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Los tormentos de Isabel Ibarra en “Me robaron la vida entera”

Los verdaderos luchadores, mártires y heroínas que enfrentaron a la dictadura, siguen en la penumbra del Paraguay
Luis Agüero Wagner
miércoles, 2 de mayo de 2012, 07:04 h (CET)
Alguna vez escribió el pensador argentino Juan Bautista Alberdi que se consideraba un ausente que nunca abandonó su país, realidad paradójica de quienes fueron desterrados de sus propios países por la fuerza, sufriendo el dolor desgarrador de la ausencia forzada.

Pocos conocen esa desgarradura como la paraguaya Isabel Ibarra, exiliada varias veces, como muchas de las víctimas de la internacional del terror que inspiró y sufragó el imperio norteamericano en Sudamérica a través de la Operación Cóndor. Es que los gobiernos neo nazis que impulsados por el contexto internacional creado por Washington en la región no permitían a paraguayos, argentinos, uruguayos y casi a ningún latinoamericano el privilegio de exiliarse en un país limítrofe.

El exilio debía ser mucho más lejano, para mayor desgarradura, tanto que el retorno ya solo sería a medias. Maia Halley, hija de Isabel Ibarra que tenía ocho años cuando su madre fue secuestrada en Argentina, confiesa apenada que se siente ya más suiza que otra cosa, y que un regreso a Sudamérica es una posibilidad cada vez más lejana.

Pero a pesar de residir en Zurich, muy alejada de la realidad social que se vive en Paraguay, por momentos puede notarse que los fantasmas son los mismos. Como cuando siente el pecho oprimido ante la presencia desbordante de uniformados en las calles de Asunción, característica del arraigado estado policíaco, que la transporta como en un deja vú a la pesadilla nazi en Europa.

La presencia nazi en Paraguay, gobernado por más de tres décadas por un dictador de origen  bávaro que acogió hospitalario a Mengele, Borman, Hans Rudel, Otto Skorzeny y otros exponentes del horror que asoló a Europa en la década de 1940, no puede subestimarse y es notoria su capacidad de generar reacciones de rechazo.

Me robaron la vida entera

“Me robaron la vida entera” es una historia novelada escrita por Aníbal Barreto Monzón, y  que trata en su primera parte, con mucha franqueza y con absoluta objetividad, las represiones que sufrieron los distintos movimientos populares y revolucionarios que se organizaron para derrocar la dictadura de Alfredo Stroessner, en los primeros años de su instalación, así como el proceso de exterminio de los patriotas embarcados en estas patriadas temerarias y románticas que se montaron para evitar su afianzamiento.

Isabel no tenía militancia política, pero recibía sin discriminaciones a disidentes políticos en su hogar, entre ellos a militantes del movimiento 14 de mayo, jóvenes patriotas e idealistas que militaban en el Partido Liberal y el Partido Revolucionario Febrerista,  que se organizaron para resistir a la dictadura anticomunista de Alfredo Stroessner.  El hogar de Isabel en Buenos Aires era frecuentado por figuras emblemáticas de la oposición en el exilio a Stroessner, entre ellos el genial músico paraguayo Herminio Jiménez, y todos ellos eran personajes que se encontraban bajo la atenta mirada de los organismos de seguridad argentinos.

Los principios que profesaba y su apertura con estos exiliados fueron suficientes para sufrir la persecución de las tenebrosas dictaduras de aquel tiempo, que no discriminaban en sus prácticas represivas y asesinas entre combatientes, simples simpatizantes o ciudadanos comunes independientes.

En la madrugada del 15 de mayo de 1975, Isabel fue atropellada, maltratada, humillada y a golpes secuestrada frente a sus hijos de ocho y siete años, a quienes debió abandonar en manos de una empleada que a los pocos días enloqueció por causa del procedimiento brutal de los secuestradores.

Siguieron tres años de cruel encierro y tormentos que cambiaron el concepto que tenía Isabel de lo que el ser humano es capaz cuando está investido de poder, ensombrecido por el odio  y despojado de toda humanidad.  En las mazmorras, la lucidez vertiginosa del insomnio incrementó la tortura.

El exilio

Finalmente, el definitivo exilio transportó a Isabel y su familia a Europa, donde rehicieron su vida pero lejos de su patria.   Muchos compañeros y compañeras de lucha no tuvieron esa oportunidad, nunca volvieron a ver a sus hijos o acabaron en las fosas comunes del “Proceso de Reorganización Nacional” de Videla y su Junta.

No por ello el desarraigo y el destierro fueron menos terribles, pues el pasado siempre encadena, como escribiera el poeta árabe Mahmud Darwish, quien transformó en su obra a Palestina en un edén perdido, plasmando profundas reflexiones sobre la angustia del destierro y el exilio. Sobre su propia experiencia, el poeta escribió que “El exilio es parte de mí. Cuando vivo en el exilio llevo mi tierra conmigo. Cuando vivo en mi tierra, siento el exilio conmigo. La ocupación es el exilio. La ausencia de justicia es el exilio. Permanecer horas en un control militar es el exilio. Saber que el futuro no será mejor que el presente es el exilio. El porvenir es siempre peor para nosotros. Eso es el exilio”.

Es haber vivido como si se escapara para siempre el presente, como cuando se roba una vida entera.

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