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El imán de Terrassa

El discurso del imán de Terrassa es la punta del iceberg de una realidad que llevamos años negando. La gran cuestión es si seremos capaces de afrontar la magnitud del problema sin complejos
Javier Montilla
jueves, 5 de abril de 2012, 15:10 h (CET)
Ando estos días releyendo uno de esos libros que verdaderamente marcaron un antes y un después en la lucha contra el totalitarismo. Me refiero a El choque de civilizaciones del politólogo estadounidense Samuel Huntington. Resulta cuando menos preocupante, visto desde la perspectiva que dictamina el tiempo, que el libro provocara una ola furibunda de críticas entre cierta intelectualidad de la izquierda y parte de la derecha. Todo porque Huntington creía que la fuente fundamental de conflicto en el mundo no sería ideológica o económica, sino que las grandes divisiones entre la humanidad y la fuente de conflicto dominante serían culturales. ¡Menuda herejía! Semejante afirmación hizo que no pocos tildasen al norteamericano de soberbio y racista. Pero se equivocaron. Años después se ha demostrado con creces que estaba en lo cierto.

Y llegó un iluminado llamado José Luis Rodríguez Zapatero y como contraste al concepto de choque se inventó aquel esperpento valleinclanesco de la Alianza de Civilizaciones. Y se instauró la idea de que la solución a un asunto tan complejo como el fundamentalismo islámico radicaba en plantear una alianza entre civilizaciones en lugar de buscar una alianza entre ciudadanos civilizados. Nada nuevo. Agit-prop del multiculturalismo más peligroso con la venia de la prensa y los voceros de la izquierda más buenista a la cabeza.

Supongo que debe ser el paradigma de la civilización el que una mujer esté obligada a vivir, como en Afganistán, en una cárcel textil, sometida a la voluntad de los hombres. O aquella que ampara la lapidación a las mujeres, como Arabia Saudí. O la que ahorca públicamente a los homosexuales cuyo único delito es amar libremente, como en Irán. Y sin duda, debe ser un ejemplo de civilización aquella que en nombre de un dios, exhorta a sus ciudadanos para convertirse en guerreros por Allah y se suiciden matando infieles a su alrededor. Pero algunos somos tontos y no nos queremos sumar al progreso. Los adalides de la civilización deben de ser los que Zapatero sugirió como interlocutores para su faraónico y disparatado proyecto. Es decir, algunos de los tiranos más notables del mundo musulmán. Opresores y fanáticos como el imán de la mezquita de Terrassa, el insigne Abdeslam Laarusi.

Gracias al excelente trabajo de la policía autonómica catalana, los Mossos d’Esquadra, han sacado a la luz unas grabaciones en las que, entre otras lindezas, el imán de Terrassa se jactaba de decir que nuestras leyes son contrarias al islam. O que los hombres están un grado por encima de las mujeres y tienen que enseñar a sus esposas las obligaciones y deberes que han de cumplir, entre los cuales está obedecer a su marido. Pero esto no es todo. Si no cumple estas instrucciones, el hombre debe golpearla para que entre en razón pero sin romperle los huesos y evitando que sangre. ¿Cabe mayor mezquindad? Sí. Para el imán fundamentalista de Terrassa lo peor es que las mujeres tengan un trabajo fuera de casa y se independicen económicamente. Todo porque provoca que los niños se queden sin educación y que haya una ruptura con sus maridos ya que estos se ven obligados a hacer las labores domésticas, como cocinar o lavar la ropa.

Estas aberraciones no pueden sorprender en boca de personas que beben de la fuente del fanatismo. Lo peor es que esta perorata que forma parte del totalitarismo más nauseabundo, carcomido por una ideología fanática y perversa, no haya despertado el más mínimo signo de condena por parte del feminismo patrio. ¿Por qué ninguna asociación feminista, ex ministra de cuota o demás adláteres no han levantado el dedo contra el imán de Terrassa? ¿Se imaginarían si semejante barbaridad saliese de la boca de algún cardenal de la Iglesia Católica? Sin duda, veríamos a la progresía pueril y al feminismo de rigor clamando por quemar al prelado en la hoguera de la inquisición progre, bajo acusación de atentar contra la igualdad. Sin embargo, se ha hecho el silencio. Un silencio infecto y que las delata. ¿Dónde están las feministas para decirle al imán que si alguien sobra en esta sociedad es él y todos los que usan el nombre de Dios en vano y justifican en su nombre semejantes barbaridades? ¿Dónde están para decirle que se marche si no le gustan nuestra sociedad, nuestras leyes y nuestra constitución? Que dejen de lado su tuertismo ideológico.

Que hablen y le digan que si nuestra sociedad le parece tan abominable que rechace todas las ayudas a las que tiene derecho. Que denuncien públicamente su hipocresía y le digan que si no cree en los valores de nuestra sociedad libre y democrática mientras se beneficia de nuestra sanidad y educación pública, que se marche. ¿Oiremos a todas las feministas levantar la voz? No lo esperen.

¿Oiremos a la casta política denunciar las atrocidades del salafismo más radical? Me temo que no. Seguirán envueltos en el discurso de lo políticamente correcto y llamando a la multiculturalidad. ¿Se enterarán alguna vez de que Cataluña se está convirtiendo en un foco del salafismo más radical sin que parezca que a nadie le importe? Qué triste. Entre el buenismo de una izquierda descerebrada y una derecha retraída se está colando en nuestra sociedad un discurso liberticida y que atenta contra nuestros principios. No nos engañemos, el discurso del imán de Terrassa es la punta del iceberg de una realidad que llevamos años negando. La gran cuestión es si seremos capaces de afrontar la magnitud del problema sin complejos. Como así hizo Samuel Huntington.

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Censura. No la juzgo como una práctica muy denostada en estos días. Por el contrario, se me antoja que tiene más adeptos de los que, a priori, pudiéramos presumir. Como muestra de ello, hay un sector de usuarios que están abandonando cierta red social para migrar a otra más homogénea, y no con el fin de huir de la censura, sino por la ausencia o supresión de la misma en la primera de ellas.

Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.

El nombramiento de Teresa Ribera huele que apesta, aunque el Partido Popular y el Gobierno han escenificado perfectamente su falso enfrentamiento. Dicen en mi tierra que entre hienas no se muerden cuando no conviene o, si lo prefieren, entre bomberos no se pisan la manguera. El caso es que el Gobierno y sus socios ya celebran por todo lo alto ese inútil e inesperado nombramiento.

 
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