Fotografía: Daniel Mordzinksi
‘Todo arde’ es el título de la nueva novela de Nuria Barrios (Madrid, 1962). Editada por Alfaguara, ‘Todo arde’ es la historia de dos hermanos, Lolo y Lena. Lena, veinticinco años, está enganchada al crack y la heroína. Lolo, dieciséis años, es muy joven. Con la inconsciencia y la nobleza de su edad, decide ir en busca de su hermana, que lleva mucho tiempo desaparecida de casa. Sin dudarlo, viajará al poblado chabolista, donde Lena compra droga y parece vivir. En tan solo veinticuatro horas, en tan solo una noche, Lolo tratará de convencerla para que regrese al hogar familiar.
Paralelamente, en el poblado discurre una lucha entre dos clanes, los Culata y los Tiznaos, y la búsqueda de un cachorro pitbull, que pertenece al jefe de uno de ellos. Como buena escritora de paso, Nuria Barrios se acercó por València para presentar su novela. Recién descendida del AVE, conversé con ella durante unos minutos. Faltaba una hora para el mediodía. Lo que sigue a continuación es lo que registró la grabadora, murmullo de platos, tazas, cucharillas y discurrir de trolleys incluidos.
Has publicado novela, cuentos, poesía, artículos, traducciones… ¿por qué escribe Nuria Barrios?
La escritura es mi forma de relacionarme con el mundo, con los demás y conmigo misma.
¿Buscaste la historia que dio origen a ‘Todo arde’ o te encontró ella a ti?
Conocía los poblados chabolistas de venta de droga desde hacía tiempo y siempre me habían parecido un escenario muy potente. Pero me parecían solo eso, un escenario, aunque también sabía que, antes o después, encontraría la forma de utilizarlo. Todo era cuestión de esperar la historia adecuada, que se fue gestando poco a poco. Entonces comprendí que los poblados son un trasunto actualizado del Hades griego, un reflejo especular. Coincide en cómo describen los griegos el inframundo, las almas de los muertos, que eran tipos grises y vacíos, la visión de Caronte, el que cruzaba la laguna Estigia con los muertos, que en la novela son los conductores que llevan a los yonquis al poblado para que compren droga. Fue así como descubrí que quería contar una historia de amor y salvación y por ahí empezó a rodar todo.
La novela trata sobre la historia de Orfeo y Eurídice, pero con un matiz: aquí los personajes no son pareja, no son amantes, son hermanos, ¿por qué?
Sí, en el mito griego son un matrimonio, pero yo no quería escribir sobre una pareja, porque el amor-pasión volvía las razones de la búsqueda casi obvias. Me interesaba que en la búsqueda hubiera un componente de libertad, que el buscador tuviera suficiente distancia para decidir si se marchaba o permanecía allí… Y me quedé en el mundo familiar, porque a mí este entorno me interesa bastante. Pero el amor del padre hacia sus hijos tiene un componente de responsabilidad paterna e ir a buscar a un hijo, que ha caído en el abismo de la droga, es una obligación. Sin embargo, si era un hermano quien buscaba a su hermana la situación cambiaba, porque la relación entre hermanos discurre en un plano horizontal. Los hermanos pueden no gustarse, odiarse incluso, pero por mal que se lleven entre sí, si uno de ellos pide ayuda el otro se la da. Ese vínculo tiene una fuerza especial porque los hermanos han compartido la infancia y la infancia es una extensión de la placenta, que nos marca y define.
‘Todo arde’ forma parte de una trilogía compuesta, además, por un libro de cuentos, ‘Ocho centímetros’, y un poemario, ‘La luz de la dinamo’, con los que comparte ciertos temas: drogas, suburbios, adicción, relaciones familiares, etnia gitana…
Es cierto que cuando escribí ‘Ocho centímetros’ me di cuenta de que había encontrado una voz que me permitía indagar sobre temas que me interesan mucho: ¿quiénes somos?, ¿qué significa la vida, la muerte, la lealtad o la familia que ya he citado antes…? Y todo eso me lo proporcionaba este mundo y este personaje de una hija enganchada a la droga, en el que se reflejan los que se relacionan con ella y se formulan cuestiones tales como ¿qué lazo les une?, ¿hasta dónde llega el amor?, ¿qué responsabilidades tienen…?
En medio de ese magma introduces a Lolo, un personaje que no tiene nada que ver con ese mundo y que lo revuelve todo.
Sí, realmente él es quien consigue que el territorio donde se introduce el lector conmigo se convierta en un territorio frontera. A través de Lolo nos internamos en un espacio donde cualquier cosa puede suceder. Allí se juntan abismo y marginalidad, amor y traición, vida y muerte y todo puede decantarse a un lado u otro.
¿Podríamos definir a Lolo como un «personaje linterna»?
Sí, totalmente.
El poblado parece una ciudad convencional a escala. Allí se vive, se practica sexo, se come, se habla, se vende, se bebe, se trafica…
Todo el poblado es nuestra ciudad, es el otro lado del espejo, digamos que es nuestra vida invertida. Bajo una falsa pátina de apariencia caótica y extraña, ajena, en realidad se esconde nuestra propia existencia. En el poblado existen las mismas relaciones de poder, de amor, familiares y comerciales. Y Lolo, como decías con la imagen de la linterna, es la luz que lo ilumina todo, porque su propia candidez le permite rescatar la humanidad de los demás personajes, especialmente la de su hermana. Él consigue que ella vuelva a ser la hermana que fue.
Has encerrado, por decirlo así, la acción en tan solo 24 horas, la mayoría de ellas nocturnas. Nos encontramos ante una oscuridad de la que sobresale la luz de las hogueras del poblado, manchas luminosas que recuerdan los efectos de los cuadros impresionistas.
Es mi imagen de la novela, oscuridad, hogueras y tinieblas. Es una historia en la que todos los opuestos se necesitan mutuamente. Las hogueras precisan de las tinieblas para brillar y las tinieblas son más oscuras cuanto más brillan las hogueras. El fuego es un elemento destructor y también catártico. Aquí, lo destructor y lo catártico van de la mano.
Hay muchas palabras de la lengua caló en la novela: Undebel (Dios), chamullar (hablar), lache (vergüenza)… ¿Te manejas bien con ese lenguaje?
Accedí a ese lenguaje porque bajé a un poblado así todo el tiempo que necesité. Allí abrí bien los ojos y los oídos y escuché una lengua que tiene muchos términos del caló, aunque muy destrozado y embrutecido. Son palabras que los gitanos usan al hablar, muchas de las cuales han pasado al lenguaje de los payos.
Lolo y Lena son los protagonistas, pero hay muchos otros personajes: Mikis, Moja, Esma, Piojo… ¿estamos ante una novela coral?
No, no es una novela coral porque, aunque los personajes tienen mucha importancia, no todos tienen la misma. Los protagonistas son Lolo y Lena, pero ocurre que hay muchos otros que construyen el tejido humano del poblado y que aparecen según los va necesitando la narración. Es como aquello que los griegos llamaban corifeo, pero no una novela coral, insisto.
Por algún lado he leído que ‘Todo arde’ tiene algo de thriller, pero a mí no me parece un thriller.
Básicamente lo de thriller es porque posee la tensión del suspense, introducida por el robo de la perra pitbull. Tiene ese elemento, pero para mí es una novela literaria. Orfeo y Eurídice no eran personajes de ningún thriller.
Decía Paul Éluard que «existen otros mundos, pero están en este». El poblado de la droga es otro mundo, otras reglas, otra vida, otra muerte, ¿se puede sobrevivir en él o es solo un lugar para morir?
La apariencia es muy engañosa porque esos poblados, yo los llamo morideros, no son lugares donde la gente va a morir, no son sitios a los que acude la gente a practicarse una eutanasia porque quiere suicidarse. No. Allí van personas con ganas de vivir y eso es lo que empuja a los que están allí a seguir allí. El miedo a vivir es lo que impide que muchos de ellos no salgan de ese lugar. Es algo aparentemente contradictorio, pero que en el fondo tiene mucho sentido: ganas de vivir, miedo a vivir.
Esos poblados son reales y la sociedad parece obviarlos, ¿al escribir la novela había algún interés por tu parte en despertar conciencias al respecto?
No he pretendido hacer denuncias, porque creo que esa no es la función de la literatura. La función básica de la literatura es entretener. A partir de ahí, todo lo que surja, las cuestiones que suscite en el lector, el hecho de que su mirada cambie sobre lugares invisibles está ahí, pero no es una novela de denuncia.
No sé si los gitanos son un pueblo muy religioso, pero ellos tienen una relación especial con el cristianismo evangélico. De hecho, hay muchos pastores evangélicos.
Los gitanos tienen su propia iglesia, la Iglesia de Filadelfia. No creo que sean más religiosos que otros pueblos, pero pienso que hay una pulsión religiosa muy común. Lo que sí es cierto es que ellos han encontrado en la Iglesia Evangélica un elemento de unión en un momento en el que, por el cambio de su forma de vida, estaban disgregándose. A través de una iglesia que está dirigida por uno de ellos, que habla su lenguaje, que aplica sus formas de vida, de ver y expresarse, evidentemente se ha convertido en una argamasa muy importante para los gitanos.
Veamos esta perlita gitana que leemos en la página 219: "A las mujeres las hicieron de un hueso, y no era un hueso de la cabeza, que pa pensar estamos nosotros".
[Risas]. Probablemente eso lo pensarían muchos hombres, calós y no calós, sin ir más lejos y para empezar, la Iglesia Católica.
Hasta ahora no lo habíamos hablado, pero ¿por dónde anda tu vertiente traductora? ¿Ya no traduces las novelas de Benjamin Black?
En estos tres últimos años no he traducido porque estaba escribiendo ‘Todo arde’ y no puedo compatibilizar ambas cosas. Pero ya te puedo adelantar que la siguiente novela de Black, que saldrá el próximo otoño, sí la traduzco yo. Benjamin Black es un tipo interesantísimo.
Acabamos por hoy: ¿futuros proyectos literarios?
Tengo en proyecto una nueva novela, que cambiará de ambiente. Me marcharé al aire libre porque transcurre en un monte. Es una historia distinta, contemporánea, y he de ponerme a trabajar ya.
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