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El llamado movimiento transgénero se ha convertido en un potente grupo de presión que no solo usa a los medios de comunicación para amedrentar a quienes cuestionan sus dogmas, sino que ha conseguido infiltrarse en las políticas públicas de numerosos Gobiernos del mundo occidental.
En Europa, Gran Bretaña, con su Ley de Reconocimiento de Género, o España con La Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans, son dos ejemplos de la influencia real del movimiento transgénero.
Son muchos los médicos, psicólogos, filósofos e intelectuales que insisten en la perversión que implica ignorar deliberadamente los derechos de los menores y negar que ser mujer sea una identidad relacionada con el sexo biológico.
Realmente, la función de la filosofía se desarrolla, como un saber crítico de segundo grado, que analiza los contenidos de las diversas ciencias. Es un saber que se interesa por toda la realidad y el presente. Ya en vida de su creador Gustavo Bueno, su materialismo demostró una potencia explicativa extraordinaria, superior a la de otras corrientes o sistemas filosóficos.
Hay cosas cómicas que hay que tomar muy en serio. Son gansadas que retratan nuestro mundo. Representan el ombliguismo que nos rodea. El término es magistral: define aquello que cree está en el centro del cuerpo (del universo), sin reparar que su función se volvió inútil hace ya tiempo.
Hace unos días recibí de la editorial Anagrama el libro de Roberto Saviano titulado Los valientes están solos. Libro apasionante que he comenzado a devorar por la forma directa de contar una historia de coraje e integridad que terminó con los restos del juez Falcone volando por los aires a consecuencia del atentado perpetrado por la Cosa Nostra, al mando de ese tipo con cara de paleto bobo, Salvatore Totò Riina.
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