| ||||||||||||||||||||||
MENSAJE DE JUANA A LUIS
No tengo oro ni plata,
ni bienes evaluables,
tan solo tengo los cables
de una instalación barata.
Mis muebles, todos de Ikea,
mis ropas del mercadillo,
¡no te intereso chiquillo,
porquemi dote flojea!
Pero, si a pesar de todo,
insistes en que te quiera,
en mi alma de soltera
encontrarás acomodo.
Y lo has de pasar tan bien,
que aunque sin oro ni plata,
te haré la vida tan grata
¡que creerás que es el Edén!
RESPUESTA DE LUIS A JUANA
Te contesto a tu misiva,
tiritando de emoción,
como si mi corazón
funcionara a la deriva.
Y si hablamos de dinero,
o bienes de plata y oro,
pienso que el mayor tesoro
es el cariño sincero.
Por eso me he decidido,
a pesar de mi tibieza,
a decirte con franqueza
que me siento concernido.
Y que acepto sin recelo,
oferta tan tentadora,
¡te prometo, desde ahora,
un pedacito de Cielo!
En una casona antigua y desolada, en el centro de la sala se encontraba un espejo de un metro de alto y cincuenta centímetros de ancho, montado y sostenido por una linda mesita antigua. En él convergían las articulaciones de todos los espacios.
Cuenta Irene Vallejo que San Agustín se quedó absolutamente perplejo al ver al obispo de Milán leyendo para sí mismo, al ver cómo “sus ojos transitaban por las páginas, pero su lengua callaba”. La anécdota la usa la escritora —siempre elegante, delicada y tensa— para argumentar que, hasta bien entrada la Edad Media, la lectura se hacía solo en voz alta, de ahí la extrañeza del filósofo, que veía, por primera vez, un lector tal como nosotros lo imaginamos.
Me veo en el espejo y veo el tiempo, que en el silencio, ya no muere. Mi rostro lleno de quebrantos, arrugas en mis ojos, en mis labios.
|