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A Pedro Guindaleras empiezan a no cuadrarle las cuentas, ni ver lógicas las explicaciones de los banqueros. Esos señores encorbatados o señoras presidentas con lustroso traje rojo le recuerdan a los agricultores de su pueblo: todos los años son malos y todas las cosechas se quedan cortas, aunque los datos digan que son extraordinarios y que representan las mejores cosechas del siglo.
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