Un embarazo no deseado es siempre una situación difícil no solo para la mujer gestante sin también para su entorno familiar. La vigente ley del aborto ha sido fuente de polémica y vuelve a la palestra, con especial intensidad en Baleares, por las decisiones de las autoridades sanitarias locales que obligan a la embarazada que quiere abortar al pago previo de la prestación que luego el Gobierno reembolsará, un procedimiento a todas luces irregular. Aunque el coste representaría menos del 1% del total del gasto sanitario total se nos quiere hacer ver que, de algún modo, este procedimiento desalentaría el uso fraudulento de la tarjeta sanitaria (se dijo que habían llegado a hacerse hasta 5 intervenciones con una misma identidad, extremo que luego se desmintió), un mensaje que se utilizó publicitariamente para instaurar el prepago por dos vías, el pago adelantado ya comentado y el abono obligatorio de 10 euros para la renovación de la nueva tarjeta sanitaria con foto (como un DNI) lo cual resulta ser un copago sanitario encubierto. Pero fuera de las interpretaciones políticas, el aborto es una tragedia en sí misma para la mujer que decide enfrentarse a una situación estresante como pocas y que deja secuelas permanentes, siempre negativas, por la alta carga de culpa que genera en la mujer que lo sufre. Soy consciente que pienso con la facilidad con la que un hombre puede hablar sobre este tema porque nunca lo sufrirá en carne propia. Jamás tuve que afrontar el dilema sobre que haría si me quedara embarazado pero tuve un acercamiento al problema en mi infancia que quedaría indeleble en mi memoria. Mi madre es ginecóloga; jubilada hace varios años me crié desde pequeño con las pequeñas y grandes historias que se gestaban en su consulta y la angustia que le generaba enfrentarse a la realidad de las mujeres a diario. Al mediodía solía ser tema de conversación frecuente en la mesa, un almuerzo que reunía a mis padres (él también era médico), a mi hermana y a mí y que actuaba como un confesionario improvisado, abierto a nuestros ojos infantiles que absorbían aquello con una mezcla de asombro y curiosidad. Mi madre asumía como profesional una doble actitud frente a la interrupción voluntaria del embarazo que pude entender años después. Si bien no negaba a una joven embarazada la posibilidad de realizarle un aborto trataba de que llevase la gestación a término y luego lo diese en adopción, convencida de que lo segundo resultaba mucho menos traumático para la salud mental de la mujer a largo plazo. El tratamiento del tema con la familia solía ser delicado y en general se solía recurrir a la madre quizás porque tal vez fuese más comprensiva, no podía soltársele así de golpe que la hija que tanto querían se había quedado embarazada. La enorme carga de culpabilidad que podía caer sobre la desdichada era una pesada losa difícil de sobrellevar Pero hay algo que en aquella época ni siquiera se tenía en cuenta a la hora de plantearse la interrupción del embarazo: El padre. Los hombres siempre han sido relegados a un segundo plano en el tema del cuidado y la crianza de los niños. Las decisiones que se toman al respecto siempre han sido consideradas exclusivamente femeninas pero, afortunadamente los tiempos han cambiado. Los padres varones se implican cada vez más en el desarrollo y crecimiento de sus hijos y su participación es cada vez más precoz en la vida del niño, incluso durante el embarazo de su pareja. Es hora también que se lo tenga en cuenta a la hora de expresar su opinión en el caso de un aborto, que es también su responsabilidad. Durante los últimos años hemos venido escuchando a las mujeres reclamar por la participación activa de los varones en las tareas domésticas y el cuidado de los niños desde una perspectiva de igualdad entre hombres y mujeres, una postura que las feministas radicales defienden tozudamente durante el matrimonio pero que no mantienen en caso de divorcio, donde la atribución de custodia se da a la madre en más de un 90% de los casos y en donde se atribuye al padre el papel de proveedor pagador con un mínimo de visitas a su hijo en un régimen cuasi carcelario de 4 días al mes, que apenas sirve para educar a un menor. Pero en el caso del aborto el tema es aún peor. El feminismo de género ha logrado que el último gobierno socialista aprobara la más nefasta ley que sobre el aborto podía haberse hecho. En primer lugar porque atribuye a la mujer la única posibilidad de decisión sobre la vida de su hijo. Basado en la afirmación individualista “mi cuerpo es mío” (y, en consecuencia, con él hago lo que quiero) decido abortar sin tener en cuenta la vida que se está gestando, que tiene sus propios derechos como nonato reconocidos legalmente, ni mucho menos la opinión del padre de la criatura al que no se le consulta para nada, ni mucho menos a su familia extensa ¿Es que a nadie se le ocurre que un padre pueda criar a su hijo soltero? ¿Se les exige a los hombres participación en condiciones de igualdad y luego se le niega en los momentos fundamentales? Es posible que algunos futuros padres se desentiendan pero no son ni mucho menos la mayoría, al menos debería considerarse consultarlo como alternativa. En segundo lugar se ha dado a la mujer menor de edad (a partir de los 16 años) capacidad decisoria sobre un aborto sin el permiso de los padres, una situación absurda si se considera que un ciudadano no es apto para firmar un consentimiento informado sobre una intervención quirúrgica (el aborto lo es), ni votar o conducir un automóvil hasta los 18 años de edad. O se es mayor de edad para todo o no se es para nada, no hay excepciones. También mucho padres reclamaron que el estado no podía decidir el aborto de una menor sin su consentimiento lo cual generaba una injerencia gubernamental en la vida de las personas desde todo punto de vista inconstitucional, casi al borde del autoritarismo. Bibiana Aído, la más sicaria defensora de la ideología de género afirmó, en una de sus más polémicas declaraciones, que el feto no era un ser humano, negando la pertenencia a la especie humana a un grupo celular diferenciado inmaduro de homo sapiens sapiens, una clara discriminación interesada en justificar una ideología corrupta sobre la cual basar la legalidad por venir y que ni el propio Darwin admitiría. Pero volviendo al tema, un embarazo no deseado puede terminar en un parto no deseado. El drama sigue siendo decidir que hacer. Algo tan delicado merece proponer algunas soluciones alternativas al aborto, al que la ley actual parece llevar inexorablemente sin otras opciones. Se me ocurre que cuando una mujer joven, menor de edad o no, se queda embarazada sin quererlo habría que plantearse primero la pregunta clave: ¿Qué ha fallado? Lo siguiente sería encarar la cuestión desde dos puntos de vista, uno terapéutico y otro preventivo. Por un lado, como solucionar el embarazo no deseado de la mejor forma posible y como evitar que se produzca, por otro. La primera cuestión pasa por incluir a todas las partes implicadas en buscar la mejor salida posible. Una nueva vida está en camino y queda claro que está en el cuerpo de la mujer, pero eso no debiera cegarnos a pensar que, como el nonato no puede decidir, no le corresponde ningún derecho a participar en la cuestión. Sin embargo, su derecho a la vida es innegable. Si la madre no quiere a ese hijo hay que buscar primero alternativas viables para su cuidado, crecimiento y desarrollo. Al primero que debería consultársele es al padre, si se conoce quien es. Estoy seguro que muchos de ellos asumirían de buen grado al hijo que se avecina y su compromiso podría quedar sellado por escrito ante un juez como garantía de cumplimiento, una fórmula que a nadie se le ha ocurrido que yo sepa. En segundo lugar, a la familia extensa, abuelos, tíos primos etc. de cuyos derechos familiares (son los parientes más cercanos después de los padres) nos olvidamos a menudo. El camino siguiente es la dación en adopción, una alternativa bien reglamentada y segura (tal vez excesivamente burocrática) pero que ofrece al niño unas posibilidades iniciales inmejorables en una familia muy motivada. Finalmente, si ninguno de estos caminos resulta convincente se podría recurrir al aborto. El problema aquí es que hay que actuar deprisa, antes de la 12 semanas de gestación, y se pierde mucho tiempo inicial por el temor de la mujer embarazada en dar a conocer su situación (sobre todo si es menor, el temor a la reacción de los padres es arcaico). Por ello, nuestra cultura debería propiciar que el embarazo de una mujer soltera y menor fuera incluso bien visto como parte de una deuda social para con ellas, durante tanto tiempo marginadas y ocultadas, sufriendo su culpa y su dolor en soledad. Así saldría a la luz más pronto con la consecuente mejora en las alternativas viables de solución Para cualquiera de estas alternativas es necesaria una red de cobertura social que garantice que cualquiera de estas propuestas llegue a buen puerto con el menor daño posible a todos los involucrados. Eso significa que cualquiera de las decisiones que se tomen tenga un seguimiento apropiado. Una terapia psicológica de apoyo durante todo el proceso hará que se pueda elaborar la enorme carga afectiva que hay involucrada en un embarazo o un aborto. No podemos dejar a la mujer sola con su responsabilidad. Así decida continuar el embarazo hasta el final, criar al niño, o darlo a l padre, o darlo en adopción, o finalmente abortar, deberíamos garantizar que no se sienta culpable por el resto de vida de no haber hecho lo correcto. Sólo así podremos garantizar su salud mental. Hay un después de todo esto, la vida sigue pero los traumas del pasado vuelven una y otra vez para atormentarnos, si los hemos resuelto mal. Es una medida de prevención sanitaria atacar el problema de raíz. Una educación adecuada en sexualidad es indispensable para prevenir embarazos adolescentes. Todos sabemos que casi nadie utiliza los preservativos, pero es que no se habla de ello en los centros educativos con la importancia necesaria. Las religiones monoteístas, con la enorme influencia que tienen sus predicamentos entre una vasta población de creyentes parece incluso estar en contra de su uso, cuando resulta el método preventivo de embarazo y enfermedades venéreas más barato y efectivo si es bien utilizado. Pero la educación lleva una generación hasta ver aplicados sus frutos. Hay que hacer algo ya, y aquí viene el trabajo de concienciación diaria y la extensión de las redes sociales de apoyo a los que se hallan en situación de desprotección. Ahora que Internet es la herramienta de comunicación social de la juventud por excelencia debería iniciarse una campaña divulgativa con acceso a una web o foro de preguntas con respuestas profesionales adecuadas a cada caso. El ayuntamiento más cercano a través de su departamento de juventud atendería o coordinaría la atención rápida eficiente en la solución o derivación a un centro especializado. Me parece mucho más útil gastar el escaso dinero público en iniciativas como ésta que en actos lúdicos o deportivos. Creo que nuestro deber es pensar en las generaciones futuras. Se trata de garantizar la felicidad de los que nos siguen buscando soluciones alternativas viables, que no dejen cargos de conciencia o sentimiento de culpa sobre las decisiones tomadas; que la sociedad asuma su responsabilidad en el cuidado de todos sus miembros buscando la protección de los más desfavorecidos y evitando a todos las situaciones traumáticas que marcan para toda la vida. Es el mejor legado que podemos dejarles.
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