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Abel Pérez Rojas
Abel Pérez Rojas nació en Puebla, México, el 6 de enero de 1970. Es poeta, comunicador, académico y gestor de espacios de educación permanente presenciales y virtuales. Ha escrito los poemarios "De la Brevedad al Intento" (2011), "Provocaciones al impulso y a la razón" (2012), "Píldora Roja" (2013), "Resurgir de la cera" (2019) y "ReconstruirSE" (2019). En 2013 se le incluyó en las antologías "Nueva Poesía Hispanoamericana del Siglo XXI" publicada por Lord Byron Ediciones en Madrid, España, y en la "Antología por los Caminos de la Poesía", editada en Buenos Aires, Argentina. También es autor de "Educar(se). Aportes para la educación del siglo XXI" (2014), una recopilación de artículos periodísticos cuyo tema central es la educación. Actualmente escribe para portales y periódicos impresos locales y nacionales. |
Hace treinta y cuatro años, en 1990, la ciencia médica se apoyó en la medicina veterinaria para la investigación, capacitación y puesta en marcha en Puebla, con repercusiones nacionales y latinoamericanas, de la colecistectomía laparoscópica.
Una botella de mezcal no es suficiente para relegar lo que cuesta tanto trabajo decidir olvidar. No es que la memoria no haga su trabajo cabalmente, lo que sucede es que hay olvidos que son consecuencia de la voluntad; y si no hay la intención decidida a proceder con el borrado de algún recuerdo, simple y sencillamente la memoria no hace su trabajo.
Ayer conversé con Arturo Aguilar, experto en reparación de relojes, en relación a diversas aristas sobre el tiempo. La charla tuvo una duración aproximada de treinta minutos y fue con motivo de mi participación semanal en la radio argentina. En el diálogo surgieron temas como la irreversibilidad del tiempo, las huellas de la transición temporal, así como las diferentes artes y oficios que convergen en la reparación de relojes.
Una estupenda velada literaria resonó con las emociones a flor de piel que compartieron de viva voz algunos de los poetas participantes en la IV Antología Internacional de Poesía Sabersinfin, durante la presentación el pasado viernes diecinueve de enero del 2024, en punto de las dieciocho horas.
La señora Benita ha alcanzado cierta fama por su guiso de albóndigas en salsa roja. Algo tiene la receta de esferas de carne, que, dicen los más fieles devotos a la sazón de doña Tita, como le llaman sus conocidos de cariño, que es inevitable el “efecto ratatouille”. Es por ese mentado efecto que todos los días los hambrientos burócratas en funciones de comensales abarrotan el insuficiente local de la popular lonchería “La sazón de Tita”.
Las mañanas frías de mitad de enero tienen cierto aroma muy parecido al que desprende una taza de buen café caliente, porque provoca traer al presente recuerdos significativos, amistades entrañables y la invariable oportunidad de pensar en el futuro.
Cuatrocientas palabras, cuatrocientas una, cuatrocientas dos… los vocablos brotan a marchas forzadas, la frente suda cuando se exprime a la inspiración y ésta regatea los frutos, quizá porque sea la mañana siguiente al Día de Reyes y han llegado regalos por todas partes.
La cena de fin de año es ocasión para hacer recuento de las bajas cercanas. Jorge, el más añoso de la familia, enumera una a una las personas que partieron al más allá durante el año que concluye. Primero empieza mencionando a los más viejos y concluye con los jóvenes. El listado llama la atención, porque son más los mozos fallecidos que los veteranos. Mientras enumera una a una a las personas muertas, entre los presentes las lágrimas arriban.
Hay veces que el frío cala más, los expertos saben muy bien por qué, pero quienes empíricamente tratan de explicar el fenómeno se lo atribuyen a múltiples causas. Ella, la mujer de abundante cabellera, cree que cada vez que el frío le atormenta la osamenta, es porque algo no tan bueno se avecina.
Son las seis de la mañana, el insomnio llegó un poco tarde, más o menos tres horas después de la hora acostumbrada. El primer dilema del día: levantarme y empezar desde muy temprano la jornada o intentar dormir más tiempo. Ni una cosa ni otra.
La masa frita preparada por la abuela siempre tuvo un sabor insuperable. Los buñuelos se desintegraban con el simple hecho de tocar labios y saliva. Lo curioso es que a pesar de que se deshacían sin mayor resistencia, las frituras producían un crujido irreproducible.
Dicen, juran, que cuando lo sepultaron lo hicieron boca abajo para que no fuera a intentar salir una noche cualquiera. En ese mar de dichos hubo quien afirmó que el cajón en funciones de féretro fue asegurado por todos sus costados con clavos de tres pulgadas.
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