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Poemas como “Argos”, “La perdurabilidad de los objetos”, “Cuando te buscaba en las noches” o “Satán en Bangladesh” sitúan a esta poeta en el morro de avión de nuestra literatura actual

​Reseña del poemario «Egipto», de Elena Villamandos, y aquí habla más gente

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Ando leyendo la novela de Elena Villamandos “Pasajeros del tiempo”, entre otros libros (siempre leo muchos libros a la vez). En concreto, ahora, entre otros, tengo en una misma columna de la que voy picando: “Miguel Hernández. Libro de la guerra” (con cuidada e interesante edición de Elena Medel, me rompe los huevos cuando Miguel llama a todos a la guerra y a los que no van, les dice cobardes y que merecen ser reducidos a carbonilla, pero luego pienso: lo grande que era, le tocó eso, y para él era una Invasión, un Monstruo contra todo su mundo amado, no llegó a sentir ese nacionalismo asqueroso que sienten los que salen en la tele con la bandera a la cintura, ya tú sabe); “Vida y muerte de Jimi Hendrix” (una biografía realizada por Mick Wall, tope cañera y vívida, uno del rock and roll que escribe sobre una de sus estrellas, lo más, amiga, está chula, pero el Jimmi... bah, luego, al final, te cae mal, bien y mal, sobre todo mal; es lo que tienen las biografías. Por eso Iratxe dice que no le gusta leer biografías, te llevas chascos, casi siempre, sabes); también pico a pocos (cacofonía, alerta!) un pedrolo de libro que Iratxe y yo (muy locos nosotros, quienes en cuestión de libros podemos quedar sin comer con tal de poseer tal o cual libro) cogimos de Lovecraft, es la Edición anotada de H.P. Lovecraft, edición, prólogo y notas por Leslie S. Klinger, el libro tiene casi mil páginas, tapa dura decir tapa dura se queda corto: si no lo valorase el libro como lo valoro, y la pasta que nos costó (casi cien napos), lo usaría (y mira que lo pienso cuando me pongo con un cuento cada vez -es un tocho con una selección de cuentos del pajillero, elitista y racista Lovecraft, con anotaciones históricas harto interesantes, harto aburridas también; que oye, ni levantarse bien se puede de lo que pesa y es, grande como la tiña de mi padre cuando se ponía celoso y la liaba en casa hacia mi madre (y nosotros), esto es: todos los días de mi infancia (ahora cierro el guion que abrí ayer entre el texto de arriba):- (el signo anterior parece un muñequito caído en el suelo y sorprendido de haber sido derribado, su cara, digo, parece), y oye, lo que decía, que si pudiera trasladarlo en la manita hasta la calva del puto vecino que nos cortó el seto en la esquina de la casa porque decía que, al meter el coche, no veía pared (esto es España), pues qué a gusto, en serio. Pero ni libros a la cabeza ni violencias parecidas, el seto ya creció, el imbécil aparcará “a ciegas” y yo no le hablo, como le dije: lo has cortado, no, sólo por aquí. ¡Has cortado toda esta parte, si nos venimos al campo es porque odiamos al ser humano, y ahora tú nos has abierto una ventana al camino cortándonos las plantas...! ¡Un agujero como tu falta de sentido común por el que se ve EL CAMINO y a todo el que pasa, UN HORROR! ¡No, sólo por aquí! ¡Estas, estas hojitas...! ¡Sigue mintiendo y no te saludaré hasta que reconozcas que lo hiciste! (Silencio...) Has cortado todo esto, lo has hecho. No, sólo por aquí. Y ya no existe este soy yo ni por su parte yo soy yo, en el camino en que nos cruzamos de campo, así el humano. Podría haber tenido un vecino que le prestase sal, naranjas, y quizá algún güisqui del bueno, el sueño español (es como el americano pero más falso aún), y no... lo echó a perder por mentir. A mí me puedes dar la vuelta a la cabeza con una patada voladora, y si dices fui yo y perdona, creí que eras Maradona a quien no trago, ni live or death, tan amigos. Pero si dices: no-fue-mi-pata-quien-te-mandó-al-provincial-lisiao-pa-tiempo, la has cagao, amigo mío.


IMG 20240409 172642


Pero este rollo a lo kerouac viene al caso de que no echo mentiras así como así, sólo cuando me rodean maleantes, por ejemplo para decir que está descendiendo un ovni a sus espaldas, o a los banqueros, a los políticos y a los presidentes de finca, mentir es bueno si es a gilipollas y a gentes sin corazón.


A los buenos, a vosotros, lectores, lectoras, os digo la verdad, porque sois la flor de mis ojos. El cariñito de mis pies. El color de nueva de mi “toballa”.


Y por eso tanta explicación, tanta entradilla, que deviene que estoy leyendo la novela de Villamandos, aguántamela, ¿a que pesa? Porque es buena narrativa. Lo ves enseguida. Yo cuando topé por primera vez con su construcción, telar tenso, dije: wau, esta es de las de verdad. Osea, te cuento (entro en un hablar Chaveli Iglesias; vivimos en una sociedad psicótica, y empaparse de ello, de cuando en cuando, es el precio de ser un infiltrado, un ecoterrorista como me llaman), yo siempre, debo ser masoca, leo las tres primeras páginas de cada merdolo que premia el Planeta y cosas así, me jarté de reír (esa es la cosa, eso busco) con la entradilla a la novela de la Sonsoles, vaya, periodista televisiva premia planeta, juuu, juuu, Iratxe no quería que le leyese los párrafos “más jugosos” (o sea más vergonzantes, que ni un alumno de los primeros cursos de la eso haría tan mal), y mierdas así, todo lleno ahora. Y lo que decía. Lo decía por... ¡ah, sí! Porque, hombre, Planeta, puestos a premiar (como bien decía la revista La Fiera Literaria) a autores más malos que la quina, premiad de mentiras a autores/as buenos, coño. Que el cambalache no sea tan gordo y malo. Pero no, y mira que ha pasado tiempo desde que Manuel García Viñó faltó, el creador de La Fiera, y la revista se fue a la mierda pero quedó en la memoria de los rebel y de los justos y de los que amamos la real y verdadera literatura, La Fiera Literaria llegó a salir como suplemento (si no recuerdo mal) de El País, donde Luis María Ansón le abrió la puerta, duró dos números, porque las autoras y autores del sistema, donde se les atacaba sistemáticamente (yo no he oído nada), por malos, malos malísimos, no narradores, ni siquiera buenos articulistas, se quejaron, y fue barrida de esa altura y tornó el “libelo” que llamaban los autores ricos, al underground, pero llegó en su tiempo a las casas de la mayor parte del establishment literario, para bien o para mal. Hizo historia. Como Quico Rivera, como el vecino de un amigo mío que una buena mañana decidió llamar a las teles para enseñar su sandía, que una vez medida quedó en el Guinness.


Si García Viñó estuviera por aquí le pasaría, una vez la termina, la “Pasajeros del tiempo” de Villamandos, seguro que diría: “esto sí es novela. Novela no es ponerse a contar cosas, sino construir un mundo, con bulto, fondo, forma, la novela es una de las bellas artes de la literatura...”


Porque cuando te metes en una buena novela lo notas, no en un folletín mal (iba a decir malfollado, ¿ves? Me influye el feísmo de la tele, me la pongo de fondo siempre que escribo, como José Hierro necesito ruido, él se iba a los baretos a escribir sus versos), sigo, en un folletín malescrito, tipo las ñordas del chulapo ese inaguantable del Del Val, el marío de la Nuria Roca. Que sólo con verle el careto... y bueno, también juné las dos primeras páginas, y wau! Qué aburrimiento, no? Eso compra la gente? Para qué? No tiene nada, no tiene consistencia, no tiene construcción misteriosa, no tiene juego artístico ni engrudo novelístico, sólo tiene el verbo de alguien que te puedes encontrar en cualquier comunidad de vecinos y, con las mismas palabras, largarte un rollo con el que vas directo a un espididol en botella, de cuello gordo. Y para esos rollos, esos ya los trabajó, y muy bien, Camilo José Cela. Cuando un venero está seco, porque Cela los agostó todos, en cuestión de vecindarios, pues ponte a hablar de otras cosas, tío, pero aquí viene Del Val a contar las cosas entre los vecinos.

¿Qué interesante, no? No sé qué autor dijo (lo dijeron muchos, la mayor parte de las frases potentes las han dicho muchas/os) que no hay mal tema sino mal escritor que lo desarrolle en forma mediocre, u otro que le saque brillo y fulgor. Y esto, y lo otro.


Pero yo vine aquí a hablar de “su” libro, o sea de “Egipto”, el poemario de Elena Villamandos. Aunque lo que parezca esto sea la vomitona de uno de Fargo hinchado a pastis.


Cuando se comienza un libro llamado Egipto con un poema homónimo y con los versos “Quiero un desayuno de niños, / ardiendo sobre la arena”, uno ya se imagina que ha topado con una enfant terrible. Una Rimbaud neo. Y así es.


Los versos de Egipto son rotundamente bellos, elaboradamente altos. Con una elaboración a la que se le han arrancado los ornamentos y cualquier posibilidad de visión de los cimientos, naturalizados, finalmente, como si fueran sustancia viva. Se siente, advierte, la orfebrería, se ve el buen arte de una gran poeta, eso no cabe duda, pero se percibe, y ahí Elena lo ha hecho muy bien, se captan los trabajos ingentes que la gran vate ha realizado una vez terminados los monumentos de versos para, como digo, limpiarlos de las huellas de “los trabajadores”. De resultas, estamos ante joya tras joya en todo el poemario, que va creciendo en forma y fondo, en vuelo temático. Como si viajásemos con él, con la autora de lejos mirándonos e indicándonos tal o cual cosa pero no se le oye, de tan lejos que está, porque su obra ya no es suya (tanto la ha naturalizado que ahora crece a los ojos de cada lector, como cuando uno viaja a Egipto y lo que ve, todo es inefable, yo no viajé a Egipto, sólo a Tenerife y a ningún lugar más, pero esa es otra historia, odio el avión; he dicho que esa es otra historia. ¡No vuelvo a coger un puto avión, ¿a quién se le ocurrió que el ser humano podría subir tan alto en un trasto tan espantoso, y encima con servicio de bar, y pudiendo comprar productos de maquillaje “a mitad de precio que en tierra”? ¿Sabes el puto susto que da cuando meas y le das a caer agua y parece que estalla UNA BOMBA?).


Y recomendado al cien por mil, al mil quinientos por dos jigos de los buenos. El poemario es como el volverse loco de alguien (que ya lo estaba casi) en vivo y en directo. Porque se nombran ángeles y seres mitológicos, cosas mágicas y sagradas, y luego seres se hacen pis, se penetran unos a otros, se despliegan en constructos extrañísimos a lo largo del viaje, ora estamos en terreno bíblico, en el antiguo egipto, o de lleno en todos los mitos de la humanidad, saltando a la comba, hablando negramente en una negra noche, de las cosas secretas (y la niña autora las cuenta, hacia nuestro día). Porque “Egipto” es un libro de mitos, pero sobre todo de desmitificación.


Uno diría que se escribió Egipto para nombrar las bondades y grandezas de ese lugar, pero no, el poemario actúa -si no me equivoco en mi percepción, nunca normal, por cierto, de la realidad- como una perfecta máquina abierta aérea de demoliciones, derruye el padre, el patriarcado, derruye la belleza antigua de la madre y la necesidad de ellas, derruye las familias y los pueblos. Todos, en sus momentos, fueron traidores del individuo. Egipto nos dice: Kill your idols, pero tambíen nos dice Cuidado: cada cosa que decimos va cabalgada sobre ellos, y sobre sus decires.


Lo dijo Miguel Hernández: escribo a hombros de los gigantes que me precedieron.


Así, Egipto es una maquina de demolición, pero también de declinación, alguna ablución y palabras y canciones con los santos. La autora se ha metido hasta el fondo en un universo alucinado, mezclándolo, en una minipimer, con el de su mente. La autora se venga, como mujer, del daño de los hombres histórico a la mujer, y hace bien. “Y quiero follarme las blancas cimas / bajo tu ventana el viento hace temblar las persianas / y quiero follarme a las mártires, a todas”, dice en el poema “Yo soy”. Esta es una parte de la altura del viaje, donde más sueltos estamos, más terror hay y más verdad. Recuerda a “Aullido”, de Ginsberg, recuerda a los mejores clásicos. Y claro que a Rimbaud, por eso lo nombré antes. Es una poesía muy pulida, muy auténtica. Hay Baudelaire, hay Verlaine pero también hay Silvia Plath, mucho de autodestrucción y mucho de admiración por las cosas bellas.


Los poetas admiran, pero también admiran la muerte. Ese es el veneno que le espera a quien se “ajunta” con un poeta. Pues tenemos a la muerte, como un lazarillo, con sus trapajos negros, altísima y con su hoz arrastrándola chirriando por el suelo de piedrecillas, a nuestro lado, “vegilándonos”, nos quiere para sí, y ya tiene sus fechas, de los poetas y de los pintores: “12-5-2026; 05/ 11/ 2040”, no quiere que nos perdamos, no nos suelta ni mientras sentados en el váter creyendo que es mierda es pedos. Ella se traga los pedos. Apoyada espaldas a la pared, mirándonos con ternura y cansancio. A ver si se demacra pronto este, que aún le quedan cuatro años, siete meses y dieciséis días”, piensa para sí, y se rasca el chocho, la puta.


(Digo la puta porque esa expresión aparece en “Egipto” y quiero ser lo más fiel al libro, al hablar de él. Es un libro de demoliciones, como he dicho. Y no se nombra puta como insulto de mujer -el trabajo sexual no debería existir- sino como despojo de palabras malolientes del verbo humano, vomitemos todos, y vomitémoslo todo de una, parece decir.)


En “Egipto” no hay poema malo, es un poemario, es narrativo, narrativa, en un sentido conceptual y unitario del 1 al 10. (Esto es: hay poetas que cuando ven que han escrito un buen puñado de poemas, dicen: ¡ya tengo un libro! Pues no, es mucho más complicado hacer una obra conceptual.) Pero poemas como “Argos”, “La perdurabilidad de los objetos” -por ejemplo. O si quieres más: el extraño y telúrico “Tierra”, “Cuando te buscaba en las noches” o “Satán en Bangladesh”- sitúan a esta poeta, Elena Villamandos, en el morro de avión de nuestra literatura actual, está-loca. Loca como el mejor Ginsberg, profunda como el más sesudo e hiriente Baudelaire casado con Mafalda, despierta como el más vigílico Sthepen King (sí, no me rayo, hablo de miedo). Esta autora es una camaleona. Tienen ustedes, señores, en las islas canarias, a una de las mayores poetas punk mejor camufladas, y allá va ella a las entrevistas tan estilosa y como si no escuchase a los pistols. Que es lo que pasa, siempre igual. Tenemos a los mejores entre la tribu y no nos damos cuenta.


Es lo que decía al inicio de este rollo macabeo que os he soltado, mezclando a Hendrix con Ana Rosa Quintana y a mi horror al avión con que no lavo mi toalla de ducha DESDE QUE LA COMPRÉ.


¿Y POR QUÉ NO LA LAVO? ¡NO LO SÉ! NI FREUD SI SE LEVANTARA LO AVERIGUARÍA. O SEA, ALLÍ ESTÁ, QUE MOJADA DEL TODO LA SACO AL SOL Y QUEDA SECA COMO UN CARTÓN, LUEGO LA VOY REBLANDECIENDO CON NUEVOS SECADOS DE MI CUERPO DE ESTÚPIDO VIVO.


¿Supones que no podría levantarme?,

¿surgir de entre los muertos?,

¿recomponer mis vestiduras?,

¿lavar mis lastimados pies?”, del poema “La repudiada hija”, de Egipto de Elena Villamandos

Edita: Escritura entre las nubes


Pero yo quería, antes de terminar esta recomendación de cine, lanzar una pregunta al aire: ¿por qué las nubes flotan en lugar de caminar entre nosotros? No, no te rías. Que podría ser. Si las nubes caminasen entre nosotros: SERÍA QUE MÁS ABAJO DE NOSOTROS HABRÍA CIELO, Y MÁS ABAJO UNA TIERRA, OTRA TIERRA POSIBLE. Nosotros acaso seríamos un avión (cuando fui en avión, lo dije? Lo aborrezco, me enferma, hasta el pubis verde. Vi nubes cerca de ese trasto y pensé: debajo de estas nubes hay aire, debajo de ese aire, terrados, casas, bajando hay cabellos y más al fondo estás tú.


Robe, ¿estás contento con que tu último disco haya resultado disco de oro?

Bueno, yo, estoy ocupado.

Padónde va?

No... yo...

Vas pal palígano, no?

Noombre noooo.

Que mestoy quitando y solamente me pongo denveencuando (le dijo ese sol a la voz más alta que le escupía preguntando cosas, insolente, era de telecinco

​Reseña del poemario «Egipto», de Elena Villamandos, y aquí habla más gente

Poemas como “Argos”, “La perdurabilidad de los objetos”, “Cuando te buscaba en las noches” o “Satán en Bangladesh” sitúan a esta poeta en el morro de avión de nuestra literatura actual
Ángel Padilla
miércoles, 10 de abril de 2024, 09:39 h (CET)

Ando leyendo la novela de Elena Villamandos “Pasajeros del tiempo”, entre otros libros (siempre leo muchos libros a la vez). En concreto, ahora, entre otros, tengo en una misma columna de la que voy picando: “Miguel Hernández. Libro de la guerra” (con cuidada e interesante edición de Elena Medel, me rompe los huevos cuando Miguel llama a todos a la guerra y a los que no van, les dice cobardes y que merecen ser reducidos a carbonilla, pero luego pienso: lo grande que era, le tocó eso, y para él era una Invasión, un Monstruo contra todo su mundo amado, no llegó a sentir ese nacionalismo asqueroso que sienten los que salen en la tele con la bandera a la cintura, ya tú sabe); “Vida y muerte de Jimi Hendrix” (una biografía realizada por Mick Wall, tope cañera y vívida, uno del rock and roll que escribe sobre una de sus estrellas, lo más, amiga, está chula, pero el Jimmi... bah, luego, al final, te cae mal, bien y mal, sobre todo mal; es lo que tienen las biografías. Por eso Iratxe dice que no le gusta leer biografías, te llevas chascos, casi siempre, sabes); también pico a pocos (cacofonía, alerta!) un pedrolo de libro que Iratxe y yo (muy locos nosotros, quienes en cuestión de libros podemos quedar sin comer con tal de poseer tal o cual libro) cogimos de Lovecraft, es la Edición anotada de H.P. Lovecraft, edición, prólogo y notas por Leslie S. Klinger, el libro tiene casi mil páginas, tapa dura decir tapa dura se queda corto: si no lo valorase el libro como lo valoro, y la pasta que nos costó (casi cien napos), lo usaría (y mira que lo pienso cuando me pongo con un cuento cada vez -es un tocho con una selección de cuentos del pajillero, elitista y racista Lovecraft, con anotaciones históricas harto interesantes, harto aburridas también; que oye, ni levantarse bien se puede de lo que pesa y es, grande como la tiña de mi padre cuando se ponía celoso y la liaba en casa hacia mi madre (y nosotros), esto es: todos los días de mi infancia (ahora cierro el guion que abrí ayer entre el texto de arriba):- (el signo anterior parece un muñequito caído en el suelo y sorprendido de haber sido derribado, su cara, digo, parece), y oye, lo que decía, que si pudiera trasladarlo en la manita hasta la calva del puto vecino que nos cortó el seto en la esquina de la casa porque decía que, al meter el coche, no veía pared (esto es España), pues qué a gusto, en serio. Pero ni libros a la cabeza ni violencias parecidas, el seto ya creció, el imbécil aparcará “a ciegas” y yo no le hablo, como le dije: lo has cortado, no, sólo por aquí. ¡Has cortado toda esta parte, si nos venimos al campo es porque odiamos al ser humano, y ahora tú nos has abierto una ventana al camino cortándonos las plantas...! ¡Un agujero como tu falta de sentido común por el que se ve EL CAMINO y a todo el que pasa, UN HORROR! ¡No, sólo por aquí! ¡Estas, estas hojitas...! ¡Sigue mintiendo y no te saludaré hasta que reconozcas que lo hiciste! (Silencio...) Has cortado todo esto, lo has hecho. No, sólo por aquí. Y ya no existe este soy yo ni por su parte yo soy yo, en el camino en que nos cruzamos de campo, así el humano. Podría haber tenido un vecino que le prestase sal, naranjas, y quizá algún güisqui del bueno, el sueño español (es como el americano pero más falso aún), y no... lo echó a perder por mentir. A mí me puedes dar la vuelta a la cabeza con una patada voladora, y si dices fui yo y perdona, creí que eras Maradona a quien no trago, ni live or death, tan amigos. Pero si dices: no-fue-mi-pata-quien-te-mandó-al-provincial-lisiao-pa-tiempo, la has cagao, amigo mío.


IMG 20240409 172642


Pero este rollo a lo kerouac viene al caso de que no echo mentiras así como así, sólo cuando me rodean maleantes, por ejemplo para decir que está descendiendo un ovni a sus espaldas, o a los banqueros, a los políticos y a los presidentes de finca, mentir es bueno si es a gilipollas y a gentes sin corazón.


A los buenos, a vosotros, lectores, lectoras, os digo la verdad, porque sois la flor de mis ojos. El cariñito de mis pies. El color de nueva de mi “toballa”.


Y por eso tanta explicación, tanta entradilla, que deviene que estoy leyendo la novela de Villamandos, aguántamela, ¿a que pesa? Porque es buena narrativa. Lo ves enseguida. Yo cuando topé por primera vez con su construcción, telar tenso, dije: wau, esta es de las de verdad. Osea, te cuento (entro en un hablar Chaveli Iglesias; vivimos en una sociedad psicótica, y empaparse de ello, de cuando en cuando, es el precio de ser un infiltrado, un ecoterrorista como me llaman), yo siempre, debo ser masoca, leo las tres primeras páginas de cada merdolo que premia el Planeta y cosas así, me jarté de reír (esa es la cosa, eso busco) con la entradilla a la novela de la Sonsoles, vaya, periodista televisiva premia planeta, juuu, juuu, Iratxe no quería que le leyese los párrafos “más jugosos” (o sea más vergonzantes, que ni un alumno de los primeros cursos de la eso haría tan mal), y mierdas así, todo lleno ahora. Y lo que decía. Lo decía por... ¡ah, sí! Porque, hombre, Planeta, puestos a premiar (como bien decía la revista La Fiera Literaria) a autores más malos que la quina, premiad de mentiras a autores/as buenos, coño. Que el cambalache no sea tan gordo y malo. Pero no, y mira que ha pasado tiempo desde que Manuel García Viñó faltó, el creador de La Fiera, y la revista se fue a la mierda pero quedó en la memoria de los rebel y de los justos y de los que amamos la real y verdadera literatura, La Fiera Literaria llegó a salir como suplemento (si no recuerdo mal) de El País, donde Luis María Ansón le abrió la puerta, duró dos números, porque las autoras y autores del sistema, donde se les atacaba sistemáticamente (yo no he oído nada), por malos, malos malísimos, no narradores, ni siquiera buenos articulistas, se quejaron, y fue barrida de esa altura y tornó el “libelo” que llamaban los autores ricos, al underground, pero llegó en su tiempo a las casas de la mayor parte del establishment literario, para bien o para mal. Hizo historia. Como Quico Rivera, como el vecino de un amigo mío que una buena mañana decidió llamar a las teles para enseñar su sandía, que una vez medida quedó en el Guinness.


Si García Viñó estuviera por aquí le pasaría, una vez la termina, la “Pasajeros del tiempo” de Villamandos, seguro que diría: “esto sí es novela. Novela no es ponerse a contar cosas, sino construir un mundo, con bulto, fondo, forma, la novela es una de las bellas artes de la literatura...”


Porque cuando te metes en una buena novela lo notas, no en un folletín mal (iba a decir malfollado, ¿ves? Me influye el feísmo de la tele, me la pongo de fondo siempre que escribo, como José Hierro necesito ruido, él se iba a los baretos a escribir sus versos), sigo, en un folletín malescrito, tipo las ñordas del chulapo ese inaguantable del Del Val, el marío de la Nuria Roca. Que sólo con verle el careto... y bueno, también juné las dos primeras páginas, y wau! Qué aburrimiento, no? Eso compra la gente? Para qué? No tiene nada, no tiene consistencia, no tiene construcción misteriosa, no tiene juego artístico ni engrudo novelístico, sólo tiene el verbo de alguien que te puedes encontrar en cualquier comunidad de vecinos y, con las mismas palabras, largarte un rollo con el que vas directo a un espididol en botella, de cuello gordo. Y para esos rollos, esos ya los trabajó, y muy bien, Camilo José Cela. Cuando un venero está seco, porque Cela los agostó todos, en cuestión de vecindarios, pues ponte a hablar de otras cosas, tío, pero aquí viene Del Val a contar las cosas entre los vecinos.

¿Qué interesante, no? No sé qué autor dijo (lo dijeron muchos, la mayor parte de las frases potentes las han dicho muchas/os) que no hay mal tema sino mal escritor que lo desarrolle en forma mediocre, u otro que le saque brillo y fulgor. Y esto, y lo otro.


Pero yo vine aquí a hablar de “su” libro, o sea de “Egipto”, el poemario de Elena Villamandos. Aunque lo que parezca esto sea la vomitona de uno de Fargo hinchado a pastis.


Cuando se comienza un libro llamado Egipto con un poema homónimo y con los versos “Quiero un desayuno de niños, / ardiendo sobre la arena”, uno ya se imagina que ha topado con una enfant terrible. Una Rimbaud neo. Y así es.


Los versos de Egipto son rotundamente bellos, elaboradamente altos. Con una elaboración a la que se le han arrancado los ornamentos y cualquier posibilidad de visión de los cimientos, naturalizados, finalmente, como si fueran sustancia viva. Se siente, advierte, la orfebrería, se ve el buen arte de una gran poeta, eso no cabe duda, pero se percibe, y ahí Elena lo ha hecho muy bien, se captan los trabajos ingentes que la gran vate ha realizado una vez terminados los monumentos de versos para, como digo, limpiarlos de las huellas de “los trabajadores”. De resultas, estamos ante joya tras joya en todo el poemario, que va creciendo en forma y fondo, en vuelo temático. Como si viajásemos con él, con la autora de lejos mirándonos e indicándonos tal o cual cosa pero no se le oye, de tan lejos que está, porque su obra ya no es suya (tanto la ha naturalizado que ahora crece a los ojos de cada lector, como cuando uno viaja a Egipto y lo que ve, todo es inefable, yo no viajé a Egipto, sólo a Tenerife y a ningún lugar más, pero esa es otra historia, odio el avión; he dicho que esa es otra historia. ¡No vuelvo a coger un puto avión, ¿a quién se le ocurrió que el ser humano podría subir tan alto en un trasto tan espantoso, y encima con servicio de bar, y pudiendo comprar productos de maquillaje “a mitad de precio que en tierra”? ¿Sabes el puto susto que da cuando meas y le das a caer agua y parece que estalla UNA BOMBA?).


Y recomendado al cien por mil, al mil quinientos por dos jigos de los buenos. El poemario es como el volverse loco de alguien (que ya lo estaba casi) en vivo y en directo. Porque se nombran ángeles y seres mitológicos, cosas mágicas y sagradas, y luego seres se hacen pis, se penetran unos a otros, se despliegan en constructos extrañísimos a lo largo del viaje, ora estamos en terreno bíblico, en el antiguo egipto, o de lleno en todos los mitos de la humanidad, saltando a la comba, hablando negramente en una negra noche, de las cosas secretas (y la niña autora las cuenta, hacia nuestro día). Porque “Egipto” es un libro de mitos, pero sobre todo de desmitificación.


Uno diría que se escribió Egipto para nombrar las bondades y grandezas de ese lugar, pero no, el poemario actúa -si no me equivoco en mi percepción, nunca normal, por cierto, de la realidad- como una perfecta máquina abierta aérea de demoliciones, derruye el padre, el patriarcado, derruye la belleza antigua de la madre y la necesidad de ellas, derruye las familias y los pueblos. Todos, en sus momentos, fueron traidores del individuo. Egipto nos dice: Kill your idols, pero tambíen nos dice Cuidado: cada cosa que decimos va cabalgada sobre ellos, y sobre sus decires.


Lo dijo Miguel Hernández: escribo a hombros de los gigantes que me precedieron.


Así, Egipto es una maquina de demolición, pero también de declinación, alguna ablución y palabras y canciones con los santos. La autora se ha metido hasta el fondo en un universo alucinado, mezclándolo, en una minipimer, con el de su mente. La autora se venga, como mujer, del daño de los hombres histórico a la mujer, y hace bien. “Y quiero follarme las blancas cimas / bajo tu ventana el viento hace temblar las persianas / y quiero follarme a las mártires, a todas”, dice en el poema “Yo soy”. Esta es una parte de la altura del viaje, donde más sueltos estamos, más terror hay y más verdad. Recuerda a “Aullido”, de Ginsberg, recuerda a los mejores clásicos. Y claro que a Rimbaud, por eso lo nombré antes. Es una poesía muy pulida, muy auténtica. Hay Baudelaire, hay Verlaine pero también hay Silvia Plath, mucho de autodestrucción y mucho de admiración por las cosas bellas.


Los poetas admiran, pero también admiran la muerte. Ese es el veneno que le espera a quien se “ajunta” con un poeta. Pues tenemos a la muerte, como un lazarillo, con sus trapajos negros, altísima y con su hoz arrastrándola chirriando por el suelo de piedrecillas, a nuestro lado, “vegilándonos”, nos quiere para sí, y ya tiene sus fechas, de los poetas y de los pintores: “12-5-2026; 05/ 11/ 2040”, no quiere que nos perdamos, no nos suelta ni mientras sentados en el váter creyendo que es mierda es pedos. Ella se traga los pedos. Apoyada espaldas a la pared, mirándonos con ternura y cansancio. A ver si se demacra pronto este, que aún le quedan cuatro años, siete meses y dieciséis días”, piensa para sí, y se rasca el chocho, la puta.


(Digo la puta porque esa expresión aparece en “Egipto” y quiero ser lo más fiel al libro, al hablar de él. Es un libro de demoliciones, como he dicho. Y no se nombra puta como insulto de mujer -el trabajo sexual no debería existir- sino como despojo de palabras malolientes del verbo humano, vomitemos todos, y vomitémoslo todo de una, parece decir.)


En “Egipto” no hay poema malo, es un poemario, es narrativo, narrativa, en un sentido conceptual y unitario del 1 al 10. (Esto es: hay poetas que cuando ven que han escrito un buen puñado de poemas, dicen: ¡ya tengo un libro! Pues no, es mucho más complicado hacer una obra conceptual.) Pero poemas como “Argos”, “La perdurabilidad de los objetos” -por ejemplo. O si quieres más: el extraño y telúrico “Tierra”, “Cuando te buscaba en las noches” o “Satán en Bangladesh”- sitúan a esta poeta, Elena Villamandos, en el morro de avión de nuestra literatura actual, está-loca. Loca como el mejor Ginsberg, profunda como el más sesudo e hiriente Baudelaire casado con Mafalda, despierta como el más vigílico Sthepen King (sí, no me rayo, hablo de miedo). Esta autora es una camaleona. Tienen ustedes, señores, en las islas canarias, a una de las mayores poetas punk mejor camufladas, y allá va ella a las entrevistas tan estilosa y como si no escuchase a los pistols. Que es lo que pasa, siempre igual. Tenemos a los mejores entre la tribu y no nos damos cuenta.


Es lo que decía al inicio de este rollo macabeo que os he soltado, mezclando a Hendrix con Ana Rosa Quintana y a mi horror al avión con que no lavo mi toalla de ducha DESDE QUE LA COMPRÉ.


¿Y POR QUÉ NO LA LAVO? ¡NO LO SÉ! NI FREUD SI SE LEVANTARA LO AVERIGUARÍA. O SEA, ALLÍ ESTÁ, QUE MOJADA DEL TODO LA SACO AL SOL Y QUEDA SECA COMO UN CARTÓN, LUEGO LA VOY REBLANDECIENDO CON NUEVOS SECADOS DE MI CUERPO DE ESTÚPIDO VIVO.


¿Supones que no podría levantarme?,

¿surgir de entre los muertos?,

¿recomponer mis vestiduras?,

¿lavar mis lastimados pies?”, del poema “La repudiada hija”, de Egipto de Elena Villamandos

Edita: Escritura entre las nubes


Pero yo quería, antes de terminar esta recomendación de cine, lanzar una pregunta al aire: ¿por qué las nubes flotan en lugar de caminar entre nosotros? No, no te rías. Que podría ser. Si las nubes caminasen entre nosotros: SERÍA QUE MÁS ABAJO DE NOSOTROS HABRÍA CIELO, Y MÁS ABAJO UNA TIERRA, OTRA TIERRA POSIBLE. Nosotros acaso seríamos un avión (cuando fui en avión, lo dije? Lo aborrezco, me enferma, hasta el pubis verde. Vi nubes cerca de ese trasto y pensé: debajo de estas nubes hay aire, debajo de ese aire, terrados, casas, bajando hay cabellos y más al fondo estás tú.


Robe, ¿estás contento con que tu último disco haya resultado disco de oro?

Bueno, yo, estoy ocupado.

Padónde va?

No... yo...

Vas pal palígano, no?

Noombre noooo.

Que mestoy quitando y solamente me pongo denveencuando (le dijo ese sol a la voz más alta que le escupía preguntando cosas, insolente, era de telecinco

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No es costumbre de quien esto suscribe reseñar a pares. Pero últimamente han llegado a mi poder dos libros, ambos editados por Alfaguara, cuya disparidad, me sugiere hacerlo así. Me refiero a ‘Las hermanas Jacobs’ de Benjamin Black y ‘Bartleby y yo’ de Gay Talese. 

Tierra mía: ¡Me llaman nativo de África! A ellos los parece una situación patética, mientras que por acá la vida es pacífica. ¡Todo se piensa más allá de la física!

Trompifai: Entre ceja y ceja yo entusiasmado por una damita a la que conturba mi grandilocuencia. Protagonistas: ¡A mí! Antagonistas: ¡Conmigo!

 
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