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Jesús D Mez, Gerona

El sufrimiento de perder a un hijo

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No ha armado apenas revuelo que Francia haya aprobado el aborto como un derecho constitucional, aun cuando se tiró de bombo y platillo para anunciarlo. En una ceremonia al aire libre en París, se procedió al sellado del texto normativo con una prensa de la época napoleónica y Emmanuel Macron declaró lo siguiente: “Francia se ha convertido hoy en el único país en el mundo cuya Constitución protege explícitamente el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo en toda circunstancia”. 


El próximo hito, según el presidente francés, debe ser la Carta de derechos fundamentales de la Unión Europa: “No hallaremos reposo hasta que esta promesa se cumpla en todo el mundo”, afirmó.

Algunas voces han rebatido este despropósito con argumentos bioéticos, jurídicos y socioculturales incontestables, como cada vez que se intenta normalizar el aborto. El problema es que mucha gente no los escucha ni contempla. 


En la era de la posverdad, o como se llame ahora, todo se interpreta como un relato con el que se puede estar de acuerdo o no. Quizás por eso Macron ha tirado de una escenografía teatral con reminiscencias regias, confiriendo un halo de solemnidad a la resolución, a fin de manipular las emociones de la opinión pública, aunque detrás haya una frialdad escalofriante.


Horas después del anuncio de Macron ha fallecido María, a punto de nacer. Sus padres sabían que estaba gravemente enferma desde el comienzo de su gestación, que podrían haber detenido según recomiendan los protocolos médicos en estos casos. Sin embargo, no han evitado la aflicción de esperar su muerte, que finalmente ha visitado a la pequeña en el seno de su madre.


El sufrimiento de perder a un hijo es intransferible (encerrado en el concreto e irrepetible corazón de sus padres) e inefable (no admite palabras, no se puede expresar). Ahora bien, aunque no es posible hacerse cargo ni referir este dolor, merece la pena decir algo sobre el testimonio de este matrimonio pues, a diferencia de la propuesta de Macron, no se trata de un relato, de una perspectiva, de una interpretación enajenante. Es verdad que esos padres son cristianos, que su fe les sostiene y la gracia les amortigua en esta terrible amputación (pienso en la madre, que también se llama María, y me resuenan las palabras del viejo Simeón a la Virgen: una espada te atravesará el alma…). No obstante, en la respuesta de ambos -amar, cuidar y esperar a la niña, sabiendo que su enfermedad era incompatible con la vida- hay certezas que pueden asentir también los no creyentes.

El sufrimiento de perder a un hijo

Jesús D Mez, Gerona
Lectores
miércoles, 24 de abril de 2024, 09:04 h (CET)

No ha armado apenas revuelo que Francia haya aprobado el aborto como un derecho constitucional, aun cuando se tiró de bombo y platillo para anunciarlo. En una ceremonia al aire libre en París, se procedió al sellado del texto normativo con una prensa de la época napoleónica y Emmanuel Macron declaró lo siguiente: “Francia se ha convertido hoy en el único país en el mundo cuya Constitución protege explícitamente el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo en toda circunstancia”. 


El próximo hito, según el presidente francés, debe ser la Carta de derechos fundamentales de la Unión Europa: “No hallaremos reposo hasta que esta promesa se cumpla en todo el mundo”, afirmó.

Algunas voces han rebatido este despropósito con argumentos bioéticos, jurídicos y socioculturales incontestables, como cada vez que se intenta normalizar el aborto. El problema es que mucha gente no los escucha ni contempla. 


En la era de la posverdad, o como se llame ahora, todo se interpreta como un relato con el que se puede estar de acuerdo o no. Quizás por eso Macron ha tirado de una escenografía teatral con reminiscencias regias, confiriendo un halo de solemnidad a la resolución, a fin de manipular las emociones de la opinión pública, aunque detrás haya una frialdad escalofriante.


Horas después del anuncio de Macron ha fallecido María, a punto de nacer. Sus padres sabían que estaba gravemente enferma desde el comienzo de su gestación, que podrían haber detenido según recomiendan los protocolos médicos en estos casos. Sin embargo, no han evitado la aflicción de esperar su muerte, que finalmente ha visitado a la pequeña en el seno de su madre.


El sufrimiento de perder a un hijo es intransferible (encerrado en el concreto e irrepetible corazón de sus padres) e inefable (no admite palabras, no se puede expresar). Ahora bien, aunque no es posible hacerse cargo ni referir este dolor, merece la pena decir algo sobre el testimonio de este matrimonio pues, a diferencia de la propuesta de Macron, no se trata de un relato, de una perspectiva, de una interpretación enajenante. Es verdad que esos padres son cristianos, que su fe les sostiene y la gracia les amortigua en esta terrible amputación (pienso en la madre, que también se llama María, y me resuenan las palabras del viejo Simeón a la Virgen: una espada te atravesará el alma…). No obstante, en la respuesta de ambos -amar, cuidar y esperar a la niña, sabiendo que su enfermedad era incompatible con la vida- hay certezas que pueden asentir también los no creyentes.

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