No todos los experimentos innovadores mezclan con el baloncesto moderno. Quizá sea cuestión de afinar hacia una mayor mentalización o de buscarse amistosos más exigentes, ayudando en un crecimiento competitivo. El confeccionar un proyecto destinado únicamente a encuentros europeos no desemboca en resultados agradables. Al menos, de manera inmediata. Lo está comprobando un histórico como Olympiacos (3 Euroligas y 5 subcampeonatos en su casillero). Los griegos, huérfanos, además, de su referente Spanoulis, apenas ofrecieron una resistencia numantina en su desplazamiento a Madrid. El Real Madrid sumó de manera cómoda, con Campazzo y Randolph de maestros de ceremonias, su octava victoria consecutiva (balance 10-3), estirando así una racha de triunfos no observada en sus adversarios.
En cuanto el Real Madrid calibró sus arsenales ofensivos y ajustó sus mecanismos defensivos, el encuentro fue adquiriendo unos sólidos colores blancos. Esto aconteció después de seis minutos de despropósitos colectivos, con intercambios constantes de obsequios mutuos. Sólo 10 puntos en el marcador (6-4) y con únicamente 5 canastas sobre 18 intentos entre ambos. El ambiente tampoco ayudaba. Había cierta frialdad. Súbitamente todo mutó hacia el Real Madrid. Laso retocó sus órdenes y el Real Madrid empezó a carburar. Baloncesto de siempre: defensa intimidatoria (Tavares), velocidad de juego y canasta tras canasta. Sin esfuerzos. En apenas tres minutos, el marcador estaba desnivelado (con Randolph sintiéndose pletórico con 9 puntos) y el Olympiacos dando muestras de unas cuantas debilidades.
Entre todas ellas, se notaba una clara ausencia de competitividad. De cierta ausencia de ritmo. Factores que se alcanzan jugando de manera más asiduamente, aunque, de vez en cuando, haya jornadas dobles. No alcanza, ni siquiera a la hora de esforzarse, porque tampoco se observó una mayor frescura. Los griegos ya no parecían griegos. No desprendían ese espíritu guerrillero tan característico de sus encuentros de enjundia. Y sus refuerzos del continente americano tampoco atesoran tanto glamour y baloncesto como antaño. No es algo de su vista en Madrid. Ahora mismo, el experimento no alcanza a adentrarse en la línea de clasificación (balance 5-9), por mucho que apretasen al CSKA.
Campazzo, otro baloncesto
Lo que falta en unos, rebosa en los otros. El Real Madrid se creció con Campazzo. El argentino (7 puntos) mantiene su tono de jugador franquicia (es el base de este campeonato) y agitó el avispero. A su buen hacer se sumaron Mickey (4 puntos) y Thompkins (7 puntos), cuyo regreso es agua bendita en este grupo. Superado el ecuador del segundo cuarto, el Real Madrid rozaba la veintena de puntos de diferencia (39-20). No era cuestión de valorar datos (45 a 28 de valoración al descanso), eran sensaciones, de ver un grupo sólido contra un experimento. Y tanto fue así que el Real Madrid cayó en el relajamiento. Al descanso: 41-30. Un pequeño aviso consecuencia de unos puntos de seguido de Milutinov,que sucumbió luego ante Tavares.
Nada serio. Nada de preocupaciones. Esas sensaciones se mantenían en el ambiente; especialmente esa sensación de que el Real Madrid aceleraría en cuanto considerase el momento idóneo. Era un equipo rodado contra otro que parecía haberse unido hace unos días. Y sí el Real Madrid aceleró sin despeinarse. De un 43-34 se pasó a un 60-39. Ya saben, unos minutos de tormenta perfecta, unas cuentas acertadas defensas y varios ataques feroces con el dúo Campazzo (cerró el cuarto con 14 puntos) y Randolph (15 puntos); a ellos se unió un sobresaliente Causeur, reclamando activamente su cuota de protagonismo, con 11 puntos del tiró en el cuarto. Entre los tres, aniquilaron definitivamente a un irreconocible Olympiacos. El tercer acto se cerró con un contundente, y máxima renta: 72-48. Diez minutos después, y con otro buen puñado de puntos de Causeur, el Real Madrid echó el cerrojo a una plácida cita europea.
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