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Es verdad. No creo, sinceramente, que haya un cariño en el mundo más limpio, más sincero y más desprendido que el que siente una madre por sus hijos. Y no se enfaden mis amables lectores hombres. Yo también lo soy y en el fondo de mis sentimientos me resisto a aceptar que mi mujer quiera a mis hijos más que yo. O tal vez no se trate de eso, de querer más o menos. A lo mejor se trata de querer de una forma diferente, aunque con la misma intensidad.
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