Un personaje de “El Jardín de los senderos que se bifurcan” de Jorge Luis Borges, advierte en un pasaje de la obra que “el ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado”. El consejo hubiera sido muy útil al actual gobierno del Paraguay, cuyas contramarchas y contradicciones acabaron llevándolo a un punto muerto y retroceso en lo que se refiere a su relacionamiento internacional con la izquierda de la región.
Evidentemente, del dicho al hecho hay mucho trecho, y más aún si se trata de expresiones del cura presidente Fernando Lugo, siempre dispuesto a posar como integrante del aquelarre bolivariano, aunque no tenga detrás de las palabras ni gesto ni acción consecuente.
A diferencia de muchos otros temas en los que logró con acomodos sus objetivos en los poderes judicial y legislativo, a la hora de obtener respaldo para el ingreso de Venezuela al Mercosur se ha mostrado absolutamente inoperante. Eso a pesar del inmenso favor propagandístico que le hizo el socialismo del siglo XXI, que lo arropó en su espacio sin mayores merecimientos, y posibilitó su triunfo electoral el 20 de abril del 2008.
Quienes tenemos militancia en la real izquierda paraguaya, sabíamos que Lugo no representaba bajo ningún punto de vista a las corrientes socialistas, y que apenas se trataba de una maniobra propagandística con la complicidad de gobiernos deseosos de publicitar un imaginario “avance de la izquierda” en Paraguay que permita plegar a este aislado país a los cambios que se operaban en el equilibrio de poderes de la región. Advertimos hasta el hartazgo –y ello tuvo su costo- que en realidad Lugo representaba a una izquierda de utilería alimentada por las ONG vinculadas a USAID y a la embajada norteamericana de Asunción, y promocionada por la prensa derechista adicta al imperialismo. La agrupación que le aportó mayor cantidad de votos – El Partido Liberal Paraguayo- en realidad es un partido liberal de corte somocista, que históricamente defendió a la oligarquía y que en 1940 impuso a un dictador militar (José Félix Estigarribia) inaugurando la dinastía de autócratas que acabaría con Stroessner.
Todas las falsedades luguistas han quedado patentes cada vez que Lugo tuvo que demostrar su afinidad con gobiernos como el de Daniel Ortega, que ni siquiera pudo asistir a su toma de posesión por un escándalo gestado en el mismo gabinete luguista, con Evo Morales, con el asilo a Cossío, o con Hugo Chávez y Cristina Fernández durante las cumbres del Mercosur.
Una vez tales distancias quedaron patentes con la actitud dubitativa de Lugo a la hora de respaldar el ingreso de Venezuela al Mercosur, durante la presente cumbre.
La posibilidad de invocar la Convención de Viena, para permitir el postergado ingreso venezolano al Mercosur, según los represantes paraguayos, desataría una grave disputa jurídica internacional y sobre todo, una grave crisis política interna en Paraguay, que Lugo no se siente capaz de afrontar.
Lugo lo ha dejado en claro, afirmando que no puede “puentear” normas vigentes para permitir el ingreso de Venezuela al Mercosur, aunque puentear haya sido una norma en toda su trayectoria política, durante la cual inclusive saltó sobre la misma constitución del Paraguay que le impedía postularse a la presidencia.
Evidentemente, todo es resultado de la incapacidad luguista de articular una fuerza parlamentaria que sustente una verdadera política de integración con sus supuestos “correligionarios bolivarianos”, algo que nunca estuvo entre sus intenciones ni objetivos.
Siempre resultó mucho más fácil el descendente sendero de la derecha.
O como lo expresara de manera más poetica el escritor alemás de posguerra Heinrich Boll, la izquierda tiene su ala derecha, la derecha su ala izquiera. Se oye el murmullo de las alas, pero se sabe que ningún pájaro se elevará por los aires.
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