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Juan Antonio Narváez Sánchez, Madrid

Himno a la alegría y Beethoven

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¡Oh amigos, no en esos tonos / entonemos otras más agradables / y llenas de alegría. / ¡Alegría! ¡Alegría! Son los primeros versos del “Himno a la alegría” de Schiller que Beethoven adaptó para incluirlos al final de cuarto movimiento de su Novena Sinfonía, de la que este año se cumple el bicentenario. Una obra cumbre de la música clásica, que se sitúa en el cenit interpretativo junto con la “Pasión según san Mateo” de Bach y el “Messiah” de Haendel.


Beethoven, que moriría el 26 de marzo de 1827, no pudo gozar plenamente de su audición pues ya había perdido casi por completo el oído. Tampoco pudo disfrutar de un éxito económico clamoroso que se vio reducido a un mínimo por tener que sufragar los diversos gastos. Pero de lo que sí tuvo consciencia fue de la grandeza y magnificencia de la composición, que tras varios años de duro trabajo y esfuerzo concluyó a comienzos de 1824.


La vida de Beethoven no fue nada fácil. Hasta los cuarenta años fueron éxitos ininterrumpidos: a los aplausos correspondientes a sus interpretaciones al piano como niño prodigio siguieron sus composiciones, especialmente sus cuartetos para cuerda (comparables a los de Haydn, el máximo exponente entonces), las sonatas, los conciertos para piano y orquesta, las sinfonías (demasiado novedosas)... Hay que recordar que estamos en la época de Mozart y Haydn, quienes habían inundado los teatros con sus estilos característicos. Pero a partir de 1810 aproximadamente comienzan los problemas personales: la pérdida de audición y el carácter brusco y violento le transformaron en una persona de difícil trato; familiares, su sobrino le propició más de un quebradero de cabeza; económicos, su producción musical bajó muy notablemente … Pero su genialidad resurgió para las dos obras cumbre de su vida: la “Missa Solemnis Op 123” y la “Novena Sinfonía”. Pero tras éstas su vida decayó hasta fallecer en 1827 a los 56 años.

Himno a la alegría y Beethoven

Juan Antonio Narváez Sánchez, Madrid
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sábado, 23 de marzo de 2024, 11:20 h (CET)

¡Oh amigos, no en esos tonos / entonemos otras más agradables / y llenas de alegría. / ¡Alegría! ¡Alegría! Son los primeros versos del “Himno a la alegría” de Schiller que Beethoven adaptó para incluirlos al final de cuarto movimiento de su Novena Sinfonía, de la que este año se cumple el bicentenario. Una obra cumbre de la música clásica, que se sitúa en el cenit interpretativo junto con la “Pasión según san Mateo” de Bach y el “Messiah” de Haendel.


Beethoven, que moriría el 26 de marzo de 1827, no pudo gozar plenamente de su audición pues ya había perdido casi por completo el oído. Tampoco pudo disfrutar de un éxito económico clamoroso que se vio reducido a un mínimo por tener que sufragar los diversos gastos. Pero de lo que sí tuvo consciencia fue de la grandeza y magnificencia de la composición, que tras varios años de duro trabajo y esfuerzo concluyó a comienzos de 1824.


La vida de Beethoven no fue nada fácil. Hasta los cuarenta años fueron éxitos ininterrumpidos: a los aplausos correspondientes a sus interpretaciones al piano como niño prodigio siguieron sus composiciones, especialmente sus cuartetos para cuerda (comparables a los de Haydn, el máximo exponente entonces), las sonatas, los conciertos para piano y orquesta, las sinfonías (demasiado novedosas)... Hay que recordar que estamos en la época de Mozart y Haydn, quienes habían inundado los teatros con sus estilos característicos. Pero a partir de 1810 aproximadamente comienzan los problemas personales: la pérdida de audición y el carácter brusco y violento le transformaron en una persona de difícil trato; familiares, su sobrino le propició más de un quebradero de cabeza; económicos, su producción musical bajó muy notablemente … Pero su genialidad resurgió para las dos obras cumbre de su vida: la “Missa Solemnis Op 123” y la “Novena Sinfonía”. Pero tras éstas su vida decayó hasta fallecer en 1827 a los 56 años.

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