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Etiquetas | Ángel Antonio Herrera | Presentación | Poemario | Escritor
El autor presentó su última antología poética en Madrid

​El Herrera contemporáneo tras los pasos de “El Divino”

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Ángel Antonio Herrera es un baudelariano aprehensor de luminiscentes llamaradas de esas que acaecen impremeditadamente las cuales tiene a bien compendiar en poemarios que son pura verdad porque el mentado ensamblador no padece en tales lindes la urgencia con que lo acucia el periodismo a diario.


Uno, con el tiempo y tras tanto transitar tantos años por los espurios cenáculos de la impostura, aquellos bajo cuyo mantillo brotan por doquier, cual organismos heterótrofos, al abrigo de la humedad etílica de la noche, vates cuyas piezas demandan váteres, sabe apreciar la buena poesía, la poesía de verdad (he caído en la cuenta, en los últimos tiempos, de que los poetas que me gustan son aquellos que expenden verdad verso a verso, logrando que su estremecimiento sea el de quienes los leemos).


Pues bien, Herrera ha hilado, como digo, verso a verso, poema a poema, poemario a poemario, una obra lírica de primer nivel. De tal cosa me di cuenta cuando acudí a su El sur del solitario, que ya compendiaba mucha de la magnificencia atesorada por este recolector de fulgurantes sinestesias por los atormentados recodos del cotidiano delirio.


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El pasado lunes 30 de octubre nos invitó a la presentación de la antología “Los espejos nocturnos” (Akal) en quinta planta del Círculo de Bellas Artes, lo que ya era en sí mismo una señal de que un evento de altura se avecinaba, no en vano el vuelo del coloquio que llevaron a cabo Carlos Aganzo, Julián Quirós y nuestro poeta (conformadores de una terna enjundiosa por demás toda vez que todos y cada uno mostraron ser ávidos aficionados a las bellas letras) rayó a gran altura, haciendo palidecer al “skyline” matritense, que conformaba un silente y sugeridor fondo.


Leyó dos poemas el barroco Herrera, uno de “Los motivos del salvaje” y otro de “El piano del pirómano”, con diestra modulación de la voz, demostrando que podrá manejarse con pericia en otros géneros, pero que del que de verdad es deudor es de la poesía, una poesía que lo incita y lo seduce más en la medida en que esta pueda señorear una cierta inasibilidad sumiéndolo en relampagueantes y emboscadoras luminiscencias, o sea.

​El Herrera contemporáneo tras los pasos de “El Divino”

El autor presentó su última antología poética en Madrid
Diego Vadillo López
miércoles, 1 de noviembre de 2023, 16:30 h (CET)

7


Ángel Antonio Herrera es un baudelariano aprehensor de luminiscentes llamaradas de esas que acaecen impremeditadamente las cuales tiene a bien compendiar en poemarios que son pura verdad porque el mentado ensamblador no padece en tales lindes la urgencia con que lo acucia el periodismo a diario.


Uno, con el tiempo y tras tanto transitar tantos años por los espurios cenáculos de la impostura, aquellos bajo cuyo mantillo brotan por doquier, cual organismos heterótrofos, al abrigo de la humedad etílica de la noche, vates cuyas piezas demandan váteres, sabe apreciar la buena poesía, la poesía de verdad (he caído en la cuenta, en los últimos tiempos, de que los poetas que me gustan son aquellos que expenden verdad verso a verso, logrando que su estremecimiento sea el de quienes los leemos).


Pues bien, Herrera ha hilado, como digo, verso a verso, poema a poema, poemario a poemario, una obra lírica de primer nivel. De tal cosa me di cuenta cuando acudí a su El sur del solitario, que ya compendiaba mucha de la magnificencia atesorada por este recolector de fulgurantes sinestesias por los atormentados recodos del cotidiano delirio.


10


El pasado lunes 30 de octubre nos invitó a la presentación de la antología “Los espejos nocturnos” (Akal) en quinta planta del Círculo de Bellas Artes, lo que ya era en sí mismo una señal de que un evento de altura se avecinaba, no en vano el vuelo del coloquio que llevaron a cabo Carlos Aganzo, Julián Quirós y nuestro poeta (conformadores de una terna enjundiosa por demás toda vez que todos y cada uno mostraron ser ávidos aficionados a las bellas letras) rayó a gran altura, haciendo palidecer al “skyline” matritense, que conformaba un silente y sugeridor fondo.


Leyó dos poemas el barroco Herrera, uno de “Los motivos del salvaje” y otro de “El piano del pirómano”, con diestra modulación de la voz, demostrando que podrá manejarse con pericia en otros géneros, pero que del que de verdad es deudor es de la poesía, una poesía que lo incita y lo seduce más en la medida en que esta pueda señorear una cierta inasibilidad sumiéndolo en relampagueantes y emboscadoras luminiscencias, o sea.

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