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Desde que publiqué mis primeros libros de ciencia política y diplomacia hace varias décadas, siempre tuve la impresión de que intentar desbloquear nuestros contenciosos diplomáticos, el tema recurrente e irresuelto que no irresoluble de política exterior, se presentaba como tarea harto complicada, donde a la búsqueda de la deseable, necesaria armonía (hasta con h) se requiere compatibilizar la ortodoxia con la ‘realpotikik’. Y naturalmente, con el derecho.
Tal vez lo primero que se requiera para aproximarse a nuestro contencioso más complicado, sea la consideración certera de la contraparte, sobre la que, cuando se plantea el tema, se viene repitiendo de manera reiterativa, inercial su carácter moderno, sólo existe desde 1956, lo que siendo exacto desde la técnica política como entidad estatal, no pasa de descriptivo a efectos contenciosos.
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