente, tras unos escasos ocho minutos tomando fotografías del eclipse y tras cuatro días seguidos comprobando las placas fotográficas, Eddington se volvió hacia su ayudante y dijo: “Cottingham, no tendrá usted que volver solo a casa”. La expedición comprobó con éxito las dos primeras de las pruebas que había propuesto Einstein (confirmadas, por una medición independiente, de otro astrónomo, en 1922).
La tercera prueba de la Teoría de la Relatividad
Ya de vuelta de la expedición, Eddington comentó sus resultados a un estudiante, quien respondió:
-Lo sé. La teoría es correcta. -¿Y si los rayos no se hubieran curvado?- preguntó Eddington. -Pues lo habría sentido por el buen Dios. La teoría es correcta.
[Esta anécdota es atribuida, por algunas fuentes, como Stephen Hawking a Einstein, en el papel del “estudiante”. Por otras fuentes, a un simple estudiante. Teniendo en cuenta lo que sigue, y que Hawking resulta mucho menos fiable en Historia y en Filosofía que en Física, me inclino a creer lo que he escrito. En cualquier caso, si Einstein habló así, por fuerza estaba bromeando. Por lo demás, Eddington estaba más convencido que Einstein de la verdad de la teoría, hasta el punto de que se le acusa de manipular las pruebas].
En fin, aun quedaba la tercera prueba y, ciertamente, Einstein se negó a aceptar la validez de su propia teoría hasta que esta prueba no se verificase. De hecho, a finales de 1919 escribió a Eddington: “Si se demostrase que este efecto [el “desplazamiento al rojo” de la luz cuando aumenta la gravedad] no existe en la naturaleza, sería necesario abandonar la teoría entera”. Finalmente, el “desplazamiento al rojo” fue confirmado por el Observatorio del Monte Wilson (Los Ángeles, California), en 1923.
La actitud de Einstein ante la Teoría de la Relatividad
Con respecto a la actitud de Einstein, el filósofo alemán Karl Popper escribió: “Lo que más me impresionó fue el claro enunciado del propio Einstein en el sentido de que consideraba insostenible su teoría si no satisfacía ciertas pruebas [… ] Era una actitud completamente distinta del dogmatismo de Marx, Freud, Adler y aun más de sus adeptos. Einstein estaba buscando experimentos fundamentales cuya coincidencia con sus predicciones de ningún modo demostraban sus teoría; en cambio, como el mismo señalaría, una sola discrepancia determinaría que su teoría fuera insostenible. Por mi parte, yo pensaba que esta era la verdadera actitud científica” .
En mi arriesgada opinión, Einstein no estaría preocupado, si viviera hoy, por las últimas mediciones del CERN, que amenazan la validez de la Teoría de la Relatividad (medición cuyo significado hay sido muy exagerado por lo periodistas, que ya hablan de viajes en el tiempo, y tomada con saludable precaución por los propios científicos).
La actitud de Einstein en la ciencia
Resulta más preocupante, a mi entender, que aquella actitud de Einstein hay desaparecido en la práctica, si es que alguna vez fue una actitud generalizada. Hoy, existen teorías que predicen que aquí, allá y acullá va a hacer más calor y va a llover menos. Si, después, resulta que hace más frío, y para más inri, aumentan las precipitaciones, los que sostienen la teoría hablan de que esto confirma sus predicciones, que no haría tanto calor si no hiciera tanto frío, o, en el mejor de los casos, reconocen que hay un exceso de variables para abarcarlas todas, pero siguen manteniendo su teoría.
La actitud de Einstein en la Economía
Por otro lado, desde hace ya muchos años, se viene sosteniendo la teoría económica de que el crecimiento económico depende, en buena medida, del gasto público y de que, en tiempos de crisis, resulta necesario “estimular” la economía con “inyecciones” de liquidez (creaciones de dinero ficticio) y con más “inversión pública”. Si, tras años de “estímulos”, la economía va cada vez peor, no se abandona la teoría. Son las conspiraciones de los “mercados”, que distorsionan la economía, las que hacen que no se cumplan las predicciones.
El común de los mortales
También en el terreno personal de cada uno, mantenemos gran cantidad de “convicciones”, que nunca cambiaríamos, ocurra lo que ocurra. Y llamamos a esto “personalidad” o “carácter”.
Para el común de los mortales, al menos a medio plazo, carece de importancia si la Teoría de la Relatividad queda refutada o no. Si no lo es ahora, lo será más tarde, cuando venga otra teoría más amplia a sustituirla. El común de los mortales, mientras tanto, solo podemos limitarnos a elegir entre Einstein y Eddington: aceptar que, casi siempre, estamos equivocados o enloquecer y dejar que los demás vuelvan solos a casa.
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