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Después de darles mi infinito agradecimiento a los poetas Yordan Arroyo y Leonardo Cruz, con todo el gusto del mundo acepté esta distinguida invitación. La dinámica era enviar un video, en el cual el invitado debía presentarse y leer de uno a dos poemas de su autoría.
Voces disímiles, inatrapables convocaba detener la imagen y el sonido repicaba en las vísceras, detener el audio para volver a escuchar lentamente los versos que se me escapaban y era realmente difícil despegarse de la pantalla.
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