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Etiquetas | Opiniones de un paisano

Pablo Iglesias y la conquista de la inteligencia

Estamos ganando en conciencia ciudadana, educación, compromiso
Mario López
jueves, 4 de julio de 2013, 06:53 h (CET)
Hoy en día es casi imposible sustraerse al conocimiento del inglés. Por muy reacio que uno sea a hablar en otro idioma que no sea el castellano (el román paladino, que es como el personal entiende a su vecino), acabamos por decir “no way”, por no decir “no hay manera”; o “lets go”, por no decir “vámonos”. Así que, sin querer, nos acabamos defendiendo con el inglés y, los que no somos nacionalistas españoles, con el catalán. En definitiva, sin llegar a ser políglotas, una buena parte de los españoles nos podemos hacer entender (sin habérnoslo propuesto) en castellano, inglés y catalán.

Por otra parte, en nuestro país malviven infinidad de paisanos que dominan más de cuatro idiomas. Yo, personalmente, conozco a un mendigo nigeriano que habla con fluidez en castellano (menos), en francés, inglés, alemán, italiano, y varios dialectos de su país de origen. Y, ya digo, es mendigo; no ministro de cultura o presidente del gobierno. Ni siquiera jefe de planta de El Corte Inglés. Simplemente, mendigo.

En la mayoría de los casos, el aprender idiomas viene con el viajar; y, en eso, los emigrantes son los campeones. Quizá no los españoles; conozco al dueño de un restaurante neoyorquino, gallego, que lleva cuarenta años en los Estados Unidos y aún no sabe que significa “my taylor is rich” (entiendo que Assimil ha causado estragos, ¿a quién le puede importar cuan rico es tu sastre?).

Los lameculos mediáticos que defienden con ahínco el esfuerzo y la excelencia, son los que jamás hubieran hecho carrera si se les aplicara la doctrina que tanto exaltan (de boquilla). Además, son los personajes más maleducados y empecinados del espectro mediático. Sirvan como ejemplo Francisco Marhuenda, Alfonso Rojo o el excelso Aznar, que meten ruido, son incapaces de digerir los argumentos del adversario, carecen de argumentos y su historia académica no les daría para más de la asunción de la gerencia de un puesto de pipas en La Latina.

Hoy, estos niños de papa, han dado con un hueso difícil de roer: Pablo Iglesias. Un joven profesor universitario, licenciado en Ciencias Políticas y Derecho, con trece matrículas de honor, un doctorado premiado con sobresaliente cum laude. Un hombre inteligente, exquisitamente respetuoso de sus contertulios, dotado con una enorme paciencia y urbanidad, argumentos, gran acervo. Pero, claro, es de izquierdas.

Este país está cambiando, en muchos aspectos para bien. Estamos ganando en conciencia ciudadana, educación, compromiso. Y, por fin, a través de nuestros televisores podemos conocer la opinión de personas ilustradas, brillantes, educadas, cultas y de izquierdas. En antropología se sabe que el grupo dominante de cualquier comunidad es el que detenta el discurso hegemónico. En democracia, solo con educación, argumentos y conocimiento se debería conseguir esa hegemonía. Los demócratas estamos de enhorabuena, empiezan a concurrir en los medios de comunicación personas de la categoría de Pablo Iglesias.

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Tal como si de los hilos de un telar se tratara, hay nudos históricos que impiden tejer la verdad. Un mundo de apariencias falsas, de mentiras y verdades embolsadas en sus contrarias, impiden que se teja esa verdad tan necesaria para la humanidad. España, que ha sufrido todos estos males debería estar en la primera línea del repudio. 

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Solemos tener conocidos, amiguetes, amigachos, colegas, compañeros, socios, etc., etc. Pero cuando se habla de amigos, amigos de verdad, se trata de palabras mayores. El amigo no se encuentra, se cultiva; no se compra, se trabaja. No se comienza una amistad pidiendo, ni siquiera disfrutando, se inicia dando.

 
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