Sabina Urraca (San Sebastián, 1984) es periodista (ha colaborado en numerosos medios escritos), bloguera y ahora escritora. También ha sido vendedora de seguros, camarera, guionista, locutora, creativa de televisión y publicidad y bastantes cosas más. Apenas hace un mes que acaba de debutar con su opera prima en el terreno de la ficción, ‘Las niñas prodigio’, que su editorial, Fulgencio Pimentel, define como una «novela solo parcialmente autobiográfica, agitada por el estigma del amour fou por un hombre maduro y alcohólico, ‘Las niñas prodigio’ es también una comedia en varios actos y un cuento con tintes de terror gótico. Pero sobre todo es un relato contemporáneo sobre la identidad que arranca en un presente imperfecto para regresar a todas las edades de una mujer». Con esta carta de presentación, Sabina se plantó en la Librería Bartleby de València, para presentar su obra a los lectores. Llegó con tiempo apretado y, sentados en un sofá, desgranamos una conversación apresurada, pero certera, sobre su debut literario. Después vinieron las fotos y un breve paseo de la escritora donostiarra por la calle Cádiz, antes de comenzar la presentación.
Sabina, ¿qué significa para ti escribir?
Para mí escribir significa muchísimas cosas, es como compartir la visión del mundo que tengo, una visión constante de la realidad que yo transformo en mi cabeza un poco para entretenerme y contarlo. Es algo que he hecho desde pequeña, porque cuando vivo algunas situaciones necesito transmitirlas de una manera determinada y lo más completa posible. Es casi como un exhibicionismo emocional.
Periodista y ahora escritora de ficción, ¿te sientes igual de cómoda en ambas facetas?
Obviamente, si pudiera vivir de la literatura y, de vez en cuando, hacer un reportaje largo y documentado sería lo ideal. Me encanta el periodismo, meterme en un tema e investigarlo a fondo, pero justamente eso es lo malo de una profesión que, hoy en día, no permite vivir de ella y eso hace que no me guste tanto como podría llegar a gustarme.
Los escritores suelen escribir para responderse preguntas que les inquietan, en tu caso, ¿cuál era la pregunta cuando comenzaste a escribir ‘Las niñas prodigio’?
No era una pregunta lo que quería responder, era una necesidad de escribir sobre un tema que me había obsesionado durante mucho tiempo, como si fuera el germen de esta especie de pasión, envidia, adoración y odio a la vez que sentía por las niñas prodigio. El libro era como una adoración, como un querer ser como ellas, una necesidad de contar todo esto.
Pero estas niñas prodigio son como la cara b de lo que generalmente se entiende por este concepto.
Sí, claro, el libro va de eso, la protagonista es lo contrario de las niñas prodigio, pero ella sí que habla de la adoración que siente y de que desea ser como ellas. Estos días estaba leyendo un libro sobre niñas santas, que querían ser buenas y virtuosas, y me acordaba de la protagonista de mi novela. También he recordado un libro de Celia, que tiene un capítulo llamado ‘Quiero ser santa’, donde ella averigua cómo ser desgraciadita para conseguirlo. Y todo eso me traía a la memoria la búsqueda de la protagonista de la perfección y de la aprobación del resto.
Has calificado ‘Las niñas prodigio’ como novela, pero el libro también podría leerse como un puñado de cuentos, ¿no?
Sí, pero no todos, hay algunos que no se pueden comprender bien si no has leído lo anterior. En realidad, cada parte del libro necesita de las demás.
Entonces supiste desde el principio que lo que estabas escribiendo era una novela y no un libro de cuentos.
No me acuerdo bien, porque creo que no lo pensé. Únicamente me preocupé de cómo contarlo y salió así. La verdad es que no podría clasificarlo de modo exacto en ninguna categoría.
Has escogido la primera persona para narrar, ¿por qué?
Bueno, en primer lugar, porque es un libro en el que queda claro que hay bastantes componentes autobiográficos y, en segundo, porque escribo mucho en primera persona y me gusta hacerlo. Incluso mis artículos los concibo así porque me desnudo emocionalmente.
Por algún lugar he leído que lo pasas mal escribiendo.
Es verdad, lo paso horrorosamente mal. No me gusta escribir, odio escribir, pero me encanta haberlo escrito. Esa frase es de Dorothy Parker y me identifico absolutamente con ella. Haber escrito un libro me resulta una experiencia pavorosa, excepto los últimos capítulos y la corrección, cuando parece que voy cabalgando sobre un caballo a toda virolla. Esos momentos son maravillosos, es como si estuviera en trance, aunque sólo ocurre de modo puntual como digo. Lo cierto es que más adelante me gustaría disfrutar durante la escritura.
Bueno, esa sensación que describes, creo que se transmite un poco en la novela.
Puede ser.
A veces el texto incluso es un poco perturbador.
Pero yo no sufro porque lo que escribo sea perturbador, sino porque escribir me parece muy difícil y me encuentro sometida a distintas presiones. Es una locura.
Entonces ¿la escritura para ti no tiene nada de terapéutica?
Desde luego terminar un libro sí que tiene algo de terapéutico porque, como te contaba al principio, constantemente tengo ideas. Mi problema es la sobreinformación en el cerebro. Soy consciente de que no puedo sacar al exterior todo lo que llevo dentro, pero sí algunas cosas y hacer eso, de alguna manera, me alivia. También es gratificante que lo que escribo haya gente que lo disfrute. Eso hace que me sienta bien y, sin duda, también es terapéutico.
A esa angustia durante el proceso creador, tú le has sumado el hecho de que has escrito ‘Las niñas prodigio’ casi encerrada en una casa solitaria de La Alpujarra y sin luz eléctrica, ¿por qué esa exigencia?
Venía de una situación complicada. Había dejado mi empleo, había decidido no trabajar en la oficina de publicidad donde lo venía haciendo y me fui a vivir un tiempo fuera. Regresé a España y mi editor me dijo que le interesaba publicar lo que estaba escribiendo. Entonces pensé que era ahora o nunca. Si vivía en Madrid tenía que trabajar mucho en otras cosas para mantenerme y no podría escribir el libro. Y yo quería hacerlo. Así que decidí marcharme. Fue una decisión casi económica. Lo que ocurrió es que el campo tiene otros componentes, como el retiro bucólico del escritor, lo cual siempre es interesante, y además me empezaron a suceder una serie de cosas, que no tuve otro remedio que autoficcionar e incluir en la novela.
¿Todo lo que ocurre a tu alrededor es susceptible de que lo transformes en material literario?
Sí, todo: lo que me cuenta la gente, lo que les ha ocurrido a amigos míos… Me acuerdo yo más de esas cosas que ellos, es como que tengo un archivador lleno de basura de la que tomo notas, a mano o mentalmente.
Dado que incorporas al texto las cosas que te suceden mientras escribes, me imagino que eres escritora de brújula más que de guiones.
Sí, sí, soy más escritora de brújula que de guión, para la novela no he utilizado ningún esquema previo. Sin embargo, en el libro que llevo ahora entre manos sí que he tenido que preparar una pequeña estructura, pero eso me ha hecho sorprenderme de mí misma, porque veo que me cuesta escribir sujetándome a un guión.
Hablabas antes del momento de la corrección, la lectura del texto fluye con facilidad, sin duda hay mucho trabajo detrás del resultado final, ¿has corregido mucho?
Es verdad eso que dices, excepto mis padres, a los que les cuesta mucho, la gente lo lee con facilidad. Escribo del tirón, a gran velocidad, gracias a mi trabajo de periodista, lo que a veces es malo, porque no revisas el texto lo suficiente. Se ha producido una labor conjunta entre el editor y yo, pero no hay demasiadas correcciones. Sí que ha habido algunos cambios en el orden del relato, en todo caso son modificaciones sin excesiva trascendencia.
Sigamos con el trabajo del texto, ¿qué te preocupa más: la forma o el fondo?
Me importan ambas cosas, aunque creo que quizá presto menos atención a la forma de lo que debiera.
¿‘Las niñas prodigio’ funcionarían igual de bien con una escritura más barroca?
Uff, tengo la sensación de que escribo unas frases larguísimas, muy pesadas. Mi impresión es que mi estilo es mucho más barroco de lo que debería ser. Admiro a los escritores que escriben a latigazos, yo me enredo mucho en sobreexplicaciones. Es algo que debo pulir.
Vamos con las dos últimas cuestiones por hoy. Por tu fertilidad mental, no debes conocer el mito del miedo al folio en blanco en la segunda novela, ¿es así?
No, para mí no existe ese miedo. Hacía tiempo que llevaba dándole vueltas a algunas cosas y, de repente, hace unas semanas, lo vi claro. Como te decía antes, la verdad es que muy pocas veces siento un vacío, las ideas siempre están rondándome.
¿Qué poso te ha dejado la escritura de ‘Las niñas prodigio’?
En el proceso de creación he perdido el miedo a muchas cosas. De hecho ahora tengo menos miedo de casi todo, voy más segura y creo que, tal vez, un día podré disfrutar durante la escritura.
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