Cuando un gobernador del interior del Paraguay acusó la semana pasada al ex jefe de ceremonias del dictador Alfredo Stroessner, Conrado Pappalardo de haber recibido inmensas extensiones de tierra sin ser sujeto de reforma agraria, el imputado se defendió alegando que debería tratarse de algún homónimo, dado que su abuelo también se llamaba Conrado.
La coartada prendió tanto que el ministro de deportes del cura Fernando Lugo, Paulo Reichardt quien durante el último año de la dictadura, en 1988 recibió 4000 hectáreas en Alto Paraguay, decidió también utilizarla para su bochornoso caso. De esta manera, la homonimia se convirtió en la forma más elegante de eludir las cuentas con el pasado entre los personeros del gobierno arzobispal.
Lo que no se explica es qué hacía un homónimo de Conrado Pappalardo recibiendo tierras del régimen estronista en su lugar, dado que el hombre fuerte de la dictadura era él, o sea el verdadero Conrado Pappalardo.
A partir de este valioso esclarecimiento realizado ante los medios por el verdadero Pappalardo, podemos deducir que el auténtico Conrado Pappalardo nunca se involucró en el atentado de Orlando Letelier en Washington, otra infame obra de su doble y homónimo. Fue su homónimo quien personalmente pidió al dictador Stroessner, que emitiera pasaportes con nombres falsos para Michael V.Townley y Armando Fernández Larios. De esta manera, fue el homónimo de Conrado Pappalardo quien ayudó a estos dos agentes de la DINA (policía política chilena), que posteriormente se declararían culpables del atentado mortal contra el ex canciller de Salvador Allende, Orlando Letelier, cometido en Washington el 11 de septiembre de 1976.
No era Conrado Pappalardo, sino su doble y homónimo, quien cumplía con la función de entregar la tijera para que Stroessner cortara la cinta en las inauguraciones que utilizaba la dictadura como actos de propaganda neo nazi. Fue el homónimo de Conrado Pappalardo quien presentó al santo varón Juan Carlos Wasmosy ante David Rockefeller, y fue el mismo malhadado homónimo quien ofició de guía turístico del cura presidente Fernando Lugo en Nueva York.
A partir de esta valiosa contribución del verdadero Conrado Pappalardo al revisionismo histórico, podemos deducir que no fue el cura Fernando Lugo quien embarazó a Viviana Carrillo, Hortensia Morán ni a Benigna Leguizamón. Simplemente se trataba de un caso de homonimia.
No fue Humberto Rubín, sino su doble y homónimo, quien animaba los cumpleaños del dictador Stroessner y le dedicaba kilométricos elogios en la fecha feliz de su onomástico, allá por la época en que con dinero de la intendencia del ejército el coronel Pablo Rojas disponía el montaje de radio Ñandutí. No era Aldo Zucolillo, sino su homónimo, quien religiosamente entregaba millonarios aportes para los congresos de la Liga Mundial Anticomunista y donaba importantes sumas para el mantenimiento de “la técnica” dirigida por Antonio Campos Alum.
Curiosamente también entregaban al mismo destino sus contribuciones homónimos de conocidos personajes como Blas N. Riquelme, Rolando Niella, Alberto Antebi o Nicolás Bo.
No fue Aldo Zucolillo, sino su homónimo que usurpó por algunos días la dirección de su diario, quien dedicó en su momento elogios desde el editorial de ABC a Videla, Pinochet y se ufanó de recibir a Stroessner “en su casa”.
Cuando el gobierno del cura Fernando Lugo sea historia, en el espacio de lucha política que en Paraguay constituye la memoria se iniciará la batalla que llevará a las cumbres luminosas de la verdad, y se descubrirá que no fue Camilo Soares sino su doble y homónimo, quien sobrefacturó panificados para la secretaría de emergencias durante el gobierno arzobispal. Y que no fue Marcial Congo, sino su doble y homónimo, quien ubicó a su esposa en Itaipú y se mudó a Mburuvicha róga a disfrutar de las mieles del oportunismo.
También se exculpará a López Perito de haber llenado de parientes políticos a la administración pública, y a la cabeza de Mepshow, Jorge Escobar, de haber estafado a medio Paraguay. Todas estas infamias quedarán aclaradas a partir del caso de homonimia que logró develar Conrado Pappalardo.
Ya Rodolfo Walsh decía que la historia a veces parece una propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.
|