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Los clavos de Fukushima: la canción protesta en Japón | |||
50.000 personas se reunieron en el centro de Tokyo para hacer oír su protesta | |||
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Hace dos semanas, unas 50.000 personas se reunieron en el centro de Tokyo para hacer oír su protesta. Enarbolaban banderas y cantaban, “sayonara, energía nuclear”. Fue un evento extraordinario; muchos veteranos residentes en Japón no recuerdan haber visto nada parecido. Y es que los japoneses no son muy dados a levantar la voz. La explicación de la aparente felicidad nipona es en parte económica: un país con un 4% de desempleo, en el que el 90% de los licenciados encuentra trabajo aun antes de terminar la carrera, quejarse al respecto del “sistema” parecería ridículo. La prensa en Japón también es tímida. Ha sido tradicionalmente reacia a informar en detalle sobre todo aquello que pueda empañar la imagen del gobierno o las compañías nacionales. De la manifestación del lunes, apenas se dijo nada en los periódicos de mayor tirada. La misma quietud se viene practicando desde el 11 de marzo. El reciente disco Nuclear ep , del conjunto electrónico experimental Satanicpornocultshop, es uno de los pocos ejemplos de “canción protesta”, o de protesta de cualquier clase, un grito al aire en un clima de confusión y de tensa normalidad: nadie sabe qué es radiactivo y qué no lo es, y nadie sabe cuándo, si alguna vez, podrán olvidarse de Fukushima. El llamado Ugh, líder de Satanicpornocultshop, no es el único que culpa a los medios de información de silenciar el escándalo y favorecer la apatía. La prensa de masas en Japón, después de todo, es un gran oligopolio patrocinado en gran parte por la industria eléctrica, la misma que ocultó la magnitud de la tragedia en los días posteriores al accidente en la central nuclear de Fukushima Daiichi. Pero la cuestión tiene un lado cultural e histórico también. Uno de los proverbios nipones más célebres (y, como casi todo lo demás en la lengua japonesa, uno de origen chino) dice algo así: “el clavo que sobresale recibirá siempre el martillazo”. Lo que significa, claro, es que el inconformismo será castigado. Y es un proverbio cuya función es educativa. Es decir, no se trata de una paradoja, ni de una aguda observación de la vida humana, sino de un valor que los niños aprenden en el colegio. El resultado de esta manera de pensar es una tendencia a retirarse en cuanto las cosas no salen según lo acordado por el común. El retiro toma muchas formas, todas ellas peculiares desde un punto de vista occidental: los suicidios en serie de oficinistas a los pies del monte Fuji, la fauna de adolescentes encerrados a perpetuidad en sus habitaciones (hikikomori) o la enconada afición de los primeros ministros nipones a dejar el cargo en cuanto comienza a oler a escándalo. El último en hacerlo fue Naoto Kan, hace unas pocas semanas. El líder de Satanicpornocultshop, de nuevo, apunta al romance histórico entre la clase política y la prensa de masas. Esta sería la herencia del Japón tradicional, la versión nipona del caciquismo, enquistada en una democracia de corte occidental desde 1945. Es por este motivo que cualquier canción de contenido político-social cobra tanta relevancia en el país del sol naciente. Un puñado de músicos ha salido a la calle, o ha entrado a YouTube, para elevar su queja en contra del secretismo que rodea a Fukushima: una historia de corrupción, engaños y desinformación. Las letras de algunas canciones escritas a raíz del accidente nuclear no pueden ser más explícitas: “En este país hay 54 centrales nucleares, los libros de texto y los anuncios dicen que [la energía nuclear] es segura [pero] siempre nos han mentido, era todo una mentira”. En el año 2003 Saito participó en un homenaje al grupo punk The Roosterz, uno de los mejores representantes de la transición a la década de 1980. El movimiento punk en Japón fue escapista y lúdico, como lo fue en el resto del mundo, aunque contó con algún conjunto de inclinaciones guerrilleras. El mejor ejemplo es The Stalin, con Michiro Endo al frente. Endo había luchado en la Guerra de Vietnam y era un socialista convencido. Sus canciones sonaban a puro nihilismo, pero también pretendían agitar las conciencias del Japón conservador. La mera mención de Stalin es tan peliaguda allí como la de Hitler lo es en Europa. Es probable que los hippies fueran los primeros en apuntarse a la canción política. Desde 1963 los estudiantes japoneses se manifestaban contra la subida de las tasas universitarias, y contra la íntima colaboración de su gobierno con los Estados Unidos. En 1969, doscientas facultades niponas habían cerrado sus puertas, y los estudiantes pululaban por las ciudades entre ociosos y cabreados. Uno de ellos era Nobuyasu Okabayashi (nacido en 1946 y favorito de Ugh) que desde mediados los años 60 cantaba himnos folk prohibidos y de títulos tan rotundos como “La canción del esqueleto” o “Que os jodan”. Fue poco después cuando un grupo de rock psicodélico, Flower Travellin’ Band, se atrevió con el tabú por excelencia de la historia contemporánea japonesa: las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. En la canción “Hirosima”, del álbum Make Up (1973), la aguda voz de Joe Yamanaka canta acerca de “la nube en forma de seta” creciendo en el horizonte, mientras los cuerpos “sentados en las escaleras… se derriten sobre la piedra”. Joe Yamanaka falleció hace apenas unas semanas, víctima de un cáncer de pulmón. Poco antes había salido a la calle, megáfono en mano, a protestar contra su gobierno. Ugh apunta con el dedo a magnates como Matsutarō Shōriki (1885-1969), antiguo propietario del Yomiuri Shimbun, el periódico de mayor tirada en Japón y el mundo, y a políticos como Yasuhiro Nakasone, primer ministro entre 1982 y 1987 y un verdadero fan de las privatizaciones, al estilo de Margaret Thatcher. La industria musical también es parte de esta red de influencias y presión. (Nuclear ep, por cierto, se distribuye grauitamente y está disponible en Soundcloud para el que lo quiera.) Es casi imposible sonar en las radios comerciales niponas sin hacerlo por vía de las “agencias de talentos” (jimusho), que controlan el mercado y que son responsables de la exitosa comercialización de la cultura pop nipona en Japón, Asia y el mundo en los últimos años. La SGAE es un juego de niños por comparación. Y luego está el nacionalismo, que crea una suerte de conjura espontánea y colectiva para defender el honor de la patria cueste lo que cueste. Hace poco –increíble pero cierto– tuvo lugar una manifestación en contra de la “invasión” de canciones surcoreanas en las televisiones y radios de Japón. Una de las batallas internas de la canción política en Japón es, precisamente, la que libran los músicos con el nacionalismo extremo. Airear los trapos sucios de Fukushima, para quienes defienden la bandera como si defendieran la infalibilidad papal, es algo así como fomentar la investigación de los terribles crímenes cometidos por el ejército japonés en la Segunda Guerra Mundial. Se recuerda el antiguo proverbio (chino) y se permanece en educado silencio. La minoría que protesta en Japón lo hace desde una crítica rotunda a la cerrazón tradicional de la mentalidad nacionalista. Satanicpornocultshop y un puñado de artistas son, en verdad, los clavos que sobresalen. |
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