En realidad, Wilde jamás figurará en la galaxia de escritores que
frecuento. Ahora, esto no quiere decir que estemos hablando de un mal autor.
No te confundas: si no te gusta un autor, no quiere decir que este sea malo. Y
si en caso eres presa de esta confusión, tan cara en lectores poseros, aún estás
a tiempo de enderezar el concepto.
No me gusta Wilde debido a que nunca he sintonizado con su estilo
literario. He leído todos sus libros y por más que lo he intentado, muchas
veces con el ánimo y consejo de otros grandes lectores, he fracasado en la
empresa.
Pero lo que me gusta de este escritor, impresión que me viene del día de
ayer, es su pensamiento, su envidiable capacidad de argumentación y su ironía
latente entre líneas.
Más de una vez he hablado de la tradición de los retazos, aquella que
forja el escritor en paralelo a la concentración de las obras mayores. Este
paralelo no es otra cosa que los textos que le piden a manera de reseñas,
artículos, ensayos y conferencias. Por este motivo, presté especial atención a
Thomas Wainewright, envenenador y otros textos fulminantes (Ediciones
UDP, 2014), que tuvo a Juan Manuel Vial como el encargado de la traducción,
prólogo y selección.
Sin duda, este pequeño libro es una genuina delicia, un orgasmo de la
finura del pensamiento. Es que tratándose de Wilde, solo podemos esperar
buen gusto en su mirada. Encontramos pues un Wilde distinto de sus libros de
ficción y en las antípodas de su faceta de poeta, en donde también constatamos
un espíritu crítico, pero no mesurado, sino sensual, provocador y envolvente.
Wilde no juzga lo que aborda, sino que intenta entender, y es
precisamente en ese sendero que nos topamos con el ensayo-perfil de Thomas
Wainewright en “Lapicera, lápiz y veneno”. En todo momento, el hacedor de
De Profundis se muestra interesado por la estética de la propuesta de este
escritor al que le faltó poco para convertirse en un asesino en serie. Wilde
baraja, y muy bien, la idea de que las incoherencias humanas no tienen por
qué ser determinantes al momento de catalogar al artista y su obra. Para tal fin,
Wilde inserta párrafos que nos grafican no solo el talento literario del asesino,
sino también su cultura no menos que oceánica. Wilde se vale de estos
párrafos para dejar constancia de que el hombre es muy distinto del artista, dos
sensibilidades que habitan el mismo cuerpo, la misma mente y el mismo
espíritu. Ergo: el arte como tal sobrepasa las miserias humanas.
Y sobre asuntos más cotidianos, se enfoca en los relieves de los
detalles, el autor nos habla de modas, de las pequeñas grandes diferencias
entre Estados Unidos y Londres, de las maneras del vestir como idóneo
método para saber de una cultura, hasta de los modelos contratados por
pintores. En cada uno de estos textos tenemos a un autor que cree y muere en
el buen gusto. Seguramente, más de uno de estos temas, en otras manos,
hubieran quedado en el olvido, lo más probable escanciados de lugares
comunes y, de remate, con un ensordecedor llamado a la moral y las buenas
costumbres.
Imagino que la presente publicación podría interesar a los filowildes, ya
que algunos de estos textos nunca antes habían sido traducidos y, muy en
especial, por el hecho de estar ante un Wilde muy distinto, que no guarda
relación con aquel que justificadamente muchísimos idolatran.
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