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Hace más de 40 años que conocí a la familia Fernández, oriundos de Granada y afincados en una de las poblaciones del cinturón de Barcelona, donde vivíamos la inmensa mayoría de los inmigrantes andaluces que optamos por trasladarnos a Cataluña en busca de mejores oportunidades para ganarnos la vida.
Pero no, hablaban en rromanó. Hombres y mujeres cuyas familias habían vivido separados y perseguidos durante siglos. Pero habían conservado las costumbres y tradiciones comunes siendo su principal tesoro la vieja lengua con la que salieron de la lejana India nuestros más remotos antepasados.
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