El 8 de julio, la familia de Mark Anthony Urquiza cargó el ataúd con sus restos hasta su morada final en el cementerio Holy Cross en la ciudad de Phoenix, en Arizona. Urquiza falleció a causa de complicaciones derivadas de la COVID-19, conectado a un respirador artificial y con la sola compañía de una enfermera que lo tomaba de la mano. La muerte de Urquiza podría haber pasado desapercibida, como tantas de las más de 220.000 personas que han sucumbido a esta enfermedad mortal hasta la fecha en Estados Unidos, si su hija Kristin no hubiera escrito un obituario que llamó la atención de todo el país.