En el descuento, y bajo las últimas gotas de lluvia de la mañana, el Dépor aceleró hacia Primera con el gol in extremis de Borja Fernández. Vigo asistió a una obra de tres actos, donde desilusión, euforia y abatimiento se turnaron en la fiesta por excelencia del fútbol gallego. 
De Lucas lanza la falta previa al empate vigués (Diario Siglo XXI)
| Como Fonseca, triste y sola se quedó esta tarde la fuente de Plaza América en la ciudad olívica. Privada de su habitual chorro de agua, el santuario celeste se tuvo que conformar con observar las interminables colas de aficionados cabizbajos que la rodearon tras un derbi explosivo.
Y es que decir que había ganas es quedarse muy cortos. En la autovía desde Pontevedra, un cartel ejercía de anfitrión inesperado para los visitantes: "Benvidos ao inferno". Autobuses de peñas deportivistas se mezclaban con gradas sobre cuatro ruedas que lucían todo tipo de mercadotecnia celtiña.
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El show de Riki (DSXXI)
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Celta y Deportivo volvían a coincidir en las Rías Baixas, en el partido que devolvía a Galicia al escenario principal del balompié nacional. Ganaron los blanquiazules, demostrando que su condición de líderes sigue firmemente sujeta bajo los pilares de una defensa organizada y un cariño a la pelota difícil de ver en esta categoría. Eso, y un gol asesino de Riki cuando todavía una buena parte de los asientos no soportaban posadera alguna. Mazazo psicológico que marcó el choque y dio alas a los de Oltra.
El Celta perdió el rumbo sin apenas haber comenzado el viaje. No entraba en ninguna hoja de ruta ir a remolque desde el primer suspiro, y el caos en la media se reflejó en un sinfín de imprecisiones. Demasiada pasión y poca efectividad condenaron a Herrera y los suyos a un primer tiempo mediocre. El Dépor se gustaba, al igual que su afición. Los cuatro mil seguidores coruñeses parecían mucho más concentrados en sus coreografías que el equipo contrario en su juego, y el bajón espiritual de Balaídos les regaló un primer tiempo de protagonismo total.
El derbi se da un homenaje en la segunda parte Con el descanso llegó la lluvia, animando a las calvas del respetable a emigrar a la barra más cercana. La vuelta no fue mejor para los locales. A la hora de juego Lassad, que entró tras la pantomima tragicómica de Riki (aplauso grande para Miranda Torres), parecía dejar el partido decantado. Herrera sacó a todo lo que tenía, y la magia del derbi hizo el resto.
De Lucas se sacó el primero de la chistera, y la igualada de Catalá permitió escuchar los primeros petardos en Vigo. Se desató la locura, y el fútbol más pasional emborrachó el estadio municipal. El empate dejó paso a una lluvia fina que se encargó de poner el toque heroico al mejor partido que se puede vivir en el noroeste de España. Apenas faltaban una decena de minutos, pero cada segundo sabía por veinte en un final espectacular.
El Celta andaba escaso de gasolina pero sobrado de ilusión, y la fuerza de una grada recuperada le hizo pensar más en atacar que en cubrirse las espaldas. El tanto de Borja dejó helado Balaídos. Volaron sillas de la grada deportivista (como en todas partes, burros haberlos, haylos...) y con el pitido final los jugadores festejaron a lo grande un triunfo que pone más cerca el regreso a la cima.
En Vigo ya saben que el rival está en Pucela, y para evitar lo del año pasado toca recargar baterías a ritmo acelerado. Sea como fuere, revivir 'a festa galega' ha demostrado que, por mucha rivalidad que exista, no hay mejor formar de vivir que uno al lado del otro. Tras lo visto este domingo, en toda Galicia el objetivo es claro: el año que viene, queremos otro.
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