Puede que la gente haya estado más pendiente de lo que discutieron los demás miembros del G20,
durante las dos horas y 16 minutos que los presidentes de Rusia, señor Putín y el de los EE. UU,
señor Trump, estuvieron entrevistándose, apartados de los medios y de los endiosados mandatarios
que, seguramente, se estaban creyendo que estaban construyendo un mundo nuevo, dedicados a
discutir sobre las soluciones al calentamiento global. Puede que la UE haya querido humillar a
Donald Trump situándolo a un extremo de la fila, cuando se realizó la protocolaria fotografía de los
asistentes al G20, no obstante, señores, no se dejen engañar por las apariencias porque, sin los EE.
UU y sin Rusia, difícilmente el resto de naciones, salvo quizá China y la India, poco iban a poder
decidir sobre los destinos del mundo.
En mi caso, debo reconocer que hubiera dado todo lo que se me hubiera pedido para poder escuchar
(con traductores, por supuesto) todo lo que se dijeron en su reunión off de record estos dos
singulares personajes a los que, seguramente, podríamos calificar, cada cual, en su particular faceta,
como dirigentes atípicos que se salen de los estereotipos que tenemos de lo que, habitualmente, se
entiende como el presidente de una nación. Hay algo que quizá no se tiene en cuenta cuando, las
apariencias, los enfrentamientos verbales y los llamados desencuentros entre dos naciones o dos
mandatarios de distintos países, saltan a las primeras páginas de la prensa o se emiten por los
principales telediarios de las cadenas televisivas: ¡el teatro! Si señores, los dirigentes de una nación
deberían, como ocurrió en el caso del actor Ronald Reagan, presidente de los EE. UU, haber tenido
un aprendizaje como comediante, un curso de entrenamiento en el arte de la simulación, el engaño y
la manipulación de las apariencias.
Putín, como ruso, tiene un rol ante su pueblo que no puede olvidar y que debe mantener a toda
costa: Rusia es, por definición, la nación que tiene la misión de enfrentarse al capitalismo
americano; pero, a la vez, Trump, por mucho feeling que sienta por su colega ruso, está obligado,
como presidente de los EE. UU, a mantener su enfrentamiento con Rusia, aunque ya no sea la Rusia
soviética del señor Stalin y su sempiterno ministro de exteriores, el señor Molotov. Algo como
ocurre entre Francia e Inglaterra, aparentemente siempre en el mismo bando, pero, en realidad, no
se soportan los unos a los otros. El señor Charles De Gaulle, en su exilio, durante la segunda Guerra
Europea, en El Reino Unido, se convirtió en una pesadilla para Churchill y el general americano
Dwight Eisenhower, jefe de las fuerzas de invasión de los aliados.
Los europeos saben que, sin la colaboración de Rusia y los EE. UU en materia de conservación de
la naturaleza, todo lo que puedan acordar será papel mojado, aunque consiguieran que China y la
India decidieran colaborar en evitar la emisión de gases invernadero a la atmósfera. Pero, mientras
el resto estaban negociando un acuerdo que pudiera ser admitido por los americanos, en una sala
aparte, durante un espacio de dos horas y 16 minutos, los dos principales dirigentes de las naciones
con potencial atómico más poderosas del mundo, estaban cambiando impresiones, forjando
acuerdos, repartiéndose zonas de influencia y hablando de temas tan importantes como la forma de
darle carpetazo a las guerras de Siria, Irak y Yemen, y la guerra con el EI; la postura de Catar y su
enfrentamiento con los Emiratos y Arabia Saudí; el problema de Irán y la tensión en el Pacífico
entre Japón y China y el tema de Corea que está a punto de crear un conflicto grave, si no se para la
escalada atómica del señor Kim-Jong- Un, un peligroso sicópata que, si no se le detiene, está a punto
de acceder a las bombas nucleares, un verdadero peligro para la humanidad en manos de semejante
loco.
Es evidente que dos horas y 16 minutos da tiempo para darle un repaso detallado a todos los
problemas existentes en la actualidad entre Rusia y los EE. UU y, al propio tiempo, de hablar de
Europa y de Ucrania, dos aspectos de la política internacional que, en un momento determinado,
pudieran enfrentar a sus respectivas naciones. Es evidente que lo poco que ha trascendido sólo debe
ser la punta del iceberg de todas las materias que han sido revisadas entre dos personas que, aunque
aparentan ser enemigos irreconciliables, es evidente que son muy capaces de llegar a entenderse. El
alto al fuego en Siria denota un interés en eliminar puntos que pudieran ocasionar graves fricciones
entre las unidades militares de ambos países. No olvidemos que el caudillaje de Bashar Al-Asad en
Siria ha sido fundamental para detener los avances del EI y, Rusia, ha decidido apoyarlo para
mantener el orden en toda aquella región que es evidente que, sin la mano dura del dictador, pronto
caería, como ha sucedido en otros lugares de Oriente Medio, en manos de los terroristas de Al
Qaeda o del Daesh. Muy probablemente, tanto Putin como Trump, tienen interés es conseguir llegar
a un entendimiento que les permita a ambos salvar la cara ante sus propios países, evitando un
enfrentamiento en Siria después de que la campaña contra el Daesh concluyera.
Sí señores, el interés de este G20, al menos de lo transcurrido durante los días que han pasado; si
obviamos lo incidentes callejeros que ya han provocado 200 arrestos por parte de la policía alemana
y dan testimonio del peligro que va adquiriendo este populismo de izquierdas, que parece que se va
retroalimentando, a medida que las manifestaciones en los distintos países se van extendiendo,
aprovechando cualquier excusa que se les presente para enfrentarse a las fuerzas del orden, algo en
lo que cada vez se muestran más agresivos y para lo que los activistas agitadores van más
preparados, armados de `palos y cocteles molotov, para enfrentarse a sus adversarios. Sin duda se
ha centrado en el encuentro entre Trump, el odiado Trump de una parte del electorado
norteamericano, disgustado por la derrota de la señora Clinton; pero que, les guste o no, salió
elegido presidente sin que, hasta la fecha, hayan conseguido descabalgarlo de su cargo al frente del
Ejecutivo americano.
Es probable que el tiempo acabe por desvelarnos los verdaderos efectos de este encuentro. La
agenda de ambos mandatarios está cargada de temas, cada uno de los cuales de sumo interés para
las relaciones entre ambas naciones que, con toda probabilidad, van a tener continuidad a nivel de
ministros de AA.EE, en lo que van a ser los posicionamientos de ambos países en lo que
actualmente se han convertido en importantes puntos de fricción, que amenazan la paz mundial si
los países que tienen las responsabilidades de solventarlos, no actúan con el acierto requerido para
evitarlos.
En todo caso, por si no tuviéramos motivo de suficiente preocupación con los problemas nacionales
que, tan directamente, nos afectan; es evidente que no podemos bajar la guardia ante otros
problemas de mayor envergadura y de proporciones internacionales, que pudieran afectarnos a
todos, ante los cuales el permanecer ajenos sería como olvidarnos de que, de su solución, va a
depender nuestro futuro. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie,
confesamos nuestra inquietud y curiosidad por no ser capaces de adivinar lo que, en aquella sala de
reuniones, se dijeron entre sí los dos presidentes de las naciones más poderosas del mundo. Claro
que lo mismo deben estar pensando, en estos momentos, personajes tan importantes como la señora
Merkel, el señor Macron, la señora May y todo el resto de mandatarios que, en la sala de reuniones,
estuvieron discutiendo sobre el cambio climático. ¡Cada uno a lo suyo!
|