A pesar de transcurridas solo dos décadas desde la explosión de una imagen lejos habían quedado los días de fiebre de plata pulida en los Estados Unidos, también las 500.000 reproducciones anuales que se fabricaban por esos años en París. En 1855 poco importaba ya la anécdota que afirmaba que Louis Daguerre, un pintor y decorador teatral francés, había terminado de dar con él gracias a un golpe de suerte alimentado luego a base de pruebas de ensayo y error.
El daguerrotipo, una placa generalmente hecha a partir de cobre con una cara recubierta de plata pulida, lucía obsoleto y ya el vapor de mercurio no revelaba imágenes al por mayor. Ahora eran los tiempos modernos del colodión y de sus 30 segundos de exposición.
“La tecnología no nos ahorra tiempo, pero sí lo reparte de otra manera”, comentó en 1931 Herman Nahr, un matemático y economista alemán. Para ver fijada una imagen en un daguerrotipo eran necesarios varios minutos de exposición a la luz del sol. Nada que hacer frente a la velocidad del colodión: una especie de barniz que vertido sobre placas de vidrio permitía obtener imágenes precisas, múltiples, económicas y casi instantáneas. El colodión no tenía reservado otro destino que el de generar furor en la población.
Tiempo es lo que entre otras cosas vendió el colodión. Nunca más un fotógrafo necesitaría del hecho fortuito de que un hombre permaneciera inmóvil varios minutos en una esquina -mientras por ejemplo le lustraban sus botas- para poder registrarlo desde una ventana como único transeúnte de una calle atestada.
De nada sirvió para atenuar el olvido la exitosa presentación de Daguerre allá por 1839 en una repleta Academia de Ciencias de Francia, ni el apoyo político del estado francés para la difusión de su procedimiento. Tampoco la fundación de una empresa con su cuñado para la producción de cámaras en serie, mucho menos las patentes obtenidas en Inglaterra. No alcanzaron además las energías empleadas en silenciar un antiguo contrato de sociedad y los aportes iniciales realizados por Joseph Nicéphore Niépce. El químico francés que antes había reproducido imágenes por medio de un material denominado asfalto o betún de Judea.
Emplear el colodión para captar imágenes obligaba a los fotógrafos a llevar consigo un verdadero laboratorio, destinado a preparar la placa antes de la toma y lograr su revelado inmediato. Pero poco les importaba, ya que era rentable. Las calles de Europa se poblaron de tiendas de campaña y carromatos reconvertidos en laboratorios fotográficos.
Un proceso costoso destinado a la nobleza y la burguesía rica, como era el caso del antiguo daguerrotipo, había sido reemplazado por otro más accesible para las clases menos pudientes. Alberto Manguel, un escritor argentino, afirmó que por esos años “la fotografía democratizó la realidad”.
“En el arte y la tecnología no pasa lo mismo, porque nadie puede decir que Picasso o Mondrian dejaron de lado a Leonardo, Caravaggio o Boticelli. El arte es lo único que hace permanente al ser humano”, dijo alguna vez el fallecido pintor argentino Pérez Celis. Lejos de la lógica de la tecnología, y confinados en el arte, resisten algunos daguerrotipistas del siglo XXI.
Richard Dawkins, un divulgador científico británico, consideró que entre otras cosas el desarrollo de un procedimiento tecnológico es susceptible de ser transmitido con mayor o menor éxito a través de generaciones. Constituye lo que él denominó un meme.
Dijo Dawkins en El gen egoísta: “Cuando morimos, hay dos cosas que podemos dejar tras nuestro: los genes y los memes. Fuimos construidos como máquinas de genes, creados para transmitir nuestros genes. Pero tal aspecto nuestro será olvidado al cabo de tres generaciones. No debemos buscar la inmortalidad en la reproducción. Pero si contribuyes al mundo de la cultura, si tienes una buena idea, compones una melodía, inventas una bujía, escribes un poema, cualquiera de estas cosas puede continuar viviendo, intacta, mucho después que tus genes se hayan disuelto en el acervo común. Sócrates puede o no tener uno o dos genes vivos en el mundo actual, pero ¿A quién le importa?”.
Daguerre buscó la inmortalidad al ponerle su nombre al invento. Niépce en tanto murió injustamente de una apoplejía unos años antes del boom del daguerrotipo. “La técnica es el esfuerzo para ahorrar esfuerzo”, dijo alguna vez el filósofo y escritor español José Ortega y Gasset. No más tóxicos vapores de mercurio por favor. Quién sabe, con una cámara digital quizás algún meme hoy se deje pescar.
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