Gran tradición española la de los chivatos. Los promocionó la izquierda en la Guerra Civil, no faltando dudosos y nada recomendables poetas que desde su columna en ABC (versión republicana) acusaban sin más pruebas que el rencor o la envidia para enviar “A paseo” a quienes odiaban o eran un obstáculo para ellos, y los paseaban -¡vayan si los paseaban!- llevándoselos exactamente al más allá. Serviciales chivatos y acusicas éstos, gracias a los cuales se llenaron las checas de Fomento y de Bellas Artes de secuestrados de toda condición y los cementerios y caminos de España de cadáveres –los nunca buscados ni jamás reclamados-, y de los cuales se sirvieron también Franco y la Falange para depurar regiones enteras, como el País Vasco, en el que más murieron por los señalamientos de los delatores que por causas bélicas de gudaris invencibles o Cinturones de Hierro que no lo fueron ni de hojalata.
Mala, muy memoria tenemos de este infame colectivo y peor imagen de todos estos deplorables chivatos y acusicas, aunque fuera una de las herramientas básicas con las que los socialistas largocaballeristas y el Quinto Regimiento de los babosos stalinistas acumularan el tétrico poder que acopiaron aquellos días tenebrosos que hoy resucitan con su infernal saña. Mala memoria que a los chicuelos de entonces, allá por los cincuenta y los sesenta, nos empujaba a alicatar de collejas el occipucio de quienes eran dados al cante ante el profe o el cura, considerando la mayoría de los jovenzuelos a los tales como una especie de reptil que no merecía mejor suerte que el apaleamiento.
Considerar al chivato o al acusica una especia de repugnante bicho que no era merecedor de figurar siquiera en los bestiarios era tan aceptado comúnmente que así educamos a nuestros hijos, de modo que si uno acusaba a otro, el castigado era el acusador y no el acusado. Nos repugnaba –y nos repugna- esa subespecie humana que nos degrada a todos, aunque mucho más nos repugna y desconsuela quienes lo alentaron entonces y quienes ahora lo alientan, así sean señoras ministras de eléctrico y desquiciado verbo que empuñan la democracia por los nueve, sin duda restableciendo un ayer de propensiones stalinistas en un presente de desvaríos sociatas. De asco, en fin.
El PSOE y sus barones perdieron hace mucho la Rosa de los Vientos con todas sus direcciones, y desde que aquel infausto impresor fundara este partido, brujulea intentando encontrar la fórmula para instaurar el orden bolchevique en ni siquiera creyeron cuando deberían haberlo hecho. No sólo su felicidad se completa con prohibiciones y leyes coercitivas que atentan directamente contra el corazón de la libertad y el libre albedrío de los ciudadanos, sino que insuflan su anacrónico veneno stalinista en las personas más hediondas de la sociedad para que ellos, los cobardes chivatos y los acusicas, vuelvan sobre sus fueros a señalar a quienes deben ser paseados, siquiera sea comenzando por multar a los que fuman. Ya veremos mañana. El PSOE demuestra con esto que no aprende de sus errores, que el largocaballerismo sigue circulando vital por sus venas y que aún sueña con un porvenir dictatorial de paredones y leyes impuestas sobre una masa uniformada y miserable. La voluntad de todos es suya, y, para hacerse con la de los díscolos, lo mismo está dispuesto a someterles por las buenas que por las malas, así sea sirviéndose de esos audaces delatores que, desde el premio como pelotilleros buenos chicos, apuntan diciendo: “ha sido éste.”
No sé qué medio actual puede substituir en tan ardua y sacrificada tarea la columna de “A paseo” del Alberti al que hoy le toque, porque El País va de capa caída y hacia la fosa; pero alguno será quien en breve nos señale a los malos chicos que no comulgamos con este fascismo recalcitrante que día a día avanza imparable y que nos quiere sumergir de nuevo en el lodazal de una guerra fratricida… si es que no le queda más remedio. Y tiene que ser así, no hay otra, porque la sociedad, lejos de responder y revolverse enardecida contra esta panda de truhanes que nos está recortando miserablemente las libertades civiles y nos está encerrando en una dictadura encubierta, continúa en la ociosa inacción o en el encogimiento de hombros de aquellos que se benefician del mal de otros, acaso sin comprender que no importa qué libertad se robe a no importa quién –aunque sólo sea a un ciudadano- es una libertad que nos cercenan a todos.
Les digo a los chivatos y acusicas de hoy lo que les decía a los de entonces: “Apúntame y ponme un par de cruces, chivato, que ya nos veremos en el recreo.” Todo esto es bueno, sin embargo, porque no viene sino a dar carta de naturaleza cierta al viejo aforismo: Dios los crea y ellos se juntan. Ya ven, reuniditos están sociatas y chivatos, paseadores y paseantes. ¡Cuidado con los caminos solitarios y con dónde pisan! Los chivatos están al loro.
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