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Martirio y Exilio en el Crepúsculo de la Era Liberal

El gobierno de Fernando Lugo estuvo lejos de llegar al poder en ancas de un movimiento progresista
Luis Agüero Wagner
martes, 10 de enero de 2012, 07:57 h (CET)
Visitando redes sociales en la web pude advertir en estos días que a varios internautas le causa extrañeza el hecho de que el cura Fernando Lugo, supuesto aliado del chavismo bolivariano, en realidad haya llegado al poder de la mano de un Partido Liberal de derechas.

Viene al caso, al respecto, reseñar algunos episodios negados sobre la gestión de dicho partido, hoy de vuelta en el poder de la mano del luguismo, cosméticamente revestido de una muy superficial capa “izquierdista”.

Poco se habló de que el partido que hoy acompaña a Lugo en realidad fue una agrupación que impulsó la candidatura de quien sería el primer dictador nazi-fascista de la historia paraguaya, José Félix Estigarribia, y que en octubre de 1931 reprimió una manifestación literalmente fusilando al pueblo, que reclamaba la defensa del Chaco invadido.

Precisamente por estas fechas, hace unos 76 años, varios hechos sintomáticos anunciaban el final de la hegemonía del partido que hoy vuelve a gobernar el Paraguay de la mano del cura Fernando Lugo.

Crepúsculo de una era

De lo sucedido en el crepúsculo de la era liberal, es pertinente recordar que tal como sucede en el presente con el actual inquilino del Palacio de López, el último presidente de esa etapa, Dr. Eusebio Ayala, se encontraba obsesionado por su reelección. Un grupo de adulones que lo rodeaba había iniciado a fines de 1935 una campaña por la reelección del susodicho Presidente de la República, lo cual, según el jurisconsulto Adriano Irala Burgos, ‘destruía totalmente en sus valores más caros el sistema liberal, fundamentado en la Constitución de 1870’.

Pero lo peor de todo no fue eso, sino la vacilación inexplicable del Dr. Eusebio Ayala, quien manifestó que se ponía a disposición del pueblo y no abortó a tiempo y enérgicamente la sugerencia, hecha tan a destiempo y destruyendo el principio de la misma legalidad liberal. Esto significaba poner en duda la misma legitimidad, no ya del futuro presidente y su periodo, sino del mismo que llegaba a su final. La pretensión reeleccionista del Presidente habilitó a la institución militar para evitar el atropello a una Constitución que no contemplaba la reelección.

La historiografía liberal por lo general también resta importancia al gravísimo hecho que representó, en enero de 1936, el apresamiento y exilio de uno de los héroes del Chaco con mayor proyección popular en ese entonces, el Coronel Rafael Franco.

Justificar como hoy lo hacen historiadores liberales, los métodos propios del terror y la barbarie en el ejercicio del poder, tales como el apresamiento y destierro de un disidente (en este caso, Rafael Franco), afirmando que tales medidas se ordenaban ‘con la única intención de contener la sustancial politización divisionista del Ejército nacional’, es un argumento con el que también se podría exculpar mucho de lo actuado por temibles dictadores como Higinio Morínigo o Alfredo Stroessner.

La persecución política, que no perdió vigencia aún en medio de una guerra internacional, cobró fuerza y estado público con el asesinato en torturas del estudiante Salomón Sirota, el 5 de enero de 1936, en las mazmorras del ‘democrático’ y civilista régimen del Dr. Eusebio Ayala. La situación empeoró con la clausura de periódicos estudiantiles y el arresto y deportación de jefes militares de bien ganado prestigio en el Chaco como el mismo Franco, el mayor Basiliano Caballero Irala del Regimiento de Zapadores N° 1, y el mayor Antonio E. González, entre otros, acusados falsamente de ‘comunistas’.

En cuanto a la actuación de José Félix Estigarribia, brazo ejecutor de gran parte de estos sucesos represivos, anticipaba avalando estos abusos la dictadura que impondría pocos años después, de funestas consecuencias para la historia paraguaya.

La última victoria

Para superar enfoques reduccionista sobre hechos de primerísima importancia en la historia paraguaya, conviene tener en cuenta que en 1936 el Estado liberal se enfrentó a dos desafíos ineludibles:

1. La desmovilización de tropas y jefes de un ejército victorioso, parte de un pueblo ahora seguro de merecer un destino mejor.

2. Las elecciones presidenciales que inexorablemente debían reemplazar a las autoridades vigentes, teniendo en cuenta que la Constitución Nacional no contemplaba la reelección.

En ambos casos se manejó el Gobierno con vacilación y soluciones simplistas. En lugar de abrirse a las sustanciales y profundas reformas que la historia reclamaba, el gobierno liberal se vio superado ideológica y coyunturalmente por los acontecimientos, apelando a métodos represivos que derivaron en virulento detonante contra el orden constituido y sus estructuras políticas.

Montesquieu había escrito que cuando las legiones romanas cruzaron los Alpes y el mar, los militares a quienes era necesario dejar mucho tiempo ocupando países sometidos, perdieron su propia fuerza y ya no pudieron obedecer. El 17 de febrero de 1936, las invictas legiones que habían derrotado a la Standard Oil Company, oculta en los pliegues de la bandera boliviana durante la guerra del Chaco, decidieron consumar su última victoria.

Así caería el Partido Liberal paraguayo, resucitado de sus cenizas gracias al “milagro” materializado por Fernando Lugo.

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Censura. No la juzgo como una práctica muy denostada en estos días. Por el contrario, se me antoja que tiene más adeptos de los que, a priori, pudiéramos presumir. Como muestra de ello, hay un sector de usuarios que están abandonando cierta red social para migrar a otra más homogénea, y no con el fin de huir de la censura, sino por la ausencia o supresión de la misma en la primera de ellas.

Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.

El nombramiento de Teresa Ribera huele que apesta, aunque el Partido Popular y el Gobierno han escenificado perfectamente su falso enfrentamiento. Dicen en mi tierra que entre hienas no se muerden cuando no conviene o, si lo prefieren, entre bomberos no se pisan la manguera. El caso es que el Gobierno y sus socios ya celebran por todo lo alto ese inútil e inesperado nombramiento.

 
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