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Reunión Putin Trump. Dos horas 16 minutos

“No pierdas tu tiempo dando explicaciones, la gente no oye más que lo que quiere oír” Paulo Coelho
Miguel Massanet
lunes, 10 de julio de 2017, 09:04 h (CET)
Puede que la gente haya estado más pendiente de lo que discutieron los demás miembros del G20, durante las dos horas y 16 minutos que los presidentes de Rusia, señor Putín y el de los EE. UU, señor Trump, estuvieron entrevistándose, apartados de los medios y de los endiosados mandatarios que, seguramente, se estaban creyendo que estaban construyendo un mundo nuevo, dedicados a discutir sobre las soluciones al calentamiento global. Puede que la UE haya querido humillar a Donald Trump situándolo a un extremo de la fila, cuando se realizó la protocolaria fotografía de los asistentes al G20, no obstante, señores, no se dejen engañar por las apariencias porque, sin los EE. UU y sin Rusia, difícilmente el resto de naciones, salvo quizá China y la India, poco iban a poder decidir sobre los destinos del mundo.

En mi caso, debo reconocer que hubiera dado todo lo que se me hubiera pedido para poder escuchar (con traductores, por supuesto) todo lo que se dijeron en su reunión off de record estos dos singulares personajes a los que, seguramente, podríamos calificar, cada cual, en su particular faceta, como dirigentes atípicos que se salen de los estereotipos que tenemos de lo que, habitualmente, se entiende como el presidente de una nación. Hay algo que quizá no se tiene en cuenta cuando, las apariencias, los enfrentamientos verbales y los llamados desencuentros entre dos naciones o dos mandatarios de distintos países, saltan a las primeras páginas de la prensa o se emiten por los principales telediarios de las cadenas televisivas: ¡el teatro! Si señores, los dirigentes de una nación deberían, como ocurrió en el caso del actor Ronald Reagan, presidente de los EE. UU, haber tenido un aprendizaje como comediante, un curso de entrenamiento en el arte de la simulación, el engaño y la manipulación de las apariencias.

Putín, como ruso, tiene un rol ante su pueblo que no puede olvidar y que debe mantener a toda costa: Rusia es, por definición, la nación que tiene la misión de enfrentarse al capitalismo americano; pero, a la vez, Trump, por mucho feeling que sienta por su colega ruso, está obligado, como presidente de los EE. UU, a mantener su enfrentamiento con Rusia, aunque ya no sea la Rusia soviética del señor Stalin y su sempiterno ministro de exteriores, el señor Molotov. Algo como ocurre entre Francia e Inglaterra, aparentemente siempre en el mismo bando, pero, en realidad, no se soportan los unos a los otros. El señor Charles De Gaulle, en su exilio, durante la segunda Guerra Europea, en El Reino Unido, se convirtió en una pesadilla para Churchill y el general americano Dwight Eisenhower, jefe de las fuerzas de invasión de los aliados.

Los europeos saben que, sin la colaboración de Rusia y los EE. UU en materia de conservación de la naturaleza, todo lo que puedan acordar será papel mojado, aunque consiguieran que China y la India decidieran colaborar en evitar la emisión de gases invernadero a la atmósfera. Pero, mientras el resto estaban negociando un acuerdo que pudiera ser admitido por los americanos, en una sala aparte, durante un espacio de dos horas y 16 minutos, los dos principales dirigentes de las naciones con potencial atómico más poderosas del mundo, estaban cambiando impresiones, forjando acuerdos, repartiéndose zonas de influencia y hablando de temas tan importantes como la forma de darle carpetazo a las guerras de Siria, Irak y Yemen, y la guerra con el EI; la postura de Catar y su enfrentamiento con los Emiratos y Arabia Saudí; el problema de Irán y la tensión en el Pacífico entre Japón y China y el tema de Corea que está a punto de crear un conflicto grave, si no se para la escalada atómica del señor Kim-Jong- Un, un peligroso sicópata que, si no se le detiene, está a punto de acceder a las bombas nucleares, un verdadero peligro para la humanidad en manos de semejante loco.

Es evidente que dos horas y 16 minutos da tiempo para darle un repaso detallado a todos los problemas existentes en la actualidad entre Rusia y los EE. UU y, al propio tiempo, de hablar de Europa y de Ucrania, dos aspectos de la política internacional que, en un momento determinado, pudieran enfrentar a sus respectivas naciones. Es evidente que lo poco que ha trascendido sólo debe ser la punta del iceberg de todas las materias que han sido revisadas entre dos personas que, aunque aparentan ser enemigos irreconciliables, es evidente que son muy capaces de llegar a entenderse. El alto al fuego en Siria denota un interés en eliminar puntos que pudieran ocasionar graves fricciones entre las unidades militares de ambos países. No olvidemos que el caudillaje de Bashar Al-Asad en Siria ha sido fundamental para detener los avances del EI y, Rusia, ha decidido apoyarlo para mantener el orden en toda aquella región que es evidente que, sin la mano dura del dictador, pronto caería, como ha sucedido en otros lugares de Oriente Medio, en manos de los terroristas de Al Qaeda o del Daesh. Muy probablemente, tanto Putin como Trump, tienen interés es conseguir llegar a un entendimiento que les permita a ambos salvar la cara ante sus propios países, evitando un enfrentamiento en Siria después de que la campaña contra el Daesh concluyera.

Sí señores, el interés de este G20, al menos de lo transcurrido durante los días que han pasado; si obviamos lo incidentes callejeros que ya han provocado 200 arrestos por parte de la policía alemana y dan testimonio del peligro que va adquiriendo este populismo de izquierdas, que parece que se va retroalimentando, a medida que las manifestaciones en los distintos países se van extendiendo, aprovechando cualquier excusa que se les presente para enfrentarse a las fuerzas del orden, algo en lo que cada vez se muestran más agresivos y para lo que los activistas agitadores van más preparados, armados de `palos y cocteles molotov, para enfrentarse a sus adversarios. Sin duda se ha centrado en el encuentro entre Trump, el odiado Trump de una parte del electorado norteamericano, disgustado por la derrota de la señora Clinton; pero que, les guste o no, salió elegido presidente sin que, hasta la fecha, hayan conseguido descabalgarlo de su cargo al frente del Ejecutivo americano.

Es probable que el tiempo acabe por desvelarnos los verdaderos efectos de este encuentro. La agenda de ambos mandatarios está cargada de temas, cada uno de los cuales de sumo interés para las relaciones entre ambas naciones que, con toda probabilidad, van a tener continuidad a nivel de ministros de AA.EE, en lo que van a ser los posicionamientos de ambos países en lo que actualmente se han convertido en importantes puntos de fricción, que amenazan la paz mundial si los países que tienen las responsabilidades de solventarlos, no actúan con el acierto requerido para evitarlos.

En todo caso, por si no tuviéramos motivo de suficiente preocupación con los problemas nacionales que, tan directamente, nos afectan; es evidente que no podemos bajar la guardia ante otros problemas de mayor envergadura y de proporciones internacionales, que pudieran afectarnos a todos, ante los cuales el permanecer ajenos sería como olvidarnos de que, de su solución, va a depender nuestro futuro. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, confesamos nuestra inquietud y curiosidad por no ser capaces de adivinar lo que, en aquella sala de reuniones, se dijeron entre sí los dos presidentes de las naciones más poderosas del mundo. Claro que lo mismo deben estar pensando, en estos momentos, personajes tan importantes como la señora Merkel, el señor Macron, la señora May y todo el resto de mandatarios que, en la sala de reuniones, estuvieron discutiendo sobre el cambio climático. ¡Cada uno a lo suyo!

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